Anger Kenneth Hollywood Babilonia

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Kenneth Anger Hollywood Babilonia

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Kenneth Anger

Hollywood Babilonia

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HOLLYWOOD

Hollywood, Hollywood...Fabuloso Hollywood...Babilonia de celuloide,gloriosa, fascinante...ciudad delirante,frívola, seria,audaz y ambiciosa,viciosa y glamorosa.Ciudad llena de dramas,miserable y trágica...inútil, genialy pretenciosa,tremendo amasijo...Relumbrona, terrible,absurda, estupenda;falsa y barata,asombrosamente espléndida...¡¡HOLLYWOOD!!

DON BLANDING

(Recitado en 1935 por Leo Carrillo en el musical de laMetro Goldwyn Mayer Noche de estrellas en Cocoanut Grove)

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Amanecer color púrpura

ELEFANTES BLANCOS —el Dios de Hollywood quería Elefantesblancos, y los tuvo— ocho gigantescos elefantes de yeso yescayola plantados sobre efímeros pedestales, dominando lacolosal Corte de Belshazzar, una Babilonia de cartón piedraconstruida al lado del polvoriento y serpenteante senderoconocido como Sunset Boulevard.

Griffith —director de cine erigido en Dios— reinaba,allá en lo alto, tan arriba como jamás volvería a estar,sobre la ciudad de la ilusión, encaramado en la torre decien metros de altura, donde se hallaba la cámara, yprovisto de un gigantesco megáfono para gritar a losmillares de individuos que se encontraban abajo las órdenesde ¡CÁMARA - AAACCIÓN! y convertir todo aquello enrealidad...

Bajo azules cielos egipcios, el Festín de Belshazzar sedesplegaba al sol resplandeciente de la mañanacaliforniana: más de cuatro mil figurantes reclutados enLos Ángeles y remunerados con la hasta entonces impensablecifra de dos dólares diarios, más una bolsa de comida ytransporte gratis, para dar vida a hombres de las miliciasmedas y asirias, danzarines de Babilonia, etíopes, indiosdel Este, númidas, eunucos, damas de honor para la AmadaPrincesa, doncellas de los templos babilónicos, sumossacerdotes de Bel, Nergel, Marduk e Ishtar, esclavos,nobles y ciudadanos en general. ¡Babilonia vista por Griffith!

Una falsa montaña de armazones, andamios, jardinescolgantes, rampas por las que se deslizarían las cuadrigasy elefantes que tocaban el cielo, en una increíbleMesopotamia surgida en medio de una baraúnda de adormecidosbungalows coloniales, flanqueados por bosquecillos denaranjos, que presagiaban, en 1919, los futuros portentosde Hollywood.

Había nacido la Época Púrpura.Y allí permanecería durante años, encallada como un

sueño gargantuano, junto a Sunset Boulevard. Mucho despuésdel gran salto de Griffith hacia el olvido y del fracaso desu epopeya, Intolerancia, cuando en la corte de Belshazzar yahabían germinado toda clase de malas hierbas y los muros

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del decorado se habían deformado, después de que elDepartamento de Bomberos de Los Ángeles señalara aquellugar como propicio para los incendios, la Babilonia deGriffith aún se mantenía allí como un reproche o un reto ala floreciente ciudad del cine.

La sombra de Babilonia se cernía sobre Hollywood,serpenteando en clave cuneiforme; el escándalo estaba alacecho, lejos del alcance de la cámara de Billy Bitzer.

Hollywood, colonia del cine, había cobrado vida graciasa un reducido grupo de comerciantes judíos de la CostaEste, quienes pensaron que había futuro en el nickelodeon ymarcharon al Oeste atraídos por la fábula de una Californiade tierras a precios irrisorios y trescientos sesenta ycinco días de sol al año.

El soñoliento lugar de Los Ángeles, rodeado denaranjales, que escogieron para sentar sus raíces, prontose vio inundado por unos no muy sólidos estudios al airelibre, trampas soleadas para películas convencionales yfaltas de imaginación. Tras unos años de fabricarremuneradores productos de dos rollos, filmados con cámaraspiratas —siempre a la espera de ser denunciados por losvengativos creadores de la fórmula original de Edison—, losantiguos traficantes de chatarra y vendedores de saldos seencontraron con que una operación, concebida porcasualidad, se convertía en fortuna emanada del celuloide.

Cuando se enteraron de que las masas de todo el país seagolpaban ante los nickelodeons para ver las películas en lasque intervenían sus intérpretes favoritos, conocidosentonces como "La pequeña Mary", "El chico de la Biograph"o "La Muchacha de la Vitagraph", los menospreciadosactores, hasta entonces sólo considerados personal detrabajo, súbitamente adquirieron conciencia de que, graciasa ellos, se vendían las entradas. Entonces esos rostrosfamosos adoptaron nombres y sus salarios comenzaron aelevarse: el star system, una problemática bendición, acababade nacer. Para bien o para mal. De allí en adelante,Hollywood tendría que apoyarse en esa quimera fatal: LAESTRELLA.

De la noche a la mañana, los oscuros y en ocasionesdesacreditados intérpretes de películas se vieron empujadosa la adulación, la fama y la fortuna.

Ellos eran la nueva realeza, el círculo dorado. Algunos

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se las arreglaron para sobresalir tirando fuerte de lasriendas; otros no lo consiguieron.

Los años diez fueron para Hollywood un período de paz ytranquilidad. Una nueva forma de arte se iba pergeñando díaa día; la Séptima Musa, a medida que daba sus primerospasos, se iba fabricando a sí misma, pasándolo bien, y almismo tiempo ganando dinero. Y, si los nuevos ricos delcine se sentían cansados por la tensión de su oficio,siempre podían recurrir al "polvo de la alegría", como enaquellos liberales tiempos se llamaba la cocaína, unremedio seguro para levantar los ánimos. De hecho, fue asícómo surgió ese nuevo estilo de comedietas locas yefervescentes, cuya flor y nata eran las desenfrenadascintas de "Triangle-Keystone"; así El misterio del pez salteadorcon Douglas Fairbanks en el papel del chiflado detectiveCoke Ennyday. [Casi literalmente, Coca a Cualquier Hora.(N. del T.)] En 1916, la droga podía ser la base argumentalde un film. El año de El misterio del pez salteador, unespecialista británico en narcóticos, Aleister Crowley,pasó por Hollywood calificando a sus habitantes de"cocainómanos y maniáticos sexuales".

Ya existía el chismorreo, como en cualquier otracomunidad de gente del espectáculo, pero sin traspasar losumbrales del periodismo: Louella O. Parsons no habíamontado aún su tenderete. Hasta en la intimidad, ladiminuta colonia fílmica se guardaba muy bien de especularsobre el Dios de Hollywood, Griffith, y su obsesión por lasadolescentes dentro y fuera de la pantalla. ¿Eran realmentetan virginales esas esforzadas mujeres-niñas descubiertaspor Griffith? ¿Sería posible? Y, pensando lo impensable,¿era Lillian Gish la amante de Dorothy?

Pero no había mala intención cuando, al hablar deRichard Barthelmess, se afirmaba que había posado para"postales a la francesa" como un medio para ascender, o sementaba, con más fundamento, el sofá que jugaba una bazaimportante para llegar a formar parte de las "BellezasAcuáticas" de Mack Sennett —tan sólo el modelo primitivo deuna larga serie. Si algunos pensaban que la "Escuela deSirenas" era el sucedáneo de un harén a la carta, ornado depimpollos como Gloria Swanson y Carole Lombard, eso, alGran Mack, le tenía sin cuidado. Para hacer un buen chistesiempre podía echarse mano de Theda Bara. Los iniciados

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sabían que la primera vampiresa, arrojada a losconsumidores como un demonio franco-arábigo de Perversidadnacido a los pies de la Esfinge, sólo era, en realidad,Theodosia Goodman, hija de un sastre judío de Chillicothe,Ohio, y una pazguata criaturita sin malicia.

No pasarían muchos años sin que los predicadores detoda Norteamérica maldijeran a la colonia fílmica y susderivados: Hollywood, California, se convertiría ensinónimo de Pecado. Los bienhechores de profesión marcaríancon fuego la nueva Babilonia, cuya maléfica influenciarivalizaría con la legendaria depravación de la antigua;titulares acusadores y pontificadores editorialescondenarían por igual el Sexo, las Drogas y las Estrellasde Cine. Sin embargo, mientras los fanáticos organizadoresexigían sangre y boicot, las masas, imperturbables, seagolpaban ante las taquillas en número día a día creciente.

Los años veinte se consideran en general "La ÉpocaDorada del Cine", y dorada era en verdad la exuberantecreatividad fílmica que redundaba en fabulosos ingresos. Sedescribe a la gente de cine de dicho período comoindividuos a los que sólo les importaba, fuera de lapantalla, regocijarse en placeres sin fin. No obstante, laleyenda pasaba por alto un hecho: el miedo. Ese temorsiempre presente de que la base de sus dorados sueños sederrumbase en cualquier momento.

En la década del "maravilloso sin sentido", losescándalos explotaban como bombas de relojería, mientras,una tras otra, eran destruidas carreras cinematográficas.Cada estrella se preguntaba a cuál le llegaría el turno deconvertirse en el nuevo chivo expiatorio. Porque, enHollywood, la fabulosa "Era Dorada" significaba algo másque un deslumbrante picnic al borde de un precipicio móvil;el camino hacia la gloria se hallaba sembrado de astutoscepos.

Y, sin embargo, para su amplia audiencia, HO-LLY-WOODse componía de tres mágicas sílabas que evocaban el IrrealUniverso de la Ilusión. Para los creyentes, era algo másque una fábrica de sueños donde uno entre un millón podíallegar a obtener una oportunidad. Era el País del Nunca Jamás,Algo Diferente, el Hogar de los Cuerpos Celestiales, laGalaxia del Glamour, ¡Hollywood!

Los "fans" adoraban, pero también podían tornarse

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volubles y, si sus deidades demostraban tener pies dearcilla, las destruían sin compasión. Fuera de la pantallasiempre había una nueva estrella dispuesta a efectuar suentrada.

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La Mano que aprieta

Una nube, no mayor que la mano de una niña, cobrabaforma en el horizonte.

Las chocantes noticias que, por primera vez, mostraronHollywood bajo un prisma de escándalo llegaron el 20 deseptiembre de 1920 en forma de un radiograma que despertó aMyron Selznick en mitad de la noche. El texto motivótitulares en primera página:

OLIVE THOMAS MUERTA POR ENVENENAMIENTO.

Olive Thomas, vivaracha Reina de las Follies deZiegfeld, estrella de Selznick Pictures y Sra. de JackPickford...

El cable informaba al cabeza de Selznick Pictures queacababan de hallar muerta en París a su máxima luminaria.

El apacible y afamado Hotel Crillón, en la Plaza de laConcordia, era el entorno menos adecuado para el primerescándalo de Hollywood. En esa mañana de septiembre, elcamarero de habitaciones hizo uso de su llave maestra parapenetrar en la "Suite Real" del hotel con el carrito deldesayuno. Lo que vio le dejó atónito. Una capa de martascibelinas se hallaba tirada en el suelo y sobre ella yacíauna joven desnuda. En una mano aprisionaba aún un frascocon cápsulas de bicloro de mercurio tóxico. La suite estabaregistrada a nombre de la Sra. de Jack Pickford, conocidapor millones de adoradores entusiastas como Olive Thomas,brillante estrella joven del lienzo de plata.

¡Olive Thomas! Nueva York la recordaba como una de lasmás bellas morenas jamás glorificadas por el gran Ziegfeld.Las coristas de éste eran, invariablemente, jóvenes y, alos dieciséis años, Olive era una equilibrada y vivazseñorita, muy requerida por la alta burguesía, musa de losclanes de "Vogue" y "Vanity Fair", ornamento de las fiestasorganizadas por Condé Nast, editor de esos magazines delmundo de la moda.

A través de los servicios de míster Nast, Olive habíaaparecido con frecuencia, en calidad de modelo, en laspáginas de "Vogue", y Ziegfeld, la había seleccionado para

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posar desnuda ante el joven artista peruano Alberto Vargas.Otro pintor, Harrison Fisher, la bautizó como "la mujer másbella del mundo". Su subsiguiente partida hacia Hollywoodse antojó de lo más lógica.

La burbujeante belleza de Broadway cayó de pie en lacolonia fílmica y sus vibrantes personificaciones de lajuventud, en comedias ligeras como Betty takes a hand, Prudenceon Broadway e —inevitablemente— La chica del Follies, pronto legranjearon un amplio culto. En 1919, Myron Selznickinauguró su recién formada compañía, captando a ElaineHammerstein y Olive Thomas con lucrativos contratos. En1920, tras el éxito de Olive en The Flapper y su muypublicitado casamiento con Jack Pickford, hermano de Maryy, asimismo, ídolo de la pantalla, el puesto de Olive en elencantador círculo de la "Gente Dorada" parecía asegurado.

El suicidio de Olive Thomas causó sensación en el mundoentero y desencadenó furiosas controversias. Olive sólohabía cumplido veinte años cuando murió; poseía juventud,belleza, fama, amor, riqueza y contaba, no sólo con laadmiración de sus seguidores, sino con la adoración de JackPickford. El joven Jack había sido definido como "ElMuchacho Ideal Norteamericano" en películas como Seventeen,siendo Olive su contrapartida femenina en Tomboy. En lasrevistas ambos habían sido proclamados "La ParejaPerfecta". ¿Qué podía haber inducido a Olive a quitarse lavida?

El estudio de Olive, cuyo slogan era "Las PelículasSelznick contribuyen a formar hogares felices", se viomaterialmente inundado de cartas; la embajadanorteamericana en París y la policía francesa prometieronefectuar investigaciones exhaustivas.

Lo que éstas revelaron sobre la muerta y los periódicospublicaron en primera página fue una vida privada un tantolóbrega que para nada se ajustaba a la imagen dulzona de ladiva. Estaba previsto que Jack Pickford se reuniera conOlive en París tan pronto finalizara su trabajo en The littleShepherd of Kingdom Come. Habían planeado un idilio parisinocomo sucedáneo de la luna de miel que su actuación ante lascámaras retrasara tras la boda. Olive se había adelantadohaciendo compras de antigüedades y ropas, pero se desvelóque sus pasos no se habían dirigido, precisamente, a lossalones chic. Algunos la vieron en clubs nocturnos como el

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"Jockey" y el "Maldoror", en compañía de notorias figurasde los bajos fondos franceses, así como en los antros mássórdidos de Montmartre.

Comenzaron a circular rumores acerca de los motivos quepodrían haber empujado a Olive hacia los mundossubterráneos parisinos: la muchacha trataba de conseguiruna generosa cantidad de heroína con destino a Jack, suesposo, un adicto sin redención. No habiéndolo logrado, sesuicidó.

Cuando esta historia apareció en la prensanorteamericana, Jack se encontraba bajo tratamiento, porcolapso nervioso, tras conocer la noticia de la defunciónde su esposa; no pudo rechazar las acusaciones. Su lealhermana Mary, que acababa de emerger de la controversiaprovocada por un doble divorcio y la boda subsiguiente conDouglas Fairbanks, se sintió obligada a intervenir en elasunto, haciendo desde sus nuevos dominios, "Pickfair", unadeclaración pública en que negaba las "enfermizasdifamaciones" sobre la personalidad de su hermano. Pocotiempo después, una investigación llevada a cabo por elgobierno de los Estados Unidos sobre las actividades decierto Capitán Spaulding de la Armada, arrestado portraficar a larga escala con heroína y cocaína, reveló,entre los nombres de clientes regulares de su agenda, el dela hasta entonces "Muchacha Ideal Norteamericana".

¡OLIVE THOMAS POSEÍDA POR LA DROGA!

Así fue cómo los titulares calificaron a la "hermanita"Olive, acusación ésta que provocó un profundo shock. En1920, la mayoría norteamericana aún rendía tributo a lallamada "moralidad victoriana". Sociedades puritanasproliferaron para contrarrestar la nueva amenaza que secernía sobre la Castidad de la Mujer, y el cardenalMundelein de Chicago se creyó obligado a publicar unpanfleto: "El peligro de Hollywood: una advertencia para las jóvenes".

En los años veinte, la recién nacida capital delceluloide, se vio inundada de cargamentos de jóvenesilusionadas procedentes de todos los rincones. Algunasllegaban como ganadoras de concursos de belleza locales; ensu mayoría eran simplemente bonitas, pobres y atrevidas.Todas aspiraban a convertirse en estrellas, pero muy pocas

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encontraban trabajo, ni siquiera como "extras" o elementosdecorativos. Para millares de jovencitas el viaje acabódestrozándoles el corazón.

La sensacional muerte de Olive Thomas hizo que otrosuicidio "estelar" pasara casi inadvertido en aquelseptiembre de 1920. Bobby Harron, el sensible muchacho deIntolerancia, se disparó un tiro en una habitación de hotel deNueva York en la víspera de la premiere de Way Down East.Griffith había prescindido de él en dicho film, prefiriendoa su nuevo favorito, Richard Barthelmess, y eso le rompióel alma.

El deceso de Olive parecía hecho a la medida de lasplañideras habituales que nutrían titulares con susmórbidas especulaciones. Olive Thomas estuvo en elcandelero durante todo el año que siguió a su muerte hastaverse desplazada por una de las tantas esperanzadasaspirantes a Hollywood, una actriz de categoría inferior,compañera del gordinflón cómico Fatty Arbuckle.

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"Gordo al agua"

Roscoe "Fatty" Arbuckle era un rollizo ayudante defontanero, descubierto por Mack Sennett en 1913, cuando sepersonó en casa del productor de comedias para desatascarun desagüe. Sennett midió de arriba abajo las 226 librasdel afable Roscoe e inmediatamente le ofreció trabajo. Lasimilitud de Arbuckle con una bola de mantequilla y suincreíble agilidad eran cualidades perfectas para el tipode cine de Sennett: barro y parvas, resbalones y pastelesde nata.

En ruta ascendente desde los Keystone Cops, Fatty llegóa formar pareja con Mabel Normand en Fatty's Flirtations, conCharlie Chaplin en The Rounders y con Buster Keaton en TheButcher Boy y otras populares comedias en dos rollos. Eltalento natural de Fatty, sujeto jovial y un tantoimpertinente, aseguró su éxito como bufón de la pantalla yle procuró fortuna.

La capacidad de Fatty para desatar risas convirtió lostres dólares diarios que percibía en 1913 en cinco mil a lasemana en 1917, cuando firmó en exclusiva con la Paramount.Una chistosa pancarta en la famosa puerta proclamaba:"Paramount da la Bienvenida al Príncipe de las Ballenas".["Príncipe de las ballenas" (en el original, Prince ofWhales). El autor efectúa un paralelismo entre whales(ballenas) y Wales (Gales) (N. del T.)]

El festejo con abundantes bebidas, que, enconmemoración de la firma del contrato, duró toda la nochedel día 6 de marzo en Mishawn Manor, Boston, dio pie a unescándalo público. Tuvo lugar en una posada, la BrownieKennedy, donde el grueso del espectáculo celebrado en honorde Fatty consistía en doce chicas de alterne a quienes seles gratificaba con 1.050 dólares por su aporte al brillode la velada.

Un estirado metomentodo asomó la nariz a través de unaventana abierta en el momento en que Fatty y las chicas sedespojaban alegremente de sus ropas encima de la mesa, ydecidió que la "decencia" estaba siendo ultrajada y llamó alos guardias.

Invitados a este party se encontraban los magnates del

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cine Adolph Zukor, Jesse Lasky y Joseph Schenck. Acabaronpagando cien mil dólares furtivos al fiscal del Distrito deBoston, mayor James Curly, a fin de echar tierra sobre elincidente.

Fue cuatro años más tarde, durante otra de las jaranasde Fatty, cuando una oscura starlet adquirió instantáneanotoriedad. Desgraciadamente la damita no tuvo tiempo parasacar tajada.

Virginia Rappe, una linda morena, modelo en Chicago,había conseguido cierta fama al aparecer su sonrienterostro, debajo de una pamela, en la portada de la partiturade la canción "Let me call you sweetheart". Mack Sennett lehizo una oferta y comenzó a trabajar en su equipointerpretando papelitos. Su tiempo libre lo ocupabamariposeando de lecho en lecho y obsequiando con ladillas ala mitad de la compañía. Esta epidemia dejó a Sennett tanapabullado como para cerrar el estudio y fumigarloconcienzudamente. A pesar de ello, Virginia fue perdonada ypronto se la vio constantemente en compañía de Henry"Pathé" Lehrman, un veterano realizador de Sennett, quienle ofreció un minúsculo personaje en Fantasía y más adelantese la presentó a Arbuckle, al cual dirigía en Joe pierde unanovia. La belleza de Virginia, con sus cabellos color alade cuervo, no pasó desapercibida para William Fox cuandoaquélla obtuvo el título de "La muchacha mejor vestida delcine", por lo que la tomó bajo contrato. Se habló delanzarla, ya en plan "estrella", en una producción de laFox, Twilight Baby. Virginia Rappe parecía bien encaminada.

Arbuckle ya le había echado el ojo y la habíasolicitado como partenaire femenina en una de sus comedietas.También había insistido a su amiga, Bambina Maude Delmont,para que la llevara a una fiesta conmemorativa de su nuevocontrato con la Paramount, por valor de tres millones dedólares, para los próximos tres años. Fatty adoraba porigual la bebida y las mujeres. Mientra más de ambas cosas,mejor.

En un antojo, Fatty eligió San Francisco como escenarioideal para el banquete. Ello le daría oportunidad pararodar su nuevo coche Pierce-Arrow, hecho a medida y por elque había pagado veinticinco mil dólares.

Durante el fin de semana, que se iniciaba con el Díadel Trabajo, dos coches cargados con gentes de cine en

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vacaciones y buena disposición, transitaron, llenos dealegría, las cuatrocientas cincuenta millas que separabanla Carretera de la Costa de la ciudad de las colinas. Fattyy sus compadres, Lowell Sherman y Freddy Fishback, seapretujaron en el resplandeciente Pierce-Arrow, y VirginiaRappe, Bambina Maude Delmont y unas coristas escogidashicieron lo propio en otro vehículo.

Al llegar a la ciudad de la bahía, entrada ya la nochedel sábado, Arbuckle se registró en el lujoso Hotel St.Francis, enviando a las chicas al Palace. Fatty alquilótres suites comunicantes en el piso 12 —suficiente espaciopara cualquier "acontecimiento"—, llamó a su contrabandistaproveedor de licores (Tom-Tom, el botones) y seleccionómúsica de jazz en la radio... El party había dadocomienzo...

El 5 de septiembre de 1921, en la sobremesa del Día delTrabajo, la fiesta se hallaba en su apogeo. Aquello era"territorio libre" de Fatty, con gentes entrando ysaliendo, el grupo excediendo ya el número de cincuentainvitados y el anfitrión ebrio y risueño. Virginia y elresto de sus compañeras tomaban orange blossoms aderezadoscon ginebra, algunas de ellas despojándose de las prendassuperiores para poder bailar mejor el shimmy; los invitadosse intercambiaban los pantalones de pijama, y las botellas—vacías— se iban amontonando. Alrededor de las tres ycuarto, Arbuckle, bullendo de aquí para allá, en pijama ysalto de cama, agarró a Virginia y condujo a la ya trompamodelo hasta el dormitorio de la suite número 1221. Antesguiñó un ojo a la concurrencia y, tras decir: "He aquí laoportunidad que he estado esperando durante tanto tiempo",dio un portazo.

Bambina Maude Delmont testificaría más tarde que lafiesta se hallaba en su clímax cuando, desde el dormitorioadjunto se escucharon gritos de angustia. Después de variosgolpes en la puerta, un risueño Arbuckle apareció con elpijama desarreglado, llevando en la cabeza el sombrero deVirginia. Les dijo a las chicas: "Entrad, vestidla yllevárosla al Palace. Hace demasiado ruido". Como Virginiacontinuaba gritando, añadió descompuesto: "Cállate de unavez o te tiro por la ventana".

Bambina y una amiga, Alice Blake, encontraron aVirginia en la cama desordenada, casi desnuda,

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retorciéndose de dolor y gimiendo: "Me muero, me muero... Me hahecho daño". Alice declararía después: "Tratamos devestirla, pero sus ropas estaban destrozadas y tanretorcidas, que era imposible reconocer las prendas".

Virginia sólo tuvo fuerzas, antes de caer en coma, paramusitar al oído de la enfermera del muy exclusivo hospitalde Pine Street adonde fue conducida: "Fatty Arbuckle me hahecho esto. Por favor, ocúpense ustedes de que se hagajusticia".

El día 10 de septiembre, justo al año de la muerte deOlive Thomas, Virginia Rappe fallecía, a los veinticinco,perdiendo definitivamente la oportunidad de convertirse enla estrella de Twilight Baby.

La causa de su muerte estuvo a punto de no serdesvelada. El comisario general de San Francisco, MichaelBrown, tomó no obstante cartas en el asunto —tras unallamada anónima desde el mismo hospital en la que se hacíareferencia a una autopsia— prometiendo encargarsepersonalmente de averiguar lo sucedido. Lo que se gestabaera un frenético intento de encubrir el caso. Brown llegó atiempo para ver surgir de un ascensor aun empleado quellevaba hacia el incinerador una jarra de cristal con losmaltratados genitales de Virginia. Se los reclamó al reaciodoctor para verificar su propio examen. Así quedó aldescubierto que la vagina de Virginia había sido forzada deforma tan violenta como para causarle muerte porperitonitis. Brown dio cuenta de los hechos a su superior,el coroner T. B. Leland y se acordó abrir una investigación.

Los detectives Tom Reagan y Griffith Kennedy fuerondesignados para interrogar a la plantilla del hospital (enno muy buena disposición) y averiguar quién o quiénestrataban de echar tierra al asunto; y lo encontraron.También lo hicieron los periódicos. Cuando Fatty Arbucklefue acusado de violar y asesinar a Virginia Rappe, todo elmundo murmuraba ya su nombre. El Estado de Californiaachacó las causas de su muerte a "presiones externas"causadas por Arbuckle durante un escarceo sexual. Unaefímera notoriedad para Virginia. Y un rudo golpe paraFatty: asesinato en primer grado.

La marea de espanto llegada aquel septiembre desde SanFrancisco hizo estremecer a Hollywood hasta sus reciénplantados cimientos. Todo resultaba demasiado increíble:

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Fatty, el favorito de los niños, el gordinflón manantial derisas, el campeón de la sana carcajada, de repenteconvertido en un orgiástico asesino de una luminariaestelar.

LA ORGIA DE ARBUCKLEEL VIOLADOR DANZA MIENTRAS MUERE SU VICTIMA

Al compás de los titulares, se extendían las hipótesissobre una espantosa y antinatural violación: Arbuckle, lleno derabia ante su impotencia alcohólica, había destrozado aVirginia con una botella de Coca-Cola o de champagne,después había repetido el acto con un pedazo de hielo... o,¿es que no era del dominio público que Arbuckle era unhombre excepcionalmente bien dotado?...o, ¿era una simplecuestión de exceso de peso, las 266 libras de Fattyaterrizando sobre Virginia y aplastándola?

Lo único indudable fue el aumento en los tirajes; losmedios de comunicación imprimieron todo tipo deespeculaciones acerca de la "botella party" de Arbuckle. El"San Francisco Examiner" dijo en un editorial: "Hollywooddebe dejar de utilizar a San Francisco como cubo debasuras". El "coroner" pidió "medidas para prevenir laposible repetición de acontecimientos que hacen de SanFrancisco un lugar de cita para el desenfreno y elgangsterismo". Las Iglesias de la ciudad solicitaban penaspara los "maníacos sexuales hollywoodenses que se acogen alas benevolentes leyes de San Francisco para la práctica desus aberraciones".

En Hartford, Connecticut, damas agraviadas rasgaron lapantalla de un local que exhibía una comedia de Arbuckle,mientras que en Thermopolis, Wyoming, varios vaquerosdispararon contra el lienzo de una sala donde se proyectabaun corto suyo. En otros sitios se utilizaron comoproyectiles huevos y cascos de botellas vacías. Mientras laconsigna "Hay que linchar a Fatty" se extendía por el país,grupos controlados exigían una limpieza de toda la coloniafílmica de Hollywood; resultado: las películas de Fattyfueron retiradas de circulación.

Mientras Arbuckle sudaba en una cárcel de SanFrancisco, permaneciendo bajo custodia en el lúgubrePalacio de Justicia de Kearny Street, sus abogados luchaban

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para trocar la acusación de asesinato en primer grado porla de homicidio casual. Adolph Zukor, que había invertidomillones en Arbuckle, se comunicó con el fiscal deldistrito, Matt Brady, en un intento de anular el caso. Loúnico que consiguió fue ofuscar a Brady, quien,posteriormente, denunció haber sido objeto de soborno.Otras prominentes figuras de la industria cinematográficallamaron a Brady, sugiriendo que no debía crucificarse aArbuckle por el simple hecho de que Virginia Rappe hubiesebebido más de la cuenta antes de morir. El fiscal deldistrito se enfureció aún más.

El juicio se inició a mediados de noviembre en elTribunal Superior de San Francisco, con Arbuckle en elestrado dispuesto a rechazar cualquier cargo deculpabilidad. Su actitud parecía ser de una completaindiferencia hacia Virginia Rappe; en ningún momento llegóa demostrar remordimiento o tan siquiera pena ante sumuerte. Sus abogados eran más realistas: hubo un deliberadointento de ensuciar el comportamiento de Virginia,sugiriendo que era una chica más que ligera de cascos que,no sólo hablase prostituido en Hollywood, sino también enNueva York, París y Sudamérica. Tras conflictivos ynumerosos testimonios, el jurado acordó absolver a Arbucklepor 10 votos a favor y 2 en contra, tras 43 horas dedeliberaciones. Se declaró nulo el juicio.

Un segundo juicio tuvo lugar, pero fue descalificadopor 10-2. Fatty, que se encontraba libre bajo fianza, sevio obligado a vender su vivienda de estilo anglosajón enAdams Street, Los Ángeles, así como su flota de coches defantasía para poder sufragar las minutas de los abogados.

Pese a las protestas del indignado Brady, que deseabamachacar a Fatty costara lo que costase, Arbuckle fueabsuelto en otro juicio, el número tres, que finalizó el 12de abril de 1922, tras los un tanto confusos testimonios decuarenta testigos presenciales (ebrios la mayoría de ellosen el momento del incidente) y ante la ausencia específicade pruebas (como la de la dichosa y sangrienta botella).

El jurado que absolvió a Fatty hizo este comentario:"La libertad no es suficiente para Roscoe Arbuckle. Creemosque se ha cometido una grave injusticia en su persona, yque no hay la menor evidencia para involucrarle en modoalguno con ningún crimen".

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En la escalera del juzgado Arbuckle declaró a laPrensa: "Este es el momento más trascendental de mi vida.La falsedad de la horrenda acusación esgrimida contra mí hasido demostrada... Quiero expresar mi sinceroagradecimiento a mis compañeras y compañeros. Mi existenciaha estado cifrada en la producción de un cine limpio parafelicidad de la gente menuda. Ahora trataré de ampliar estecampo para que mi arte pueda rendir un servicio todavía másamplio".

Sus esperanzas, sin embargo, fueron de muy cortaduración. Fatty había sido liberado, pero no perdonado.Henry Lehrman, un antiguo novio de Virginia, hizo esteamargo comentario: "Si pudiese, ella se levantaría de entrelos muertos para defenderse de esta indignidad. En cuanto aArbuckle, esto es lo que sucede cuando se recoge a gentuzaprocedente de las alcantarillas, se les ofrece sueldosdesmesurados y se los convierte en ídolos. Ciertas personasno saben lo que significa sacar provecho de la vida sino deuna forma bestial. Son los que después participan en orgíasque sobrepasan las de una Roma ya en decadencia".

O, podía haber añadido, Babilonia.Madame Elinor Glyn, árbitro de la colonia fílmica y

creadora de normas, aprovechó la ocasión para pontificaracerca de las "manzanas podridas" de Hollywood: "Si sedemuestra que son inmorales, colgadles. No enseñéis suspelículas, suprimidlos; pero no hagáis que paguen justospor pecadores. La fiesta de Arbuckle ha sido vergonzosa ybestial. Cosas como ésta deben de ser desterradas. Pero,personalmente, yo, en Hollywood, no he visto nada parecidoy, si realmente existen aquí esas orgías con droga, debende constituir una infinitesimal excepción".

La Paramount canceló el contrato de Arbuckle, valoradoen tres millones de dólares. Sus películas aún sin estrenarfueron arrinconadas, causando al estudio la escalofriantepérdida de más de un millón.

Fatty, el bufón, estaba acabado. El "Príncipe de lasBallenas" había sido certeramente arponeado.

Arbuckle no consiguió actuar de nuevo. Sólo unosescasos amigos, como Buster Keaton, le permanecieronfieles. Fue Keaton quien le sugirió que cambiara su nombrepor el de "Will B. Good" [que suena "Seré B. Ueno". (N. delT.)]. Fatty adoptó el de William Goodrich y consiguió

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empleo como director de comedias y guionista accidental.Pero Arbuckle añoraba la interpretación. En el número demarzo de 1931 de "Photoplay" rogaba: "Dejadme actuar.Quiero volver a la pantalla. Creo que todavía soy capaz dedivertir y alegrar a quienes me vean. Es lo único quedeseo. Si consigo regresar va a ser algo grande. Y, si no,bueno, pues de acuerdo".

Y de acuerdo se pusieron todos. A Fatty no le fue jamáspermitido olvidar que había caído en desgracia. Cuando loreconocían en la calle, la gente le silbaba "I'm comingVirginia": un borrón en tinta negra que no llegaría adiluirse nunca. El único personaje que pudo interpretar fueel de Pagliacci.

En su forzoso retiro, Arbuckle pronto se dio a labebida. Parecía que las botellas lo tenían hechizado. En1931, Fatty fue arrestado en Hollywood por conducir enestado de embriaguez. Cuando se le acercaron losmotoristas, Fatty lanzó una botella por la ventanilla altiempo que, entre carcajadas, exclamaba: "¡Ahí va laevidencia!".

Se acordaba acaso de aquella otra botella que habíasalido disparada desde una ventana del piso número doce delhotel San Francis en el Día del Trabajo de 1921?

Arruinado, hecho un guiñapo, falleció en Nueva York, alos cuarenta y seis años, el 28 de junio de 1933. ¡PobreFatty! El affaire Arbuckle hizo madurar en diez años alfloreciente Hollywood, ahora algo más que el "País de losSueños". A partir de ese instante, en las mentes demillones de seres, Hollywood no dejó de estar asociado alconcepto de escándalo.

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Pánico en la Paramount

Mientras Arbuckle sudaba tinta en medio de su segundoproceso y Hollywood bullía a los ojos de la inflamadaopinión pública, un nuevo escándalo estalló, justo en elcogollo de la colonia fílmica.

En la noche del primero de febrero de 1922, alguienasesinaba a William Desmond Taylor en el estudio de subungalow de Alvarado Street, una calle del tranquilodistrito de Westlake, en Los Ángeles. Taylor era el jefesupremo de la Famous Players-Lasky, una compañíasubsidiaria de la Paramount que, por si aún no había tenidobastante con el caso Arbuckle, ahora podía agradecer a sumal sino este nuevo escándalo. El cadáver fue descubierto ala mañana siguiente por Henry Peavey, el criado negro deTaylor.

El muerto yacía de espaldas en el suelo del estudiocomo si se hallase en trance, con los brazos extendidos yuna silla caída sobre las piernas. La intención no habíasido robarle; todavía relucía en uno de sus dedos el enormediamante de la suerte que le había acompañado siempre apartir del estreno de su primer éxito, El diamante caído delcielo.

Peavey salió disparado, gritando con voz de soprano:"¡Han matado al amo! ¡Han matado al amo!" (tal y como fue descritopor el "Examiner" de Los Ángeles). Con ello despertó a losotros residentes del distrito, incluida Edna Purviance,quien inmediatamente telefoneó a Mabel Normand. Mabel, a suvez, llamó a Charles Eyton, director general de la FamousPlayers-Lasky, el cual se puso en contacto con el capo dela Paramount, Adolph Zukor. Edna efectuó otra llamada a laestrella de la Paramount Mary Miles Minter. Sin embargo, nopudo localizarla. El mensaje fue recibido por su madre,Charlotte Shelby. Ninguno de ellos encontró un hueco en sutiempo para ponerse en contacto con la Policía. Al parecer,todos tenían cosas más urgentes de qué ocuparse.

Mabel se precipitó a la casa de Taylor para recuperar atoda prisa un montón de cartas suyas. Charles Eyton seapresuró igualmente a deshacerse de todas las existenciasde alcohol ilegal que había allí. Vivo o muerto, era

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inconcebible que un director de la Paramount hubiese podidoviolar la Enmienda Décimo Octava. Adolph Zukor, como almaque lleva el diablo, se apresuró a borrar cualquierevidencia de frivolidades sexuales. Y Charlotte Shelbypartió rauda en busca de su hija Mary, a quien la noticiahizo proferir un torrente de histéricos aullidos. HenryPeavey —el criado-soprano—, anduvo a trompicones arriba yabajo de la hasta entonces plácida calle Alvarado gritandoincesantemente como un poseso "¡Han asesinado al amo! ¡Hanasesinado al amo!" hasta que, más tarde, uno de los vecinostelefoneó a la Policía para ver "si vienen a recoger a estepobre loco". Por fin llegaron los representantes de la Ley.

Cuando por la mañana la policía hizo su aparición en elbungalow de Taylor, una agitada escena tenía lugar ante susojos. Alegres llamaradas se desprendían de la chimenea,atiborrada de documentos comprometedores para lasjerarquías de la Paramount, mientras Edna Purviancecontemplaba el fuego. Mabel Normand, la heroína de Sennett,registraba con laboriosidad todos los rincones yescondrijos en busca de una desordenada correspondencia. Elojo del huracán era el cadáver de Taylor, tendido en elsuelo de su estudio con dos balas del calibre 38 en elcorazón.

Hubiese cabido una mínima posibilidad de resolver elenigma, si los jeques de la Paramount no se hubiesenprecipitado a acudir a la casa del fiambre para"cosmetizar" la escena. Era harto significativo que datosclaves habían sido incinerados por Zukor y Eyton en lachimenea de Taylor.

Sin embargo Zukor, Eyton y compañía no dispusieron delsuficiente tiempo para completar su limpieza general.Cuando la brigada de homicidios compareció en el bungalow,salió a la luz todo tipo de material. Los guardiasdescubrieron un lugar semisecreto, un cajón en cuyo fondo,mezclado con algunos guiones, había un muestrario de fotosde carácter claramente pornográfico. Eran poses un tantoextravagantes y ridículas del muerto en compañía deestrellas fácilmente identificables que, ciertamente,confirmaban tanto su fama de Lotario como su discreción.Estas curiosidades fotográficas no contribuyeron asolucionar el caso; Mary Pickford manifestó que ella "iba arezar".

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Cuando se interrogó a Mabel Normand acerca de su precozcuriosidad, admitió, toda candor, que había ido parahacerse cargo de las cartas que ella había escrito a Taylory asegurarse personalmente de que no cayesen en manosajenas. Y añadió: "Mi único motivo ha sido el de asegurarmede que unas muestras de simple y pura amistad no llegasen aser malinterpretadas" (Las misivas fueron halladas bienescondidas en una de las botas de montar de Taylor.)

Pistas posteriores en el estudio del difunto revelaronel contenido de otra carta, camuflada entre las páginas deManchas blancas, un librito erótico de Aleister Crowley.Cuando la perfumada hoja revoloteó hasta el suelo, quedódescartado que hubiese sido redactada por Mabel Normand. Elpapel color rosa pálido estaba monografiado M.M.M., a lavista de lo cual se alzaron muchas cejas. Mary Miles Minterera la respuesta de la Paramount a Mary Pickford,tirabuzones incluidos: la más genuina representación de lainocencia a secas. Sin embargo, de su puño y letra, en lanota cariñosa se decía bien claro:

Mi muy querido— Te amo— Te amo— Te amo— xxxxxxxxxxxxxxx¡Tuya siempre! Mary.[x, signos usados frecuentemente en las cartas

amorosas, muy especialmente en Estados Unidos y GranBretaña, donde cada X equivale a un beso. (N. del T.)]

Interrogada, Mary confirmó: "Amé a William DesmondTaylor. Profunda, intensamente, con toda la admiración queuna muchacha puede sentir y ofrecer a un hombre con laclase y la posición que él tenía" (M. M. M. contabaveintidós años; Taylor, cincuenta).

En el transcurso del pomposo funeral, una turbada MaryMiles Minter se aproximó al féretro y besó los labios delcadáver. Al retirarse, armó un considerable revuelo alanunciar que el muerto había hablado. "Se ha dirigido a míy me ha dicho algo así como: Siempre te amaré, Mary''.

Las circunstancias que rodeaban la muerte de Tayloreran tan chocantes que, posteriormente, serían incorporadasen algunos argumentos de novelas y guiones de películas,con todos o gran parte de los personajes de la vida real,incluyendo al criado-soprano, Peavey, cuyo hobby eratricotar chales y mantelitos de crochet. Estaba también lodel mayordomo de Taylor, un tal Sands, quien habíadesaparecido. Más tarde se descubrió que era el hermano

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pequeño del realizador, una dudosa figura con un pasadoescabroso, al margen de la ley. Taylor le había enseñadohasta hacerle adquirir una apariencia impecable y servil ala que contribuían en buen grado sus níveos cabellos.Sands, sospechoso de haber falsificado cheques y de unaposible implicación en el asesinato de su hermano, habíapuesto pies en polvorosa y jamás volvió a saberse de él.

También se descubrió que tanto Mary Miles Minter comoMabel Normand habían visitado a Taylor la noche del crimen.Mabel fue la última persona que le vio con vida. Comoregalo de despedida, el siempre galante Taylor le ofrecióel último volumen de Freud publicado en Estados Unidos.

Sólo habían transcurrido diez minutos de la partida dela limusina de Mabel, cuando una vecina, la señora FaithCole McLean, escuchó un estruendo que la hizo asomarse a laventana que daba al bungalow de Taylor. McLean declaró a lapolicía: "La verdad es que yo no estaba muy segura de queaquello hubiese sido un disparo, pues lo que oí parecía másbien una explosión. Entonces, al mirar por la ventana, vi aun hombre que abandonaba la casa caminando por el sendero.Bueno, supongo yo que debía ser un hombre. Al menos, vestíacomo tal, pero, ¿sabe usted?, de una forma peculiar.Llevaba un pesado abrigo con una bufanda alrededor delcuello y una gorra que le caía sobre los ojos. Perocaminaba como lo haría una mujer. Ya sabe, a pasitos,balanceando unas caderas anchas y con las piernas más biencortas". (¿Podría tal vez haberse tratado de la celosaprogenitora de Mary Miles Minter, la señora Shelby,disfrazada? Ella poseía una pistola calibre 38 con la quela habían visto practicando pocos días antes del crimen. Elcaso es que, poco después, fue autorizada para embarcarserumbo a Europa sin haber pasado por ningún interrogatorio.)

El enigma hubiese resultado frustrante incluso para elmismo S. S. Van Dine.

El asesinato conmocionó a Hollywood. Y fue un incidenteparticularmente perturbador para la colonia fílmica, dadoque Taylor, prominente figura social, había sido elpresidente de la Screen Director's Guild. Mundano,atractivo, bibliófilo, supuestamente soltero y con unaenvidiable reputación como rompecorazones era, en realidad,William Deane-Tanner, desaparecido desde 1908 de un hogarneoyorquino en el que había dejado abandonadas a su esposa

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e hija.Pronto se averiguó que, en su encarnación

hollywoodense, Bill Desmond, había mantenido affairessimultáneos con Mabel Normand, Mary Miles Minter y la madrede ésta, Charlotte Shelby. El "cuadrángulo" contenía todoslos ingredientes picantes que la prensa pudiera desear, enel más sensacionalista de los sentidos. Los periódicosinsinuaron asimismo que Taylor había sido la causa delsuicidio de una famosa guionista de la Famous Players,Zelda Crosby, con la que también había mantenido relacionesíntimas.

Durante la búsqueda en el bungalow de Taylor, losinspectores dieron con un nuevo y esotérico aspecto de laspeculiaridades del occiso. En un hermético armarito deldormitorio encontraron una colección sin parangón de ropainterior perteneciente a diversas chicas de Hollywood,cuyas braguitas de encaje primoroso, se hallabanclasificadas cada una con sus correspondientes iniciales yuna fecha. (Estaba más que demostrado que el viejo zorro sehabía propuesto retener un encantador souvenir de cadaencuentro sentimental.) Cuando un camisón de seda rosapálido, bordado y con las iniciales M.M.M., salió arelucir, la imagen dulce y virginal de su propietaria, MaryMiles Minter quedó hecha trizas y su carrera masacrada.(Retirada, muy a su pesar, M.M.M. buscó consuelo en losplaceres gastronómicos y, claro, ganó peso con granceleridad.) Los Tambores del destino fue su última película.

Como si todo ello no bastase, hubo un nuevo tema, el dela droga, para añadir más miel sobre las hojuelas. Lossabuesos de profesión, alias reporteros, descubrieron queel sorprendente Taylor había sido visto más de una vez enciertos sitios de alterne de Los Ángeles y Hollywood,covachas donde hombres afeminados y mujeres masculinizadas,ataviados con pintorescos kimonos y sentados en círculo,eran obsequiados con marihuana, morfina y opio junto con elté de las cinco.

Implicada en el aspecto narcótico del caso Taylor, aMabel Normand le llegó el turno de hacer mutis por el forode su carrera cinematográfica. Suzanna, el film que acababade rodar para Sennett, hubo de ser retirado de los cinestras soportar el inevitable boicot.

El epitafio a su labor lo puso la revista "Good

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Housekeeping", al sugerir que Mabel ya estaba demasiado"adulterada" para el consumo familiar. La deliciosacomediante de tantas farsas Keystone ya no significaba nadapara su antigua legión de admiradores.

Pese a que tanto Mabel Normand como Mary Miles Minterfueron los principales chivos expiatorios del caso Taylor,todo Hollywood se sintió alcanzado por el eco. Sedesparramaron lamentos por todo el país ante esta nuevaprueba de la depravación de Cinelandia. 1922 fue un año muyduro para el celuloide.

Avalanchas de prensa adversa continuaron vertiéndose;fueron formuladas incontables denuncias desde los púlpitos.Lo que temían los magnates no era precisamente la iradivina, sino la disminución de las ventas en las taquillas.El espectro de un boicot colectivo a cargo de clubsfemeninos, organizaciones clericales y comités anti-vicio,se cernía amenazante. Ante este ataque frontal delpuritanismo profesional clamando por una limpieza, algohabía que hacer para mejorar la imagen de las películas. Ydeprisa.

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La fiebre de Hays

[Hays fever ("La fiebre de Hays").El autor toma el título de HayFever ("La fiebre del heno"),una de las comedias máspopulares del autor británicoNoel Coward. (N. del T.)]

La necesidad de mejorar la imagen de las películasderivó en una limpieza general, que tomó como ejemplo lallevada a cabo en el mundo del baseball.

El multimillonario negocio de los deportes había estadoal borde del colapso cuando surgió a la luz el tongoamañado durante el Campeonato Mundial de 1919. Los mandamásdel baseball encontraron solución a sus apuros empleandocincuenta mil dólares en la compra del juez KenesawMountain Landis y convirtiéndolo en el zar que garantizabala pulcritud en el juego.

Los jefazos de Hollywood decidieron utilizar un cabezade turco similar, indispensable para arbitrar la moralidadde las películas. Y doblaron la apuesta.

De modo que, mediante cien mil pavos anuales, el puestode Zar del Celuloide fue ofrecido a un tipo afectado, conorejas de murciélago, tímido en apariencia y cincel depolíticos: Will H. Hays, miembro del poco afortunadoGabinete del Presidente, quien, como representante delComité Nacional Republicano, había conseguido inclinar lanominación a favor de Harding. (En 1928 se descubrió que elsupuestamente puro Hays, había aceptado un "regalo" de75.000 dólares y un "préstamo" de otros 185.000 del magnatedel petróleo Harry Sinclair, en señal de gratitud por haberservido al afable Harding de trampolín hacia la CasaBlanca. El retorcido Hays dio al Comité del Senado tresversiones diferentes acerca de estos sobornos; el SenadorBorah alegó que "Hays había obligado al Partido Republicanoa venderse a sí mismo frente a los saqueadores de lanación". Hays pudo escabullirse de estas acusaciones porlos pelos; en 1930, lo pillaron con las manos en la masa,pagando sumas en calidad de honorarios a los líderes"morales", supuestos jurados imparciales de la pureza de

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las películas de cara a diversas instituciones cívicas yreligiosas. El voluble Hays se las compuso muy bien en estamaniobra.)

En calidad de comandante en jefe de Harding, Haysañadió leña al fuego. Este presbiteriano, miembro de losCaballeros de Pitias, Kiwanianos, Rotarios, y además masón,supo presentarse como el único capaz de contentar a lasligas de la pureza.

Harding aceptó la dimisión de su astuto perro de presay Hays marchó a su oficina de Nueva York —una ciudadconsiderada "neutral", alejada de la carnalidad deHollywood, pero convenientemente cercana a los poderososmagnates del Cine.

En marzo de 1922, Hays se convirtió en el Zar de lasPelículas: le hicieron presidente de la apresuradamenteconstituida Motion Pictures Producers and Distributors ofAmerica Inc. En compañía de una compacta asamblea de PadresFundadores —Adolph Zukor, Marcus Loew, Carl Laemmle,William Fox, Samuel Goldwyn, Lewis y Myron Selznick—,convocó una conferencia de Prensa para propagar a loscuatro vientos lo que a partir de ese instante sería el newlook, la nueva imagen de Hollywood. (Elinor Glyn predijocínicamente: "Sólo cambiará en aquello que les dé másdinero, ya veréis".)

Los guardaespaldas de la moral en el cine comenzaron aproferir una sarta de tonterías: "El poder del cinerespecto a la moral y educación no tiene límite; por tanto,su integridad debe ser protegida como hacemos con la denuestros hijos en los colegios; su calidad, desarrolladacomo la de nuestras instituciones escolares... Por encimade todo existe nuestro deber de cara a la juventud. Hemosde tener presente esa sagrada materia, la mente de un niño,un campo limpio y virginal, una pizarra en blanco. Nuestrapostura tiene que ser de idéntica responsabilidad, el mismocuidado que adoptaría el mejor de los sacerdotes, el másinspirado educador de la juventud". A medida que Hays ibarecitando, los Padres Fundadores de Cinelandia le apoyabancon gestos, mostrando su asentimiento ante las cámaras. Lapolítica ya había enseñado a Hays todo lo que necesitabasaber acerca de la hipocresía.

La oficina Hays publicó su primer "manifiesto": laspelículas iban a ser purificadas. La inmoralidad en la

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pantalla sería tijereteada: abajo la grosería, la ropainterior, los besos lujuriosos, no más carnalidad; hachapara los que se atrevieran a infringir estas normas fuerade la pantalla. La gente de cine tendría que obligarse aobservar una Cuaresma perpetua. Serían incluidas cláusulasmoralistas en todos los contratos, a fin de mantenerincólume a la "Gente Dorada"; los astros se convertiríanpoco menos que en curas y las estrellas en monjas. Losdesobedientes serían castigados severamente.

La "fiebre" Hays inundó las administraciones. Pero losjefes supremos no se hacían demasiadas ilusiones de quedichas cláusulas morales fueran a alterar la forma de vidade la colonia. Iniciaron investigaciones secretas sobretodo bicho viviente y lanzaron sobre Hollywood una horda dedetectives. Estos se valieron de los mismos trucos desiempre, desde los sirvientes bajo soborno, hasta lasescuchas telefónicas, sin olvidar a los especialistas enespiar a través de ventanas abiertas. Cuando las medidasdieron fruto, las oficinas centrales se estremecieron.Aquello era peor, mucho peor de lo que se habían imaginado.Bajo la aprobación del Zar Hays, se recopiló un Libro Negroen el que se hallaban incluidos un total de cientodiecisiete nombres de Hollywood considerados "norecomendables" a causa de sus ya no muy privadascostumbres.

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El encantador Wally

Cuando le mostraron a Adolph Zukor el Libro de losMalditos, el mandamás de la Paramount tuvo motivos más quesobrados para alarmarse.

Encabezando la lista negra se encontraba el nombre deWallace Reid, su astro más taquillero. Zukor, cuyo estudiohabía tenido que apechugar con una sustanciosa pérdidacuando a petición del respetable público, obligó a retirarde circulación todas las cintas de Arbuckle y Mary MilesMinter, protestó amargamente al insinuársele laconveniencia de que su actor más popular fuera prohibido:"Deberían ustedes saber que lo que me piden es imposible.La medida nos reportaría una pérdida de dos millones dedólares como mínimo; sería, simplemente un suicidio." Otrosjefes de estudio a quienes de momento no afectaba la listanegra sabían que había muchas maneras de forzar la voluntadde alguien como Zukor, por muy poderoso que fuese, ydejaron caer la píldora acerca de Reid en las eternamenteávidas rotativas. El "Graphic" encabezó la campaña con estetitular:

LOS ENGANCHADOS DE HOLLYWOOD

Se insinuaba que entre los adictos a la droga másprominentes de la colonia fílmica figuraba un popularísimoastro de la Paramount. Estos rumores se confirmaron deforma alarmante cuando Wally Reid, "el rey de la Paramount"fue trasladado sin contemplaciones a un remoto sanatorio enmarzo de 1922.

Los documentos para su internamiento habían sidorellenados y firmados por Florence, la desgraciada esposade Reid, a la sazón actriz secundaria de la Universal, bajoel nombre artístico de Dorothy Davenport. Su superior, Carl"Papá" Laemmle, entre otros, había aconsejado a Florenceque la "cura" de Wally era cuestión de máxima urgencia.Ella accedió de todo corazón y hasta Zukor, aun a su pesar,concedió que era mejor mantener a Wally fuera de alcance.La Paramount puso en circulación unos cuantos eufemismossobre el "exceso de trabajo" de su actor, pero la señora de

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Wallace Reid no tardó mucho en comunicar personalmente a laprensa que su marido se hallaba sometido a una cura poradicción a la morfina.

La sensacional noticia de que Wally Reid era drogadictodejó sin aliento al público norteamericano. Reid no sóloera una popular estrella, sino el vivo exponente del "JovenIdeal". De ojos azules y cabellos castaños, Wally era unjovial gigante de 1,90 de estatura, en posesión de unencanto que corría paralelo a su habilidad como comediante,a su juventud y espléndida presencia. Ahora, su apodo, "elencantador Wally" cobraba otro significado.

Bajo su nuevo papel de cirujano restaurador de imagen,Will Hays trató de parar el golpe anunciando que "no sedebía censurar, ni mucho menos evitar, al infortunado señorReid, sino tratarle como a una persona enferma".

Ciertamente como tal fue Wally Reid manipulado y puestoa buen recaudo. El resto del año 1922 lo pasó dentro de unacelda aislada en aquel sanatorio privado. La súbitaprivación de su diaria dosis de morfina y el choqueinesperado del internamiento sólo lograron desquiciarlo.Wally se vio obsesionado por la idea de haber sidoarrollado por un tren. No se equivocaba.

La Paramount lo había especializado en una serie depelículas sobre el mundo del motor: The Roaring Road, What'syour hurry?, Double Speed —que poco tenían de recomendables,salvo la personalidad del astro situado tras el volante.Las había rodado una tras otra sin interrupción, y prontoel cansancio dejó sentir su huella.

En 1920, cuando interpretaba Forever, a propuesta de unsuave y caballeresco compañero del equipo de Sennett, Wallyprobó su primera dosis de morfina para combatir elcansancio y renovar las energías. Cuando la película sehallaba enlatada, Wally ya se había enviciado. En sucrepúsculo, cuando filmaba Clarence, tuvieron quesostenerlo ante las cámaras para poder terminar el rodaje.

Wally falleció en su solitaria celda el 18 de enero de1923. Tenía treinta años. Entre la colonia circuló el rumorde que lo habían puesto "a dormir".

Tras la muerte, su esposa Florence se apresuró aconvocar una rueda de prensa. Anunció que tenía laintención de vengar la pérdida de su marido. Ella habíadenunciado a la policía a los amigos de Wally, quienes —

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éstas fueron sus palabras— "lo condujeron a una vida en laque se mezclaban la bebida, la droga y la corrupción". Sedenominaban a sí mismos "los golfos de Hollywood", peroFlorence prefería referirse a ellos como "bohemios". Wallyse reunía con sus amigos bohemios para beber, y pronto elhogar acabó convirtiéndose en una fonda. Llegaban enmanadas a cualquier hora, por intempestiva que fuese. Sequedaban y tomaban copas. Era una fiesta detrás de otra, yde mal en peor. A esas alturas, Wally ya estaba minado. Y,para colmo, lo que faltaba: morfina.

Florence aprovechó la conferencia de prensa para dar laprimicia de que su próximo film sería Naufragio humano, conun contenido argumental denunciatorio del tráfico dedrogas. Interpretaría esa película para "poner en guardia ala juventud de la nación", y al mismo tiempo la dedicaría ala memoria de Wally. No mencionó para nada que para tanpulcro producto había contado con el apoyo de Will Hays.Finalizó su rueda con un comentario sobre su queridoesposo: "Wally ya estaba curado de su adicción, pero sehabía debilitado terriblemente. Sólo un retorno a la droga,bajo control médico, naturalmente, habría podido salvarlo.Pero él se opuso".

En la subsiguiente campaña nacional de publicidad paraalertar al público sobre los peligros de la drogadicción ypromocionar de paso Naufragio humano, Florence figuró en loscréditos del reparto como "Sra. de Wallace Reid".

Mary Pickford fue quien proporcionó a Wally su epitafioprofesional: "Su muerte es una gran tragedia. Porque yo séque, de haber vivido, hubiera hecho lo imposible porreparar todas sus faltas".

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Baños de champagne

En 1923 Will Hays lanzó un comunicado augurando díasmás claros para Hollywood: "Estamos allanando el caminopara mejorar las cosas en el mundo del cine... prontoexistirá un Hollywood modelo... Abrigo la fe de que losdesafortunados incidentes recientes pronto serán sólo unrecuerdo...".

Estos piadosos pronunciamientos no disminuyeron el tonode las campañas publicitarias de los exhibidores: películascomo De mujer a mujer, Hombres y La ventana de la alcoba,alardeaban de ofrecer un vistazo a "bellas jazz babies, bañosde champagne, banquetes de medianoche, fiestas hasta altashoras de la madrugada", así como "escotes reveladores...besos castos... besos pasionales... vírgenes en busca delplacer, madres ávidas de sensaciones...

La verdad audaz, desnuda, excitante". Cuarenta millonesde norteamericanos rendían semanalmente tributo en lastaquillas a lemas como "Toda la aventura, todo el romance,todas las sensaciones de las que Vd. carece en su rutinariaexistencia, las encontrará en las películas. Ellas letransportarán a un nuevo mundo maravilloso, lejos de lacotidiana jaula en la que Vd. se encuentra. Aunque sólo seapor una tarde o una velada ¡evádase!". Las muchedumbres delos años veinte estaban totalmente de acuerdo, pese a que,al final de cada film, Hays plantara su mensajemoralizador.

Los Mandamientos del Zar fueron recibidos con desánimopor quienes creían de buena fe en el cine como arte. Paraéstos, el advenimiento del hombre de las grandes tijeras yel cinturón bíblico era una verdadera catástrofe para elSéptimo Arte. "Argumentos que se limitan a mostrarhonestamente la realidad de la vida están siendo barridosde las pantallas", señalaron con amargura, "mientras laescoria es bendecida a cambio de que el final tenga unamoraleja y el llamado sex-appeal sufra una hipócritareprimenda". (Se referían, claro, al chaquetero de Cecil B.De Mille.)

La preocupación de Hays por la mente del niño, esa"pizarra en blanco", se traducía en que el contenido de lo

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visible en pantalla se adaptara al nivel de una criatura dediez años. Un anónimo descontento de Hollywood confeccionóun chistoso foto-montaje en que se mostraba a Haysretozando como un bebé feliz con su castillo de arena;circuló muchísimo en las fiestas, a las que él no asistía.

Aunque el comportamiento en público se suavizó encierto modo, los parties en la colonia cinematográficacontinuaban siendo tan alborotadores como siempre. Lassuites en los hoteles se habían desechado de mutuo acuerdo,por considerárselos poco adecuados para las fuerzas dealtos vuelos. La "Gente Dorada" poseía fastuosas villashispanomoriscas para sus expansiones privadas y se cuidababien de correr sus brocadas cortinas y plantar guardas enlas puertas de hierro forjado para eludir a los reporteroso a posibles espías de sus Estudios. Tras estas medidas deseguridad, los "dioses" ya podían soltarse el pelo.

Rumores de la vida disoluta de Hollywood, a espaldas deHays, se filtraban en la prensa a través de doncellas ymayordomos sobornados. El "New York Journal" comentó:"Cuando las personas pasan en pocas semanas de la pobreza ala riqueza, su equilibrio mental no siempre está a laaltura de las tensiones. De repente se encuentran enposesión de dinero, un juguete al que no estánacostumbradas, y lo gastan de forma extravagante. Puede quese embarquen en fiestas más o menos salvajes o que recurrana otros medios de relajo y estímulo. La mayoría gastaalegremente todo lo que gana... Desde que llegó laProhibición, aquellos que no habían podido acaparar bebidasvolvieron los ojos hacia otras fuentes de excitación. Lostraficantes de drogas ilegales encontraron en nuestrostiempos en Hollywood un mercado propicio".

Aunque el diagnóstico del "Journal" fuese correcto encuanto al tráfico de drogas, se equivocaba al asumir quelas gentes de cine encontraban dificultades para conseguiralcohol. Cada estrella tenía su propio proveedor, y escalarlas colinas de Hollywood con contrabando de este tiporesultaba un pingüe negocio.

La colonia cinematográfica sació su sed durante laProhibición, pero la mayoría del alcohol ilícito que seconsumía era de una calidad más que cuestionable. ArtAccord, la estrella caballista, llegó al extremo desuicidarse por las porquerías que ingirió, y otra figura

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del western, Leo Maloney, fue prácticamente asesinado por elmismo agente.

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Heroínas heroinómanas

Tras el fallecimiento de Wally Reid, los consumidoresde Hollywood no rompieron con sus hábitos, pero aprendierona usar la discreción.

Uno de los traficantes "clave" era un reposado ycaballeresco actor a quien el grupo Sennett apodaba "elconde". El había sido quien se ofreciera a Wally Reid paraponer remedio a su resaca durante el rodaje de Forever y,asimismo, había iniciado en la droga a Mabel Normand,Juanita Hansen, Barbara La Marr y Alma Rubens.

"La muchacha demasiado hermosa", Barbara La Marr, erala más rutilante e incontinente adicta de Hollywood.Revoloteó picoteando en todas y cada una de las distintasvariedades de los narcóticos, hasta ingerir la sobredosisfinal, a los veintiséis años, en 1926. Barbara guardaba lacocaína en una cajita dorada situada encima de su piano decola; su opio, con aromas de Benares, era el de mayorcalidad. Barbara, la Bella del Sur, descubierta para lapantalla por Douglas Fairbanks en Los tres mosqueteros, parecíahaber adivinado que no permanecería mucho en este mundo.Decidida a sacar a su vida el mayor partido posible,presumía de no malgastar más de dos horas diarias endormir: tenía "cosas más importantes que hacer". Susamantes se contaban por docenas —"como si fueran rosas",decía ella—, y durante su breve reinado como estrella tuvoseis maridos.

Los títulos de películas que sentaban a la "DemasiadoBella" Barbara como anillo al dedo, rezaban cual letaníacomo sigue: Almas en venta, Extraños de la noche, La mariposa blanca.Su última personificación de mujer fatal, la hizo en Elcorazón de una sirena. El suyo propio dejó de latir tras unadosis suicida. El Estudio achacó su muerte a una dieta"demasiado rigurosa".

Tras Barbara La Marr, la sensible y dramática AlmaRubens perdió su "afianzada posición en el escalafón de lafama" al zambullirse en el nocturno universo de losnarcóticos. La estrella de cabellos color ala de cuervo deLa mestiza, El precio que ella pagó y Teatro flotante se convirtió enuna verdadera heroína de la heroína, dedicando la mayor

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parte de su energía y fortuna a la obtención de drogas.La dependencia de Alma no se hizo pública hasta un

extraño incidente acaecido en la tarde del 26 de enero de1929 en Hollywood Boulevard. Aquel día la vieron correr porla calle perseguida por dos hombres: "¡Me quierensecuestrar! ¡Me quieren secuestrar!", gritaba, despojándosedel sombrero y los guantes en su huida, y tirándolos a laalcantarilla junto con su bolso.

Corrió hasta una gasolinera para refugiarse entre lossurtidores. Allí fue acorralada por los dos hombres. Almales agredió con un cuchillo que llevaba escondido entre laropa, apuñalando al más joven en la espalda. El encargadode la estación se las compuso para arrebatarle el arma,mientras el hombre de más edad le ataba los brazos tras laespalda. Sollozando, Alma fue conducida hasta unaambulancia aparcada frente a su casa de Wilton Place.

Cuando el suceso apareció en la prensa, quedó demanifiesto que Alma Rubens había apuñalado al conductor dela ambulancia y que el hombre mayor no era otro que sumédico de cabecera, el doctor E.W. Meyer. Alma había sidopresa del pánico al verles llegar a su casa para internarlaen un sanatorio privado.

Tras unos meses de tratamiento en la clínica Alhambra,fue autorizada a regresar a su hogar, bajo el cuidado deuna enfermera. En abril de 1929 amenazó a su guardiana conuna navaja, siendo reducida tras un forcejeo. Alma fuetrasladada al departamento de psiquiatría del HospitalGeneral de Los Ángeles y de allí pasó al del Estado deCalifornia para enfermos mentales, en Patton, para una curade seis meses. Al abandonarlo, declaró: "Me siento de nuevomaravillosamente bien después de este descanso. Voy a NuevaYork y trataré de recomponer mi carrera empezando por elteatro. Más adelante confío en regresar a Hollywood".

Las ilusiones de Alma de preparar su retorno enBroadway no dieron el resultado apetecido y durante supermanencia en Nueva York inició los trámites de divorciode su tercer marido, el galán Ricardo Cortez. Alma mantuvosu promesa y regresó a Hollywood en 1931, pero nada másllegar sintió deseos de visitar Aguas Calientes al otrolado de la frontera mexicana. Y allí se dirigió,conduciendo su coche en compañía de Ruth Palmer, una jovenactriz que había traído consigo desde Nueva York.

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De vuelta a Hollywood hicieron un alto en el Gran Hotelde San Diego, donde fue arrestada el 6 de enero de 1931,acusada de hallarse en posesión de cuarenta ampollas demorfina. El chivatazo provenía de Ruth Palmer, alarmadaante las explosiones de violencia de Alma. La policíaencontró las ampollas cosidas en el dobladillo de uno desus trajes. Cuando llegaron los gendarmes, Alma puso elgrito en el cielo: "¡Me han robado nueve mil dólares enjoyas y esto es una emboscada! Vine a California paravolver a la pantalla... ¡y ahora tenía que sucedermeesto!".

Tras el proceso, se diagnosticó que Alma estabaseriamente enferma y se la autorizó a volver a su hogar, allado de su madre y bajo permanente vigilancia médica.

Comprendiendo que iba a morir, Alma telefoneó al"Examiner" de Los Ángeles para ofrecer una postreraentrevista: "Me he sentido tan desdichada durante tantotiempo... Sólo me dirigía a profesionales buscando aliviara mis penas. Me decían: 'Toma esto contra el dolor y tesentirás con fuerza para continuar'. Cuando me ofrecían eseterrible veneno, yo ignoraba de que se trataba. Fui de unoa otro. Uno de ellos hasta se rió de mí cuando le confeséque me acobardaba la droga. Me dijo: 'No tengas miedo, unavez que te hayas recuperado no la volverás a necesitar'.

»Pero continuaron dándome más, y más. Mientras tuvedinero, podía pagarlas y adquirirlas. Tenía miedo decontárselo a mi madre, a los amigos. Mi único deseo eraconseguir drogas y consumirlas en secreto. Ojalá hubiesepodido arrodillarme ante la policía o ante un juez yrogarles que endureciesen las leyes, para que sus propiosesbirros renunciasen a los asquerosos dólares que lostraficantes les dan como precio de la impunidad." El 22 deenero de 1931 Alma murió a los 33 años.

Otra heroína de la heroína fue una delicada rubia,Juanita Hansen, "la chica Mack Sennett" por antonomasiaarrastrada a las drogas junto con el elenco Keystone. ElConde la había abordado en la mañana tempranera de un lunescuando ella se hallaba aún bajo los efectos de un fin desemana etílico. Usó su habitual carta de presentación:"Encanto, ¿te sientes mal? Yo puedo quitarte laresaquilla". La primera dosis, faltaría más, era gratuita.La caída era de cajón.

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Bien pronto, Juanita pagaba setenta y cinco pavos poruna onza de lo que fuese. Años más tarde recordaba en LosÁngeles el encuentro con su camello: "Un mercachifle, elmismo tipejo de aquel infausto día, en el mismo lugar, y elque me había vendido el primer 'ramillete' de heroína. Apartir de entonces fui una de sus mejores dientas. El eraun actor bastante conocido, aunque no una estrella. Toméuna dosis allí mismo. Los médicos, el hospital y lospeligros a los que me exponía me traían sin cuidado. Loúnico que contaba era la heroína. Compré un buen repuesto".Así pudo el Conde añadir una nueva luminaria al "Callejónde los Sabores".

Mientras Barbara La Marr y Alma Rubens habíanconseguido de alguna forma evadir la lista negra del Librode los Malditos, que precedió a la muerte de Wallace Reid,Juanita Hansen no fue tan afortunada. Su nombre fueencontrado en una carta de cierto médico de Oakland, aquien ella había dirigido sus súplicas en busca detratamiento. Acto seguido, tras la muerte de Reid, Juanitafue arrestada retenida en prisión durante un período desetenta y dos horas, a fin de determinar si era o noadicta. No lo era entonces, pero los titulares en primeraplana acabaron con su carrera. Juanita, la intrépida Reinade los Seriales y estrella de La ciudad perdida, emprendió elcamino hacia el olvido. Su "retorno" no fue en el lienzo deplata, sino dentro de la muy digna y responsable FundaciónJuanita Hansen, cuya principal labor era azuzar a losmédicos para que declararan la guerra a la adicción "de lamisma forma que la cruzada contra la sífilis".

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Los Nuevos Dioses

A pesar de la cláusula relativa a la moral, que habíasido añadida a los contratos, de las advertencias de Hays yde las oficinas centrales, las jaranas en los círculosprivilegiados, haciendo caso omiso de los ejemplos de lasestrellas caídas, prosiguieron sin disminución durante losviolentos años veinte.

Los Nuevos Dioses estaban decididos a vivir sus propiasleyendas hasta el máximo —¡y al infierno con los Hays y lasDoñas Purezas de Norteamérica! Los excesos de las estrellaseran alardes de desenfado y cinismo característicos de laimberbe Era del Jazz. La amargura y la sordidez permanecíanlatentes, pero la actitud general parecía resumirse en unsimple "Bueno, ¿y qué?". Edna St. Vincent Millay resumió enuna sucinta guía las características que distinguían a laGente Dorada.

Mi vela se quema por ambos extremos;No durará toda la noche;Pero, ¡ay, amigos y adversarios míos, si vierais qué

luz tan bella!

"¡Ay, las juergas que nos corríamos!", recordaría, másadelante la Swanson. "En aquellos tiempos, el públicodeseaba que viviésemos como reyes y reinas. Y así lohacíamos. ¿Por qué no? Estábamos enamorados de la Vida.Ganábamos más dinero del que jamás hubiésemos soñado, y nohabía el menor motivo para pensar que aquello pudiese tenerfin."

Mientras sus adversarios la denostaban, la pandilla"in" de Hollywood se agitaba en una atmósfera de lujovertiginoso: oníricos castillos hispano-moriscos,Valentino, edificado en lo alto de una colina, con sussuelos de mármol negro y el dormitorio de igual color; lacasa de Marion Davies en la playa de Santa Mónica, con cienhabitaciones, salón dorado, dos bares, pinturas de viejosmaestros, su salita de proyección y la amplia piscina a laque se accedía por un puente de mármol; el baño romano enel living de Pola Negri, y la enorme tina empotrada de

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Barbara La Marr, con sus grifos de oro, en el cuarto deaseo, todo él en ónix; Greenacres, de Harold Lloyd, unafortaleza de cuarenta y una habitaciones, con fuentes quepodían rivalizar con las de Tivoli; el baño de oro macizode Gloria Swanson en un marco de mármol negro; el comedorde Tom Mix con su fuente reflejando los colores del arcoiris; "La Tentadora", goleta de John Gilbert, "El Vampiro",su motora, "La Harpía", su bote de vela, "La Bruja", suchalupa, los sirvientes polacos y una orquesta particularde balalaikas; el rincón chino de Clara Bow y los pomos deoro puro en las puertas de Charles Ray.

Si el McFarlan de color azul de Wally Reid jamás volvióa cruzar el Sunset, había suficientes cacharros capaces dereemplazarlo: el rojo convertible Kissel de Clara Bow, consu pareja de perritos chow haciendo juego; el Voisin deValentino, hecho a medida, con el tapón del radiador enforma de cobra, el Pierce-Arrow amarillo canario de MaeMurray, o su más formal Rolls Royce con chófer uniformado;el sedán púrpura de Olga Petrova; el Lancia enteramentetapizado en leopardo de Gloria Swanson.

En esa época, los boudoirs de Joseph Urban estabanempapados en Shalimar, los modelos parisinos de más de tresmil dólares duraban lo que una noche de fiesta, el dineroentraba por arrobas y se iba a puñados, el licor eraclandestino pero abundante, y cualquier estrella podíacomprar la llave que abría las puertas de un paraísoartificial.

Los astros trabajaban duramente toda la semana; a lasdiez de la noche solían irse a la cama, prevenidos para latemprana llamada mañanera. Los fines de semana, sinembargo, eran desenfrenados. Como si cambiarse a cadamomento de traje durante toda la semana bajo la potente luzde los focos no fuese suficiente, el pasatiempo favorito loconstituían las fiestas de disfraces.

Fue célebre el baile de máscaras organizado por MarionDavies en 1926 en el gran salón del Ambassador,transformado para la ocasión en un suntuoso escenariohawaiano. Mary Pickford llegó como Lillian Gish en LaBohème; Douglas Fairbanks era Don Q., el hijo del Zorro;Charles Chaplin, Napoleón; John Gilbert se presentó comoRed Grange, con atavío de futbolista y peluca rojiza;Lillian Gish era una heroína de Jane Austen; Bebe Daniels,

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una Juana de Arco en lamé de plata; Elinor Glyn, Catalinade Rusia; Marshall Neilan y Allan Dwan eran los barbudosHermanos Smith, inventores de las pastillas contra la tos,mientras que la propia Davies representaba a una beldad delsiglo XIX. (John Barrymore se presentó como un vagabundotan realista que le negaron la entrada.)

Las estrellas llevaban la moda hasta el último extremopara cualquier aparición en público: la Swanson encabezabael desfile en la Alameda de las Plumas. Las facturasanuales de Gloria podían desglosarse así: abrigos depieles, 25.000 dólares; otros tapados, 10.000: vestidos,50.000; medias, 9.000; zapatos, 5.000; ropa interior,10.000; bolsos, 5.000; blusas, 5.000, y otros 6.000 paranubes de perfume.

En aquel tiempo la Swanson ganaba 900.000 dólares alaño bajo contrato con la Paramount.

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Las ninfas de Charlie

Mientras la de por sí exhibicionista Gente Doradairrumpía en los estruendosos años veinte a un ritmofrenético, había entre ella una pequeña y solitaria figuradedicada al cine como arte. Este hombre era británico, ybritánico seguiría siendo.

Charles Spencer Chaplin asistía a los festejos quedaban los demás —los de disfraces, no los "escandalosos"—pero nadie recordaba que él hubiese ofrecido uno jamás.

Este obsesivo del trabajo bien hecho prefirió erigir supropio estudio en un terreno que había adquirido en laesquina del Sunset Boulevard con La Brea, y se pasaba mesesenteros perfeccionando las tomas de sus películas. Chaplinno solía ir en pos del escándalo; era éste quien lobuscaba. A partir de su meteórico ascenso a la fama habíasido objeto de todo tipo de especulaciones en la coloniafílmica. Algunas de ellas estaban relacionadas con suprobada avaricia, pero el tema más popular para el cotilleoera el gancho que este hombrecillo tenía con las mujeres.Su nombre había estado vinculado a los de Edna Purviance,Lila Lee, Josephine Dunn, Anna Q. Nilson, Thelma MorganConverse, May Collins, Claire Windsor, Clare Sheridan yPola Negri.

Una ninfa relevante en la vida de Charlie fue una delas mujeres más ricas del mundo; la primera coristabuscadora de oro procedente del elenco Ziegfeld, PeggyHopkins Joyce. Se había instalado confortablemente enHollywood con tres millones de dólares en su cuentacorriente (procedentes de las asignaciones de sus cincomaridos) en el año 1922, repleto de escándalos, sólo paracomprobar por sí misma si la tan mentada ciudad del pecadohacía honor a su reputación.

Peggy se plantó en Hollywood con un elegante vestidonegro y un generoso muestrario de esmeraldas y diamantes;cierto joven acababa de suicidarse en París por su amor. Elluto de ella se limitó únicamente al guardarropa y muypronto se encontró cenando con Charlie, tête à tête. Su formade presentarse tuvo el mismo candor que el de una corista:¿"Es cierto, Charlie, lo que afirman todas las chicas, que

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estás mejor dotado que un semental"?.La gran rubia y el pequeño cómico se apresuraron a

gozar de un veraneo anticipado en la Isla Catalina. Comocoartada para este idilio, Chaplin aprovechó para localizarlos exteriores de Napoleón, su proyecto más inminente.

Peggy y Charlie encontraron una discreta ensenada en laparte más solitaria de la isla, desde donde podían hacerexcursiones y practicar el nudismo sin ser observados; almenos eso imaginaban. La presencia de las dos celebridadesen la islita no había pasado sin embargo inadvertida, yalgunos de los más curiosos nativos de Catalina escalaronlas montañas que dominaban la bahía equipados con potentesbinoculares. Al poco tiempo, las cabras salvajes oriundasde Catalina eran apodadas "Charlies".

En el transcurso de su breve, pero intensa amistad,Peggy obsequió a Charlie con el relato de su vida de"buscadora de oro". El hizo buen uso de estas anécdotas, yalgunos incidentes de la temprana carrera de la Hopkins-Joyce le aportaron la necesaria inspiración para su filmUna mujer de París.

Las "mujercitas" en la carrera hollywoodense de Charlieestablecieron su reputación como "gallo de corral". Laprimera ninfa fue la rubia y menuda Mildred Harris, quesólo contaba catorce años cuando encontró a Charlie en unainocente fiesta playera en Santa Mónica. Cuando Chaplin lapidió en matrimonio, ella tenía solamente dieciséis años.Charlie había sido debidamente informado de su estado deembarazo, y el casamiento parecía ser la forma másdeportiva de encarar la cosa.

Sólo habían transcurrido cuarenta y ocho horas tras laceremonia, cuando el jefazo de un Estudio recién surgido,un ex-chatarrero llamado Louis Mayer, ofreció a Mildred uncontrato. Ella lo firmó. Mildred poseía un rostroagradable, pero no era actriz. Sin embargo a Mayer lepareció rentable lanzarla como "señora de Charlie Chaplin".

Este contrato disgustó a Chaplin, que no había sidoconsultado. Mayer anunció a bombo y platillo que el primervehículo estelar para Mrs. Chaplin (Mildred Harris) seríauna saga sobre incompatibilidades domésticas titulada El sexodébil.

Como pareja artística, Charlie, de veintinueve años, yMildred, de dieciséis, no funcionaron demasiado bien.

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Chaplin le confió a Fairbanks que su jovencísima esposano era precisamente un peso pesado mental. Una ráfaga detragedia se filtró cuando Mildred escapó de la muerte porpelos al dar a luz; el bebé, un niño, resultó un entedeforme que sólo sobrevivió tres días. Fue enterrado en elHollywood Memorial Park bajo una losa en la que se leía "ElRatoncito" y sobre cuyo dibujo el especialista había fijadouna encantadora sonrisa. La criatura no había sonreídojamás.

Al lanzar Mayer una campaña de publicidad basada en la"famosa esposa del comediante", el matrimonio Charlie-Mildred hizo aguas y comenzaron a recriminarse mutuamente(ella le acusaba de crueldad, él alegaba infidelidad) entodos los titulares de la nación. Chaplin era lo bastantediscreto como para atraer la atención sobre sus fugas dellecho conyugal —a menudo solía pasar la noche en compañíade Nazimova, la "Mujer de los Mil Caprichos" de la Metro.Charlie estaba indignado con la desaprensiva explotación desu nombre para promocionar las películas de Mildred, lasegunda de las cuales no era más que una barata imitaciónde Mary Pickford titulada Polly, la del País de las Tormentas. Dadoel carácter y el temperamento de Charlie, era evidente quela chispa no tardaría en saltar. El 8 de abril de 1920 tuvolugar un encuentro fortuito en el atestado comedor delconcurrido Hotel Alexandria. Sentados en mesas diferentespero una en frente de la otra, Chaplin acusó a Mayer deenvalentonar a Mildred respecto de los preliminares deldivorcio. Cuando Mayer se levantó para dirigirsemajestuosamente hacia el vestíbulo, Chaplin le siguió.Mayer se volvió y le gritó "¡Pervertido asqueroso!".

Chaplin le retó a que se despojase de sus gafas, a loque Mayer respondió quitándoselas con su mano izquierda ynoqueando a Charlie con la derecha. Un atento Jack Pickfordlevantó a Charlie del macetón con palmera en donde habíaaterrizado y se lo llevó chorreando sangre. Mayer, que ensus difíciles años de chatarrero de New Brunswick habíaaprendido a sacudirse a sus adversarios, le miró desdeñosoal verle partir: "Sólo hice lo que cualquier hombre hubierahecho".

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Lo: Lita

Y llegamos al modelo original, la más legendaria de lasninfas: Lolita.

¿Quién era Lolita? Había nacido en Hollywood, de madremexicana y padre norteamericano con ascendencia irlandesa,el 15 de abril de 1908. Su nombre de pila era LillitaMcMurray. Se había criado en el sector pobre del Sunset, nomuy lejos del Estudio de Chaplin, en un cuchitril dealquiler muy bajo. Descarada, aunque no inteligente, con unóvalo ancho y frente estrecha, no fue ninguna lumbrera enla escuela.

Cuando Chaplin puso sus ojos por primera vez en Lolita,ella tenía siete abriles. El año era 1915; el lugar, unconocido salón de té frecuentado por la gente de cine, laposada Kitty's Come-On, donde la señora McMurray (Nana)trabajaba como camarera. La pequeña Lolita atrajo laatención de Charlie (ella sabía perfectamente quién eraél), allí, de pie; mirándole. Lo que Charlie vio fue unapequeña, vestida un tanto frívolamente, en posesión de unpar de ojos descarados. El, improvisando una pequeña ydivertida pantomima, le hizo señas para que se acercara, lepreguntó su nombre, y pronto ambos se encontraroncompartiendo pasteles y té servidos por una vigilantecamarera: Nana.

No había transcurrido mucho tiempo, cuando Lolita yaactuaba como extra infantil y aparecía como el angelitoflirteador en la secuencia "celestial" de El Chico, y mástarde como la virgen de La clase ociosa. Chaplin la ayudó muchoconcediéndole papelitos sin frase. Con la llegada de loscheques endosados a nombre de su pequeña, la señoraMcMurray pudo renunciar a la tarea de servir mesas,dedicando todo su tiempo a la "educación" de su hija. Nana,semestre a semestre, sólo se preocupó de enseñar a suretoño una asignatura: cómo casarse con un millonario.

Lolita, a los doce, trece, catorce, quince añitos, yChaplin, el gallo del corral, el halcón de presa, nuncademasiado lejos, observando a distancia cómo florecía elcapullo. Y bien, Lolita se había desarrollado lo suficientecomo para convertirse en una primera dama.

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Chaplin se encontraba en los preparativos de La quimeradel oro. ¿No era Lolita ideal para el personaje de lamuchacha del salón de baile? Así lo creyó Chaplin;alborozadamente la señora McMurray coincidió. En marzo de1924, Lolita firmaba el contrato brincando arriba y abajo ymusitando alegremente: "¡Qué bien! ¡Qué bien!", mientrasuna complacida Nana la contemplaba. Ella comprendía que suhijita era menor de edad, pero no demasiado para no retozarpor ahí con quien estaba instruyéndola en el arteinterpretativo. (Lolita había sido ya sobradamentealeccionada por Nana sobre el personaje que deberíainterpretar para Chaplin.)

Con tan devota mamá a sus espaldas, Lolita, a losdieciséis años, se convirtió de la noche a la mañana enestrella de los Estudios Charlie Chaplin; su nombre fuecolocado en la puerta del camerino que antes perteneciera aEdna Purviance, redecorado ahora al gusto de Nana.

Siguiendo una respetada tradición fílmica, su nombrehabía sido alterado y, a partir de ahora, Lolita pasaba aser Lita, y el McMurray se convirtió en Grey (Gris era elcolor y el nombre del gatito de angora que Chaplin habíaregalado a su jovencísima estrella-querida, pues en amantesse habían convertido hacía escaso tiempo). El gatitoacompañaba a Lita al Estudio Chaplin, como lo hacía laambiciosa mamá, que jamás perdía comba.

La prensa ensalzaba hasta las nubes la aparición de lanueva luminaria, por su belleza, talento y "aristocráticasraíces hispánicas", y, cuando llegó el turno de que Laquimera del oro comenzase su singladura ante las cámaras,previamente Chaplin había rodado ya millares de metros deLita en la sala de baile. Fue un trabajo muy arduo. Porque,a pesar de la obstinación de Charlie, ella no sólo no sedejaba manejar, sino que además era muy difícil defotografiar. Lo que Charlie creía ver en ella, un ciertoencanto infantil, parecía evaporarse bajo los cegadoresfocos, y los trucos del director no servían de nada paradevolvérselo. Chaplin comenzó a pensar que la aleteantepresencia de la madre de la artista, Nana, hacía imposibleque su capullo floreciera.

Entonces, cierto monótono día, en el decorado de laatiborrada sala de baile, bajo los reflectores, mientrasLita trataba por enésima vez de sacar adelante su tango, se

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llevó las manos al estómago y soltó un grito. De estaforma, los equipos técnico y artístico de La quimera del oro,incluyendo a su realizador, fueron informados de que sehallaba encinta.

En lo que se refiere a la señora McMurray, siempre aprudente distancia, el feliz acontecimiento se habíaanticipado. De modo que aquello le dio pie para montar sunúmero, invocar a todos los santos españoles e inclusofingir un desmayo.

Las cosas marchaban de acuerdo con su plan: habíallegado el momento de que el tío Edwin McMurray (porcasualidad abogado de profesión) se entrevistase conChaplin y le recordara que el sexo prematrimonial con unamenor de edad era, según los estatutos, equivalente a laviolación.

El subsiguiente matrimonio forzoso, consumado el 24 denoviembre de 1924, alimentó a los titulares bajo ladefinición de "escándalo anual de Hollywood". Aquél fue elbautismo de fuego de Chaplin. El trató de evitar eltumulto, pero cincuenta reporteros salieron en estampidatras la pareja cuando atravesaban la frontera de México enpos de una anónima y rápida ceremonia. En lugar de ello, sevieron obligados a practicar el juego del escondite enmedio de una polvorienta ola de calor y con la amenaza deuna fastidiosa horda de periodistas.

No había un solo lugar donde esconderse en la andrajosaciudad de Empalme (Estado de Sonora) cuando en el recintodel Juez de Paz efectuaron su entrada Charlie Chaplin, detreinta y cinco años, y su embarazadísima novia dedieciséis, con todo el mundo pendiente de ellos. La madre yel tío de Lita también estaban presentes... para asegurarsede que el novio no pusiera pies en polvorosa. Lo que sedice toda una historia.

Los reporteros dieron fe de que, mientras los reciéndesposados trataban de abrirse paso a través de la nube dereporteros, Chaplin estaba lívido. Desviando las preguntasimpertinentes con su mejor sonrisa, alcanzó su limusina einició la huida dejando a los perros de presa mordiendo elpolvo. Mientras el novio y su ninfa atravesaban lafrontera, un escritor de la plantilla de Hearst,telefoneaba su exclusiva sobre la cacería de la boda através de las llanuras.

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A su regreso a Los Ángeles, se pudo escuchar a Chaplin,que se había sumado a un grupo de amigos presentes en eltren donde pasaba su luna de miel, hacer este comentario:"Bien, muchachos, esto es mejor que estar en la cárcel,pero no durará".

Cuando los titulares en primera página sobre Charlie ysu niña-novia se esparcieron por toda la nación, Lita Grey,que llevaba alas en su corta intervención en El Chico y habíarodado miles de metros inservibles a La quimera del oro, eraya tan conocida como cualquier estrella de Hollywood. Pero,a partir de su encinto matrimonio, hubo de "retirarse de lapantalla".

El alejamiento iba a brindarles, a Lita y al resto delclan de los McMurray, ciertas compensaciones. Nanatrabajaba en la sombra para asegurarse de que la carreracinematográfica a la que su pequeña había renunciado fuerareemplazada por algo más sólido. Ella y tío Ed calculabanque Chaplin poseía bienes por valor de dieciséis millonesde dólares.

A su regreso a la mansión de cuarenta habitaciones enBeverly Hills, los recién casados fueron escoltados hastael porche por Nana. Y como si encarnara una pesadilla, lasuegra, señora McMurray, invitándose a sí misma, se instalócómodamente en la casa... durante dos atormentadores años (lamamá política esgrimió como pretexto que Lita era una"criatura" incapaz de lidiar con todas las facetas de unhogar).

Los periódicos dieron cuenta del nacimiento de un niño,Charles Spencer Chaplin hijo, el 28 de junio de 1925, sietemeses después del casamiento. Un segundo vástago, SydneyEarle Chaplin, vio la luz por primera vez el 30 de marzo de1926, justo nueve meses y dos días más tarde. Paraentonces, Chaplin ya no era dueño de su hogar. El clanMcMurray, de Beverly Hills, había tomado posesión de lacasa y el denominador común eran unas enormes yalborotadoras fiestas (con bebidas). En la noche del 1 dediciembre de 1926, Charlie que regresaba al hogar tras undifícil día de rodaje de El circo, se encontró con que otracarpa, pero de borrachos, se había adueñado de su refugio.Tuvo lugar la inevitable explosión y, tras un intercambiode palabras airadas, Lita empacó a sus nenes y se marchóseguida por el clan McMurray y su escolta de invitados

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ebrios.Para cuando Lita hizo la petición de divorcio el 10 de

enero de 1927, el diabólico plan urdido por la madre y lahija para sacar tajada de Chaplin y de su dinero se habíadebilitado y era demasiado tarde. El dúo dinámico renuncióa los derechos sobre su presa por un precio: un millónlimpio.

Durante los dos años de matrimonio infernal, la pequeñaLolita se había metarfoseado en una feroz Jantipa, siemprebajo la dirección de Nana. Cada movimiento de Chaplin en lacasa, cada salida y entrada que oliese a pecadillo, cadaobservación liberal o sugerencia íntima, compartidas con suesposa en el tálamo, eran transmitidas de hija a madre yanotadas por ésta en su Gran Libro Mayor. Entonces Nanallevaba la evidencia a tío Ed, el abogado de la familia.

Cuando Chaplin se evadió, interrumpiendo su trabajo enEl circo para refugiarse en el hogar de Nathan Burkan, suasesor en Nueva York, todas sus propiedades fueronembargadas por el equipo legal que encabezaba el tío Ed.Chaplin sufrió una depresión nerviosa y fue tratado en casade Burkan por el doctor Gustav Tiek, un eminenteespecialista en tales desequilibrios. Vuelto a su estadonormal, Chaplin creyó desfallecer al enterarse de que todoel país estaba virtualmente inundado de maliciososartículos inspirados en sus dos años de matrimonioinfernal.

Cuarenta y dos páginas impresas en forma de panfletosbajo el título de Las quejas de Lita Grey, fiel transcripción delas causas por las que Lita solicitaba el divorcio,mantuvieron en vilo a todos los pazguatos del país y, depaso, se vendieron miles de copias a razón de un cuarto dedólar semanales.

Según las Quejas, desde el primer momento de intimidad,"el Demandado jamás había sostenido relacionesmatrimoniales con la Demandante en la forma acostumbradaentre marido y mujer". (Lo cual lleva a preguntarse cómo selas había arreglado ella para concebir.)

Casualmente había entre los textos un término latino,fellatio, que indujo a un buen número de jovencitas a indagaren los diccionarios. Al parecer, a la señora de Chaplin nole gustaba perpetrar este acto "anormal, contranatura,perverso, degenerado e indecente" (tal como fue descrito

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por los abogados de Lita), pese a que Chaplin la animabacon un "relájate querida, todos los casados lo hacen".

Durante los trámites del divorcio, los dos nenes fueronzarandeados ante el juez y los fotógrafos en unaconmovedora demostración de amor maternal. Los agravantesen contra de Chaplin enumerados en las Quejas podíanresumirse en cinco apartados básicos:

1. La Demandante había sido seducida por el Demandado.2. El Demandado no consintió en casarse con la

Demandada hasta ser apremiado y forzado a hacerlo y,siempre, reservándose la opción de divorciarse.

3. El Demandado había solicitado de la Demandante quese sometiese a un aborto nada más confirmarse su condiciónde embarazada.

4. Para precipitar el divorcio, el Demandante sometió ala Demandada a un calculador plan de cruel e inhumanotratamiento.

5. Las pruebas de estas acusaciones estánsuficientemente comprobadas por la inmoralidad de laconversación cotidiana de Charles Chaplin, así como por susteorías relativas a las cuestiones más sagradas, a las queél no concedía el menor respeto.

Para ilustrar la acusación número 5, Lita citónumerosas conversaciones en las cuales Chaplin se expresabafrívolamente sobre la institución matrimonial y lalegislatura sobre el sexo en el Estado de California. Ensus persistentes esfuerzos por "rebajar y corromper susimpulsos morales, por aniquilar su código de decencia",Chaplin incluso leía a Lita trozos de un libro tan"depravado" como El amante de Lady Chatterley de D. H. Lawrence.

Otra tentativa de educar a la esposa, resultóigualmente denigrante:

"Por ejemplo, cuatro meses antes de la separación entreel Demandado y la Demandante, el Demandado sugirió que unajovencita con una reputación basada en la práctica de actosde perversión sexual, pasara la noche en el hogar. ElDemandado le dijo a la Demandante que entre los trespodrían pasar juntos un rato estupendo." Lita dijo que, alrechazar ella tal proposición, Chaplin, exasperado le habíagritado: "¡Uno de estos días vas a colmar mi paciencia y

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soy capaz de matarte!".Por su parte, Chaplin hizo las siguientes declaraciones

a la prensa: "Me casé con Lita Grey porque la amaba, y comopeor se portaba conmigo, al igual que tantos otros tontos,más la quería. Me temo que todavía la amo. Me aturdió yestuve al borde del suicidio el día en que me dijo que yano me quería, pero que deberíamos casarnos. La madre deLita sugería constantemente que nos desposáramos; yo lecontestaba que estaba dispuesto, a condición de quepudiésemos tener hijos, pues me consideraba estéril. Era sumadre quien, continua y deliberadamente, ponía a Lita en misendero, alentando nuestras relaciones".

La reacción de la prensa no fue enteramente contraria aChaplin. H. L. Mencken comentó en el "Baltimore Sun": "Loschaqueteros que hace seis semanas se deshacían con Chaplinahora se disponen a bailar alrededor de la pira mientras élse quema; el artista está aprendiendo algo sobre lapsicología de las masas... De un juicio público, quecontiene acusaciones de tipo sexual, se ha hecho unCarnaval que alcanza a todos los Estados Unidos deAmérica...".

La pandilla de Lita se apercibió de un giro en latormenta a favor de Chaplin, de modo que decidieron jugarla última baza. Amenazaron con desnudar en el Tribunal a"cinco primerísimas figuras cinematográficas" con quienesCharles, durante su matrimonio, había mantenido relacionesíntimas.

Aquello precipitó el desenlace. Para evitar que losnombres de esas actrices fueran involucrados en el caso(particularmente el de Marion Davies, que había ofrecidorefugio a Chaplin en su casa de la playa durante numerosasnoches, cuando las cosas se ponían feas en el hogar),Chaplin capituló. Se llegó a un acuerdo en dinero contantey sonante, y Lita cambió sus sensacionales "quejas" por unasimple acusación de crueldad mental.

El 22 de agosto de 1927, tras una actuación de veinteminutos en el estrado, Lita era recompensada conseiscientos veintiocho mil dólares, y un vacilante Chaplinregresaba a Hollywood para reanudar su labor en El circo,interrumpida durante un año a causa del litigio. Estabanuevamente soltero, pero había llegado a convertirse en unamargado payaso que confesaría a Rollie Totheroh, su

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operador: "Todo lo que he tenido que pasar me ha envejecidodiez años".

Para retomar su personaje, Chaplin se vio obligado ateñir de oscuro sus cabellos; como el superviviente delMaelstrom, su encuentro con Lilith-Lita le había hechoencanecer.

Por lo demás, sólo fue una consecuencia lógica que Litase repartiese el botín con la directora del espectáculo:Nana.

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El coche fúnebre de William Randolph

El mismo mes del desastroso casamiento de Chaplin conLita Grey, Hollywood se vio amenazado por otro levedesastre. También éste involucraba íntimamente al bueno deCharles, si bien acompañado de un nutrido reparto estelar.El nuevo caso hubiese triplicado la tirada de cualquierperiódico, pero sólo una línea dio cuenta de él: DISPARANCONTRA PRODUCTOR DE CINE EN EL YATE DE HEARST. El artículo,aparecido en el "Times" de Los Ángeles, fue eliminado entiradas posteriores. Se estaba produciendo un gigantescoenjuague.

William Randolph Hearst, lúgubre Señor de la Prensa,estaba entre bambalinas. Era tan temido, que ni siquierasus competidores se atrevían a enfrentarse abiertamente conel formidable W. R. Pese a que su asociación con MarionDavies era notoria, jamás sus nombres aparecían reunidospúblicamente en los periódicos. La fortuna de Hearst, decuatrocientos millones de dólares, era como una mina deplata que él manejaba a nivel de coloso. La Prensa habíaoído rumores acerca de algunos periodistas que habían sidomarginados de cualquier posible empleo después de haberledisgustado. Aunque comentarios de su liaison habían aparecidofrecuentemente en la prensa amarilla, en esta ocasión sedecidió hacer la vista gorda.

Hearst había fundado la Cosmopolitan Productions, paramayor gloria de Marion Davies, en un supremo alarde deegolatría. Su cadena de diarios y revistas la proclamabanincesantemente como el mayor milagro surgido en el mundodel cine; un inmenso mausoleo georgiano había sido erigidopor la varita mágica de Willie en la playa de Santa Mónicapara albergar a su atractiva querida. Los parties de Marionen su casa de la playa eran los más extravagantes que lacolonia fílmica jamás hubiera presenciado; la Gente Doradase deshacía ante la oportunidad de tener acceso a losHearst y concedía a Marion una excelente puntuación comoanfitriona, aunque, en privado, nada más volver ella laespalda, se mofaran de sus intentos histriónicos en lapantalla.

Para renovar la diversión, Hearst había hecho traer

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desde el Canal de Panamá al Oneida, su yate de 60 m(palacio flotante que había pertenecido al Kaiser), y lomantenía anclado en San Pedro. Las invitaciones para lasfiestas íntimas a bordo del barco eran todavía máscodiciadas que las de la casa de la playa.

La crema de Hollywood recibió la invitación de Hearstpara participar en una travesía del Oneida a partir del 15de noviembre de 1924, incluida una excursión a San Diego.El pretexto era la celebración del cuarenta y trescumpleaños de Thomas H. Ince, pionero realizador-productory padre del western. Hearst se encontraba a mitad de lasnegociaciones con Ince para utilizar su Estudio en CulverCity como base de los futuros proyectos de la Cosmopolitan.

Entre la quincena de elegidos figuraban algunos amigosde Ince, como su administrador y consejero George H. Thomasy su amante, la actriz Margaret Livingstone (su esposa Nellno estaba invitada, por supuesto). Otros huéspedes eran laautora inglesa Elinor Glyn; las actrices Aileen Pringle,Seena Owen y Julanna Johnston; el doctor Daniel CarsonGoodman, jefe de ejecutivos de la Cosmopolitan; JosephWillicombe, secretario de Hearst; el editor Frank Barham ysu esposa; Ethel, Reine y Pepi, respectivamente hermanas ysobrina de Marion.

Marion Davies fue recogida en el plató de Zander the Greatpor otros dos invitados, Charlie Chaplin y una periodistade Nueva York, especializada en cine, Louella O. Parsons,por primera vez de visita en Hollywood. Los tres juntoshicieron el viaje por carretera hasta San Pedro.

El Oneida se hizo a la mar con su cargamento decelebridades, una banda de jazz, una buena provisión dechampagne de inmejorable y rancia cosecha, y Marion (deveintisiete años) y su Papaíto (de sesenta y dos) comoanfitriones. El patrón, Hearst, señaló una ruta hacia elSur, dejando atrás Catalina y navegando hacia San Diego yBaja.

Tom Ince perdió el barco. Obligado a presidir elestreno de su última producción, The Mirage, resolvió tomarel último tren a San Diego, donde subiría a bordo delOneida cuando éste atracara.

Se cuenta que el festejo de cumpleaños en cubierta fuedivertidísimo... hasta cierto punto. Más allá de ese punto,el Oneida se hizo a la mar hacia un banco de niebla de

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confusas historias.La versión oficial, emitida por la Casa Hearst, no

podía ser más sencilla: el infortunado Tom Ince,indigestado merced a la generosa y "hearstiana"hospitalidad, había fallecido en el transcurso de su"escorpionesca" fiesta de cumpleaños.

La primera reseña aparecida en las publicaciones de laCadena Hearst era una engañifa sin ton ni son.

UN COCHE ESPECIAL TRASLADA A CASA A UN HERIDO DESDE ELRANCHO.

"Ince, en unión de Nell, su esposa, y sus dos hijos, sehallaba visitando a William Randolph Hearst en el Rancho deéste, días antes de sobrevenirle el ataque. Cuando,súbitamente, la enfermedad se abatió sobre el magnate, éstefue trasladado inconsciente a un coche especial, atendidopor dos especialistas y tres enfermeras, y conducido contoda celeridad a su hogar. Su esposa, hijos y hermanosRalph y John se encontraban a su lado al sobrevenir eldesenlace."

Desgraciadamente para Hearst, existían testigos quehabían visto a Ince abordar el yate en San Diego. Y, paracolmo de infortunios, Kono, el secretario de Chaplin, sehabía dado perfecta cuenta, cuando el productor eradesembarcado del Oneida, de que en la cabeza de Ince habíaun agujero de bala. ¿Indigestión aguda?

Hearst guardaba en el yate un revólver todo incrustadoen diamantes, un objeto un tanto chocante teniendo encuenta que públicamente se consideraba al millonario comoun anti-viviseccionista. Si nos atenemos a John Tebbel,Hearst era un tirador más que experto: "Le divertíasorprender a los invitados en el Oneida abatiendo de unsolo disparo a una inocente gaviota".

Hearst era extraordinariamente celoso de las atencionesde otros hombres con Marion; tenía sabuesos que ya lehabían informado de los devaneos de la Davies con Chaplindurante sus ausencias. De hecho, Chaplin había sidoincluido en la relación de invitados para que Hearstpudiera comprobar personalmente su comportamiento conMarion.

Chaplin tal vez sintiera ciertos escrúpulos antes de

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unirse a la expedición, pero decidió que lo mejor erarepresentar una buena farsa. Y dejó en puerto a suembarazadísima novia, Lita.

Se cree que durante la fiesta de cumpleaños, Hearst sepercató de que Marion y Chaplin se habían escabullidojuntos, descubriéndolos in fraganti en la cubierta inferior.En su famoso tartamudeo, Marion dejó escapar un proféticogrito: "C-c-c-crimen" que arremolinó rápidamente a todo elpersonal, mientras Hearst corría en busca de su revólver.En el maremágnum fue Ince, y no Chaplinquien cayó abatido,con un proyectil alojado en el cerebro.

El 21 de noviembre se celebró el funeral de Ince enHollywood, al que asistieron su familia, Marion Davies,Charles Chaplin, Douglas Fairbanks y Harold Lloyd. Hearst,obviamente, no acudió. El cadáver fue inmediatamenteincinerado.

Fue notable que no se hubiese celebrado encuestaoficial alguna sobre la muerte de Tom Ince. Ante la"evidencia" reducida a cenizas, Hearst creía tener en susmanos el control de la fea situación.

Claro que no contaba con las habladurías de la Meca. Apesar de que todos los pasajeros del Oneida, invitados ytripulación, hubieran jurado mantener el secreto,persistentes rumores ligaban a Hearst con la muerte deInce. ¿Un nuevo caso de hombre rico impune tras cometer unasesinato?

Finalmente, los rumores precipitaron a Chester Kemply,fiscal del distrito de San Diego, a realizar unainvestigación. Por chocante que parezca, entre todos losinvitados y la tripulación a bordo del Oneida, sólo fuellamado a declarar el doctor Daniel Carson Goodman, que eraun empleado de Hearst. Esta fue su versión:

"El sábado 15 de noviembre, subí al Oneida, propiedadde la International Films Corporation, donde iba acelebrarse una fiesta camino de San Diego. El señor Incedebía estar presente, pero no pudo presentarse el sábadoalegando que tenía trabajo, aunque se reuniría con nosotrosel domingo por la mañana.

»Cuando subió a bordo, se quejaba de estar fatigado.Durante la jornada Ince discutió los detalles de un acuerdoque acababa de tomar con International Films Corporationpara producir películas conjuntamente. Ince parecía no

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encontrarse mal. Cenó bien y se retiró temprano. A lamañana siguiente, él y yo nos levantamos antes que todoslos demás invitados para regresar a Los Ángeles. Inceafirmaba que durante la noche había tenido una maladigestión, de la que aún se resentía. En el trayecto hastala estación volvió a quejarse, pero ahora de que le dolíael corazón. Nada más subir al tren, le dio un ataque en DelMar. Pensé que lo mejor era descender e insistí para que setomara un descanso en un hotel. Telefoneé a la señora Incey le dije que su marido no se encontraba bien. Llamé a unmédico y permanecí a su lado hasta bien entrada la tarde.Entonces, continué viaje a Los Ángeles. El señor Ince mecontó que ya anteriormente había padecido ataques similarespero que no habían desembocado en nada serio. No mostrabaseñales de haber ingerido licores de ningún tipo. Misconocimientos como médico me autorizaron a diagnosticar queera un caso de indigestión aguda."

El fiscal del distrito de San Diego despachó el casocon estas palabras:

"Inicié esta investigación ateniéndome a los muchosrumores que habían llegado a mi despacho en relación con eldeceso. Los he estado sopesando hasta hoy mismo para poderpronunciarme definitivamente. No se realizarán másindagaciones sobre esas historias de francachelasalcohólicas a bordo. De hacerlas, tendrán que remitirse alcondado de Los Ángeles, de donde se supone procedía ellicor. Gentes interesadas por la súbita muerte de Ince sehan dirigido a mí pidiendo una investigación, y sólo parasatisfacerles me decidí a iniciarla. Pero después deinterrogar al médico y a la enfermera que atendieron en DelMar al señor Ince, doy por válido que la causa de sufallecimiento se debió a hechos naturales".

Semejante manera de zanjar el asunto no dejó nadasatisfecho al editorialista del "Long Beach News":

"Aun a riesgo de perder su reputación de profeta, esteescritor se atreve a predecir que algún día seráesclarecido un aromático escándalo ocurrido en la capitaldel cine. No es la primera vez que las altas esferasfílmicas son salpicadas por acontecimientos parecidos. Sehabla de muertes violentas o por causas desconocidas quejamás fueron probadas. Si existe algún fundamento paraachacar la muerte de Thomas Ince a causas no precisamente

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naturales, debería iniciarse una investigación, en justiciano sólo hacia el público, sino a los demás implicados.

»Debería investigarse, por ejemplo, si había o noalcohol a bordo del yate de un millonario, fondeado en elmuelle de San Diego adonde Ince llegó ya enfermo. Un fiscalde distrito que deja pasar esta cuestión, porque no vemotivos para una encuesta a fondo, es el mejor agente quelos bolcheviques podían emplear en este país".

Estaba bien claro que las pesquisas del señor Kemply,fiscal del distrito, iban encaminadas a determinar lo quehabía sucedido en el party que precedió a la muerte delrealizador. Antes de que ninguno de los concurrentespudiera ser interrogado, la cosa quedó en suspenso.

Los mal pensados no dejaron de notar lo significativode que, por pura coincidencia, Louella O. Parsons, pocodespués del incidente, fuese premiada por Hearst con uncontrato para toda la vida que ampliaba notablemente suradio de circulación. Se dijo que ella lo había visto todo.Louella se sintió obligada de pronto a fabricar una pequeñacoartada de su puño y letra, jurando que al ocurrir ladesgracia ella se encontraba en Nueva York. El únicoinconveniente fue que la doble de Marion Davies, VeraBurnett, recordaba claramente haber visto a Louellareunirse en el Estudio con Davies y Chaplin para iniciarjuntos la marcha. (Vera sentía un lógico apego a su trabajoy decidió por tanto no volver a insistir sobre elparticular.)

La "diarquía" Hearst-Davies echó tierra al asuntosaliendo del escándalo sin mácula, pero como D. W. Griffithrecordaría años después: "Si deseas ver a Hearst volverseblanco como un fantasma, lo único que tienes que hacer esmentarle el nombre de Ince. Hay ahí mucha basura, peroHearst está demasiado alto para atreverse siquiera arozarla".

En los medios cercanos a Hearst se daba ya pordescontando que, si a sus oídos llegaba algún rumor queligara su nombre con el de Ince, era segurísimo que elresponsable quedaría definitivamente excluido de lasfuturas fiestas en la casa de la playa de Santa Mónica o elcastillo de San Simeón.

Y así, el affaire Ince, aún hoy, permanece oculto en elmisterio y sujeto a toda clase de especulaciones.

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Una perversa postdata concerniente a Ince salió arelucir cuando, a raíz de su fallecimiento, su viuda pusola casa en venta. Se llamaba Días Dorados y era una enormemansión situada en Benedict Canyon y diseñada por él mismo,un lugar en el que la crema se reunía para disfrutar dealegres fines de semana. Pero los privilegiados desconocíanuna travesura: debajo de las habitaciones de los huéspedes,existía una galería secreta en la que se hallaban,estratégicamente distribuidos, disimulados agujeros através de los cuales se contemplaba una magníficapanorámica de cada lecho. De esta manera, algunas de lasmás celebérrimas parejas de Hollywood habían devuelto, sinsaberlo, la generosa hospitalidad de su anfitrión congraciosas demostraciones de sus técnicas de boudoir. Sólo eltravieso mirón Tom Ince poseía la llave de la escondidasenda.

Discretamente, Hearst proveyó a Nell, la viuda de Ince,con un usufructo en vida. La Depresión se lo engulló, yNell acabó sus días como conductora de taxis. ¿Y Hearst?Todo el montaje quedó reducido a un chiste sardónico. En elambiente, el Oneida llegó a ser conocido como "el cochefúnebre de William Randolph" (William Randolph's Hearse).

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Rudy ataca

El siguiente diluvio de rumores que inundó a Hollywoodposeía similar tono mortuorio. El tema era la defunción delsumo Amante de la pantalla, Rodolfo Valentino, que habíadejado de existir el 23 de agosto de 1926, en elPoliclínico de Nueva York, tres minutos después delmediodía.

La causa oficial del deceso fue una peritonitisproducida tras una operación de apéndice inflamado. Perolenguas viperinas atribuyeron su muerte a la "venganza porarsénico" de una conocida dama de la alta sociedadneoyorquina a quien Valentino dejara plantada después demantener con ella un efímero idilio durante su estancia enla ciudad para promocionar su film El hijo del jeque. Otroschismes apuntaban hacia un marido iracundo que le habíadisparado un tiro, o a la sífilis, que le había atacadofinalmente el cerebro.

Durante los últimos años, el amante ideal de millonesde mujeres había sido blanco de un buen número deinsultantes ataques por parte de la prensa, basados en susanuncios recomendando Valvoline, una crema para el cutis, yen comentarios que sembraban dudas acerca de su virilidad.

El ataque más despiadado provenía de un escritor del"Chicago Tribune" que había escogido una aparición personalde Rudy en esa ciudad para lanzar una descarga. El 18 dejulio de 1926, el editorial de "El mayor periódico delmundo" desnudaba a Valentino en términos nada ambiguos:BORLAS DE POLVOS ROSADOS.

"Acaba de inaugurarse un nuevo salón de baile en eldistrito Norte, un lugar realmente bello, dirigido de formairreprochable. Esta agradable primera impresión dura hastaque uno entra en los lavabos para caballeros y se topa enla pared con un dispositivo de tubos de cristal conpalancas, además de una ranura para la inserción demonedas. Los tubos contienen un liquido rosado y debajopuede leerse esta pasmosa frase: 'Introduzca una moneda.Sostenga su polvera personal debajo del tubo. Empuje lapalanca'.

»¡Una máquina que expulsa polvos en un cuarto de aseo

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para hombres! ¡Ah, homo americanus! ¿Cómo no se le ocurrió anadie hace años ahogar silenciosamente a Rudolph Gugliemo,alias Valentino?

»Acaso esta máquina que vende polvos rosados ha sidoretirada de su emplazamiento? Pues no. Se usa. Hemoscomprobado cómo dos 'hombres' —pertenecientes a una razaque las damas contribuyentes a la 'Voz del Pueblo' noosarían describir— metían su moneda, sostenían sus pañuelosdebajo del aparato, apretaban la palanca y, a continuación,retiraban el encantador y rosado potingue para frotarlo ensus mejillas frente al espejo.

»Otro miembro de este departamento, individuo tolerantedonde los haya, irrumpió furioso el otro día en nuestraoficina porque había visto aun 'hombre' en el ascensoralisándose los cabellos con pomada.

»Pero somos testigos de que nuestra historia de lospolvos color de rosa excede con mucho a la suya.

»Si el Macho de las especies permite que ocurran estascosas es que ha llegado el momento para un matriarcado.Mejor será estar regidos por mujeres masculinizadas que porhombres afeminados. Hemos llegado a creer que el hombreempezó a 'desmaculinizarse' el día en que cambió la navajapor la maquinilla de afeitar. Y no vamos a sorprendernoscuando escuchemos que la maquinilla cede ante losdepilatorios.

»Lo que me tiene intrigado es a quién debemos culpar.¿Es esta degeneración una reacción consanguínea con elpacifismo, en contra de las realidades y virilidades de laguerra?¿Están relacionados de alguna forma el color rosadode los polvos y el de los lavabos?

»¿Cómo se pueden conciliar los cosméticos masculinos,pantalones a lo árabe y esclavinas, con un total despreciopor las leyes, estableciendo un paralelismo entre unametrópolis del siglo veinte y otra de hace medio siglo?

»¿Es que a las mujeres les puede gustar este tipo de'hombre' que en un lavabo público aplica polvos rosados asu rostro ose arregla el cabello en un ascensor, en mediode todo el mundo? En el fondo de su corazón ¿se consideranestas mujeres parte de la era wilsoniana de 'Yo no crié ami hijo para soldado'? ¿Qué ha sucedido con la añejatradición del hombre de las cavernas?

»Extraño fenómeno sociológico éste que va tomando

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cuerpo no sólo aquí, en Norteamérica, sino asimismo enEuropa. Puede que Chicago tenga sus borlas de polvos, peroLondres tiene sus bailarines y París sus gigolós. Abajo elDecatur, arriba Elynor Glyn. Hollywood se constituye enEscuela Nacional de la Masculinidad. Rudy, el bello hijitode un jardinero, es el prototipo del macho norteamericano.

»Campanas del infierno. Dulzura inefable."A Rudy no le hizo la menor gracia cargar con las culpas

a causa de los amaneramientos de un ramillete de mariquitasde Clark Street y, lleno de ira, desafió al verdugo del"Tribune" retándolo a duelo o, si lo prefería, a un combatede boxeo. Este y otros ataques por el estilo tenían suorigen en la bien conocida inclinación de Valentino por laextravagancia sartorial, su famoso brazalete de esclavo sinel cual jamás se mostraba públicamente, sus joyas de oro,su preferencia por los perfumes fuertes, los abrigosribeteados con chinchilla y su pronunciada coqueteríaitaliana.

Más adelante, su virilidad sería puesta en tela dejuicio al saberse que sus mujeres eran ambas lesbianas.

Cuando Natacha Rambova, la segunda esposa de Valentino(cuya pulsera de esclava llevaba Rudy), se separó de él en1926, salió a la luz que el matrimonio jamás se habíaconsumado.

Un cargo similar había formulado en 1922 su primeraesposa, Jean Acker, quien le había acusado de negligencia yrechazo en el aspecto sexual.

Rudy había contraído nupcias con su segunda lesbianaantes de que su decreto de divorcio de la primera sehiciese definitivo. Esta equivocación dio pie a su arrestopor bigamia.

Ambas mujeres, Jean Acker y Natacha Rambova, eran"protegidas" de la exótica e igualmente lesbiana actrizAlla Nazimova —la más notable importación femenina deHollywood en aquella época—cuyas bohemias asambleas en elJardín de Alá, famosa residencia del Sunset Boulevard,dieron motivo a comentarios de todo tipo. Natacha habíadiseñado los modelos tipo Beardsley para la personalversión de la Salomé interpretada por Alla, para la cualempleó exclusivamente a actores homosexuales en homenaje aOscar Wilde y en la que Alla perdió hasta la camisa. Fue lacelestinesca Nazimova quien presentó a Rudy sus dos mujeres

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y —así se murmuraba en Hollywood— escenificó ambosmatrimonios erráticamente a juzgar por los resultados.

Puede que Rudy haya sido inducido por Alla a perpetuarsus casamientos, pero de lo que no cabe la menor duda erade que el galán buscaba a mujeres más fuertes que él;además le atraían las damas equívocas. Valentino se referíaa Natacha como "El jefe" y ella se hacía acreedora a esecalificativo, inmiscuyéndose de tal forma en la carrera desu esposo en la Paramount que Zukor tuvo que introducir unacláusula en el contrato prohibiéndole la entrada en elplató. Ella se vengó obligando a Rudy a abandonar laParamount. A continuación escribió un guión original paraValentino, The Hooded Falcon que resultó "improducible" trasuna considerable pérdida de tiempo y dinero. Sí vio la luz,en cambio, una colaboración entre Natacha y Rudy: undelgado volumen de versos titulado Daydreams cuyas estrofasfinales rezaban así:

Por desgracia,a veces,encuentrouna exquisitaamarguraentu beso.

Cualesquiera que hubiesen sido los acuerdos privadosentre él y sus varoniles esposas, los públicos enigmassobre su virilidad le causaron tanta amargura que, inclusocuando se hallaba expirando, luchando estoicamente en mediode terribles dolores, preguntaba a los médicos: "Pero ¿deveras tengo pinta de marica?"

Cuando se propagó la noticia de la muerte de Valentino,dos mujeres intentaron suicidarse frente al Policlínico; enLondres, una chica ingirió veneno asida al autógrafo deRudy; un ascensorista del Ritz en París fue hallado muertoen su cama, cubierto de fotos de Valentino.

Mientras el ídolo yacía inerte en la funeraria, lascalles de Nueva York se convirtieron en el escenario de unmacabro carnaval: una muchedumbre de más de cien milpersonas luchaba para poder echar una última mirada al"supremo amante". El cadáver se hallaba custodiado por una

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falsa guardia de Camisas Negras fascistas, quienesflanqueaban una corona de flores en cuya banda podía leerse"De Benito" [Mussolini]. Aquello no era sino un trucopublicitario imaginado por un experto de Campbell's, lacasa funeraria, cuyos maquilladores consiguieron que elcadáver se asemejara realmente a una borla de polvosrosadísimos.

Entre aquellos que consiguieron abrirse paso hasta elféretro rodeado de cirios, se encontraba su ex-esposa JeanAcker, cuyos alardes de desconsuelo hubiesen sido bastantemenos expresivos de haber sabido que, en su testamento,Rudy sólo la había dejado un solitario dólar. Pola Negriconsiguió robar el show a todos, llegando en volandas,desde Hollywood, disfrazada con sus más elegantes tocas deviuda. A continuación, deshaciéndose en lágrimas, sedesmayó ante el ataúd... y los fotógrafos. Entre sollozos,Pola tuvo el suficiente tiempo para declarar que habíaconcedido su mano a Rudy. Otra reclamación que tuvoinmediato eco en los periódicos fue la de Marion KayBrenda, una corista de Ziegfeld, que aseguraba queValentino se le había declarado, la noche anterior asentirse enfermo, en el night club propiedad de Texas Guinan.

Cuando el cadáver de Rudy fue embarcado rumbo al Oestepara ser depositado en la Corte de los Apóstoles delcementerio Memorial Park de Hollywood, pudo escucharse, através de todas las emisoras de radio de la nación, unacanción dedicada a su memoria y entonada por Rudy Vallee:"Desde esta noche luce en el firmamento una nueva estrella: R-u-d-y V-a-l-e-n-t-i-n-o".

La pérdida de Valentino, a los treinta y un años deedad, dejó un rastro de inconsolables amantes de ambossexos, a juzgar por los torrentes de lágrimas derramadas.Además de la famosa "Dama Enlutada" que anualmente lellevaba flores en la fecha de su óbito, el recuerdo de Rudyera reverenciado por Ramon Novarro, quien conservaba en unaurna de su dormitorio un consolador de grafito, del másrepresentativo art decó, enaltecido por la firma autógrafade Valentino. Un regalo de Rudy.

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El cochino teutón

Otro perenne manantial de fantásticos rumores, en eltranscurso de los años veinte, giraba en torno a lapregunta, sin respuesta aparente, sobre lo que realmenteocurría durante la filmación de las notables escenasorgiásticas de las películas de ese turbador individualistallamado Erich Von Stroheim.

Existía un ancho campo para la especulación en laslujosas escenas de burdel dirigidas por Stroheim para El tíovivo, La viuda alegre, La marcha nupcial y la inacabada Reina Kelly,que eran celosamente filmadas en platós a los que nisiquiera los jefes de los Estudios tenían acceso.

No es de extrañar que estas sesiones bajo los ardientesfocos fuesen consideradas no ya dignas de "verlas paracreerlas", sino de verdadera Lupercalia.

A veces el rodaje se prolongaba durante veinticuatrohoras, sin pausa, en los recintos cerrados. Stroheim"trataba" a los participantes a base de canapés y caviar,sirviéndoles champagne auténtico a pesar de la Prohibición.Sus extras, elegidos personalmente —exóticas mujeres ytipos aristocráticos, muchos de los cuales eran genuinosemigrados—, emergían vacilantes, con los ojos turbios y elaspecto de haber pasado un fin de semana en Sodoma. Algunasde las chicas, al borde del histerismo, mostrabanevidencias de mordiscos o marcas de látigo.

Stroheim se cuidaba bien de que estos figurantes fuerangenerosamente compensados por las horas extras; ellos, encuanto salían del cerrado plató, respetaban la ley delsilencio hacia su director.

A menudo Stroheim empleaba semanas de trabajo,considerables sumas del capital de la Universal, laParamount y la Metro Goldwyn Mayer, y hasta parte de lafortuna personal de Gloria Swanson y Joseph Kennedy,filmando atrevidas secuencias de la Viena decadente queningún censor de entonces se hubiese atrevido a dejar pasary muchísimo menos Will Hays, con su rígido "Código dePureza" hecho de sanciones y admoniciones.

Dado que el material completo de sus trabajosorgiásticos era visionado únicamente por los compinches de

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Von Stroheim, y que los horrorizados jefes del Estudiocortaban las escenas hasta reducirlas a trizas paraacomodarlas a los cánones de Hays (tras lo cual llegabanlos censores, que añadían cortes adicionales, de modo que ala postre sólo quedaban de las orgías apenas unos flashesdestinados a la copia del estreno), la imaginación acercade lo que realmente había en el contenido primitivo sedesataba.

Era de general creencia que, por ejemplo, el showincluido en La marcha nupcial, que en la pantalla era seguidocon avidez a través de agujeros voyerísticos, valíaverdaderamente la pena de ser contemplado.

Se supo que, sólo para una breve escena de ese film,Stroheim había importado desde Viena a una dama profesionalen sadismo y especializada en la aplicación de la "araña".

En el abracadabrante burdel de La marcha nupcial figurabanprostitutas de todas las razas, cada una de ellas con unaespecialidad erótica; las hadas de blanca peluca y el níveocuerpo maquillado, presentadas como instrumentos de cuerda,fueron enmascaradas para preservar la identidad de laspersonas de buen tono presentes. Los cinturones de castidadde las esclavas negras estaban sellados con candados enforma de corazón; una pareja de pintorescos gemelossiameses ponían una nota de refinamiento, debido más a laimaginación de Stroheim que a la depravación austro-húngara.

Se sospechaba que Stroheim derrochaba el dinero de laMetro Goldwyn Mayer con intencionada malicia en esasinmostrables secuencias como revancha por la destrucción delos miles de metros del negativo de Avaricia practicada porsus enemigos mortales: Irwing Thalberg, jefe de producciónde la Metro Goldwyn Mayer, y su nuevo Mogul, Louie Mayer.

Thalberg se había granjeado la enemistad de Stroheim en1923 cuando era ejecutivo en la Universal y le habíaarrebatado a Stroheim la dirección de El tiovivo, tras haberseéste permitido una serie de extravagancias tales comoordenar calzoncillos de seda con el distintivo de laGuardia Imperial, destinados a los militares que figurabanen el film.

Pese a que su film para la Metro, La viuda alegre,constituyó un mayúsculo triunfo comercial, los escrúpulosfanáticos de Stroheim no eran los más adecuados para gentes

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comoMayer y Thalberg. Ambos se las arreglaron para

deshacerse de él, corriendo por toda la ciudad la voz deque Stroheim, además de anticomercial y maníaco sexual, noera de fiar. La leyenda sobre su extravagancia, que sehabía iniciado como un truco inventado por la Universaldurante la filmación de Foolish Wives, cuando su nombre eraanunciado como "$troheim", se le volvía en contra como unboomerang y, ahora, tenía dificultades para financiar susproducciones. Los altos ejecutivos fueron de estudio enestudio haciéndose eco de que "trabajar con Stroheim escomo arrojar dólares dentro de un pozo".

La saga de Stroheim en Hollywood —batalla de un gigantecontra pigmeos—estaba condenada a terminar mal. Las mentesmezquinas de los ejecutivos disecaron lo que de mejor habíadentro de este feroz visionario.

A raíz de su desencantado retorno a Europa, Erich VonStroheim declaró: "Hollywood me ha asesinado". Y en verdadfue esto lo que Hollywood hizo con el genio desconcertanteque se atrevió a desafiar sus dogmas de cartón.

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Titulares de Hollywood

Si el poder de la prensa parecía que radicara en elGran Padre Hearst y su "Mirror" (un periódico de tintesamarillistas cuya fragancia era lo más parecido a la de lasmanzanas podridas), su igualmente fétido competidor,Bernard Macfadden, a través de su calumniador "GraphiC" oalgún calenturiento editor de provincias, en general todoslos sabihondos chupatintas sabían que los TITULARES SOBREHOLLYWOOD VENDÍAN EJEMPLARES a condición de que fuesenpicantes, atrevidos o decididamente escandalosos.

Por mucho que Hays, desde el fondo de sus calzoncillosHoosier intentase apelar a la moderación en los comentariossobre la colonia fílmica, la prensa dedicaba un espaciomucho mayor a los catorce divorcios y tres separacionescuyos protagonistas eran nombres de campanillas, que a losveintitrés casamientos estelares ocurridos en 1926.

Canon Chase, uno de los más activos entre los mojigatosde profesión de los años veinte, no cabía en sí de contentocuando, en 1926, se filtró la noticia de que Will Hayshabía aceptado dinero bajo cuerda de Harry Sinclair, siendomiembro del gabinete de Harding. Chase se despachó en laprensa contra Hollywood y Hays, proclamando que la Ciudaddel Celuloide seguía siendo tan indecente como siempre ydeslizando, de paso, que, en el departamento de limpieza,él podía hacer un buen trabajo de poda.

Hays se mantuvo en un digno silencio ante el ataquefrontal de su competidor. Estaba demasiado ocupadoprocurando que todas las Iglesias de la nación fuesendebidamente informadas de las sacrosantas intenciones delsuperpiadoso Rey de Reyes, de Cecil B. de Mille, inminentesermón cinematográfico, y sobre todo de que H. B. Warner,la "loquita", que hacía de Cristo, no fumase, bebiera osoltara palabrotas. Y de que la actriz que interpretaba ala Virgen María olvidase de momento sus planes paradivorciarse.

Pero, a pesar de estas maniobras untuosas, la prensacontinuó sus cargas contra Hollywood a medida que los añosveinte caminaban hacia su extinción. Los cimientos ya sehabían plantado con los escándalos Arbuckle-Taylor-Reid y

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se veían coronados por los lascivos comentarios emanados dela cacareada separación de Chaplin y Lita Grey.

Si los rotativos necesitaban algo con "gancho" para elsuplemento dominical, siempre podía encontrarse algunaexclusiva en un nuevo vicio o amenaza para la doncelleznorteamericana surgidos de Hollywood, Ciudad del Pecado.Siempre existía por ahí alguna desilusionada "Reina de laBelleza" que no había conseguido triunfar, deseando contara quien la escuchase que los listillos de Hollywood habíansido la causa de su "caída" a cambio, naturalmente, de unprecio estipulado y de su retrato en primera página.

Esta imagen fue reforzada por Mae Murray que vendió sussensacionales Memorias, para ser publicadas en fascículos,al surrealista dominical de Hearst, "The American Weekly".En una de las suculentas entregas titulada El teutón máscochino de Hollywood contaba con todo detalle sus zipizapescon Stroheim durante la filmación de La viuda alegre para laMetro Goldwyn Mayer.

El norteamericano medio fue sacudido un domingo alsaber que "El hombre que Vd. ama hasta el odio" era, enverdad, un monstruo en su vida cotidiana. Tan sádico eraque la Princesa Mae (la de los labios en forma de corazón)se vio forzada a gritar en medio de mil extrasemperifollados: "¡No eres más que un cochino teutón!"abandonando a continuación con paso señorial el decorado deChez Maxim. Cuando la periodista-estrella Murray tuvo unacharla con el jefe del estudio, Louis Bollocks Mayer, éstese cebó en Stroheim; mientras el Niño Prodigio IrvingThalberg dejaba fuera de combate, en el asalto número diez,al desgraciado Stroheim sobre la alfombra de Louie enCulver City, los lectores dedujeron que todo aquellotendría algo que ver con la proverbial "galantería" de L.B. M. La verdad era que Stroheim había dejado caer en losoídos del maternalista Mayer su opinión de que "¡Todas lasmujeres son unas putas!". (Cara de Acelga Louie descargó suguadaña de segador sobre Cabeza de Bala, al tiempo quevociferaba a su falange de secretarias: "¡Nadie en mipresencia se atrevió jamás a hablar así de las mujeres ysalirse con la suya!".)

A todo lo largo de los agitados años veinte, laspublicaciones marcharon acompasadamente al paso que marcabael Desfile de Inmundicias del viejo y en el fondo buen

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Hollywood, vertiendo océanos de tinta en torno a cosascomo: LOCOS PARTIES EN EL PAÍS DEL CINE, ORGIÁSTICOS FINESDE SEMANA DE LAS ESTRELLAS DEL LIENZO DE PLATA, UNA STARLETDA EL AVISO DE QUE LOS TORTUOSOS CAMINOS DEL CELULOIDE SOLOCONDUCEN A LA RUINA, LOS CAZADORES DEL PAÍS DEL CINETIENDEN SU CEPOS. Los hambrientos de sensaciones yreprimidos sexuales devoraban lo que se les pusiera pordelante y se apresuraban a soltar la pasta pidiendo más ymás.

Esa demanda incesante era satisfecha, día a día, agolpes de pecho, por la mutante y tecleante EnviadaEspecial desde Hollywood.

La enana antecesora de todas las Ronas [El autor serefiere a Rona Barrett, una columnista bastante popular enla actualidad, con numerosas publicaciones que llevan sunombre y apariciones bastante frecuentes en programas endirecto de la Televisión norteamericana, muy especialmenteen el espacio matinal "Good Morning America". Es unsucedáneo bastante aproximado de lo que en su épocarepresentaron Louella O. Parsons y Hedda Hopper. (N delT.)] actuales era, por supuesto, la original y pimpantePaganini de la superficialidad, Louella "Oneida" (He-Visto-Lo-Que-Has-Hecho) Parsons, impuesta por W. R. como SupremaCorresponsal de Hearst en Hollywood.

¡La rechoncha Louella! Su diaria columna matutina dechismes contaba a la nación, a la hora del desayuno,exclusiva a exclusiva, todo lo que sucedía en Hollywood, elQuién-Jodía-Con-Quién en la Costa Oeste, donde las fortunasse multiplican. Lolly llamaba a eso "salir con alguien",pero sus seguidores sabían muy bien por dónde iban lostiros. La gran masa de público podía estarle tambiénagradecida por informarle quien en Hollywood estabaconsiderado como IN y quién como OUT —ese temible estado deOstracismo que ella sabía resaltar muy bien con la simpleexclusión de una persona de su columna, o bien con unaavalancha de comentarios poco piadosos y Lollyparsonescos—en caso de que dicha persona, según su cruel criterio o eldeseo de Papá William (Randolph Hearst) fuese condenada asufrir en carne propia el látigo vengador.

Mientras la inexorable L. O. P. y su legión deimitadores baratos abastecían a toda la nación de noticiasimpresas, los restantes representantes de la Prensa echaban

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más carne al asador: porque, por ejemplo, para el "GraphiC"y Compañía no existía un lugar más malvado que Hollywood-Babilonia renacida, con Santa Mónica-Sodoma y Glendale-Gomorra como suburbios. Los charlatanes definíanlúbricamente a las Estrellas como sirenas desprovistas dealma que deambulaban por lascivas orgías del brazo decaballeros de etiqueta y belleza turbadora, en un mundoperfumado y materialista, flanqueado por los Espectros dela Bebida, la Droga y el Desenfreno, la Locura, el Suicidioy el Crimen. Mientras tanto, se insinuaba que en esossuburbios de Sodoma y Gomorra, en ese Pantano de Espliego,las formas de pecar eran bastante peculiares que lafornicación o el adulterio. Los consumidores obtenían másalimento a cambio de sus tres centavos.

Era cierto que, desde el momento en que Hollywood seerigió como la Meca de la Cinematografía, sobre ella habíacaído toda clase de elementos sospechosos, como una plagade polillas en busca de luz. Gangsters de poca monta,contrabandistas, apostadores, tramposos, chantajistas,vagabundos, pequeños y grandes extorsionistas, todo tipo depervertidos sexuales, especuladores, cultistas "tocados",astrólogos del dólar, falsos mediums y evangelizadores,curanderos de pacotilla, echadores de cartas y parásitospsicoanalistas, todos los cuales revoloteaban alrededor delcírculo de los elegidos.

Millares de estúpidos jóvenes embobados con el cineeran atraídos a Hollywood por las vanas promesas de falsasescuelas promocionales— la Quimera del Oro para losincautos, de la que no se obtenía metal alguno, sinoamargas impurezas. Multitud de caras bonitas, despojados deSus sueños y con los bolsillos vacíos, se vieronarrastrados a la prostitución.

Estos flamantes reclutas, que hacían la carrera enHollywood, se hacían llamar "extras cinematográficas" paraeludir las leyes californianas sobre vagos y maleantes. Sieran cazados por la Brigada Antivicio o arrestados enhoteles de poca monta, todos los diarios de la naciónreseñaban el incidente: BELLÍSIMA ESTRELLA DE CINESORPRENDIDA EN UN LUGAR DE DUDOSA FAMA. Los avispadosreporteros describían a continuación a una morena de buenver, a una llamativa rubia o a una apabullante pelirroja.Sus nombres eran suprimidos para dejar paso a la

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imaginación del lector, quien no podía sustraerse a pensaren una cetrina Dolores del Río, una oxigenada Alice White oen la más incandescente pelirroja de Hollywood: Clara Bow.

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Los Guapos de Clara

[Claras Beaux. El autor hace unjuego de palabras entre el nombreartístico, Bow, y el términofrancés beaux, de similarpronunciación, que significa"guapos" y también, por extensión,"amantes". (N. del T.)]

Hay que puntualizar que Clara, conocida desde 1926 enel cine como la "más ardiente hija del jazz", pronto sehizo acreedora de sus propios titulares en todo el país.

Los periódicos clamaban: EL IDILIO DE CLARA, UNUNGÜENTO AMOROSO, y pronto los ávidos lectores supieron quela prolongada "terapia" que la chica recibiera para sus"nervios e insomnio", de manos del atractivo yaristocrático médico William Earl Pearson, consistía en larepetida aplicación del "dardo" del facultativo en elpostrado blanco de Clara. El "ungüento amoroso" seinyectaba en dosis nocturnas, hasta que la esposa delespecialista puso a un detective tras la pista de sumarido. El rastro se perdía en el pabellón chino de lafinca de Clara en Beverly Hills.

A Clara se le acentuó el insomnio al aparecer como "laotra" en la solicitud de divorcio donde la señora Pearsondemandaba a la Bow por "apropiación indebida de cariño".Los titulares supieron exprimir bien el jugo del escándaloprotagonizado por la "ardiente hija del jazz"hollywoodense, y Clara fue despojada de treinta mil dólarespor la despechada esposa del "buen Doc".

Clara volvió a ser noticia de primera plana a causa desus deudas de juego en Reno. Pero su escándalo más sonadono estalló hasta 1930.

En dicho año, la fiable secretaria privada de Clara,Daisy DeVoe, una pizpireta rubia de dos caras, vendió todoslos "in" y los "out" de la trepidante vida amorosa que laChica del "Eso" desarrollara a lo largo de cuatrofrenéticos años, al mayor postor, el casi pornográfico"GraphiC" de Nueva York. (Clara había puesto de patitas ala calle a Daisy tras un intento de chantaje y aquélla fue

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la venganza de la empleada.)Pronto los ansiosos lectores del "GraphiC" supieron

hasta qué punto llegaba la devoción de Miss DeVoe por suama; había llevado la cuenta de todos los caballeros quevisitaran el pabellón chino de Clara. El bondadoso Buda queocupaba el lugar de honor no tenía por costumbre hablar,pero Daisy hizo por él. El registro de los amantes de Claradurante esos cuatro años era lo más parecido a uninventario de la potencia masculina. Sumándose el agradabledoctor Pearson, la lista abarcaba desde cómicos (EddieCantor) hasta malvados (Bela Lugosi) pasando por cowboys(Rex Bell y el recién llegado Gary Cooper). Y no era todo.

La relación, según la definía "GraphiC", tal vez fuerademasiado extensa; ello obligó a la pobre Clara a coger eltoro por los cuernos. Había sido anfitriona del plantelcompleto del Thundering Herd, un equipo de fútbol de laUniversidad de California del Sur, en alborotadoras fiestasde week-end aderezadas con cerveza, probando a todos losrisueños atletas desde el número uno hasta el doce, elrobusto defensa Marion Morrison, conocido más tarde comoJohn Wayne.

Los próceres decidieron que Clara se había pasado unpoco de la raya, pues sus considerables triunfos venéreosya no eran una simple cuestión de chismes de tocador, sinoque habían sido bien explicados en primeras páginas. Salióa relucir que la chica del "Eso" había obsequiado a susamados Thundering Herd con gemelos y pitilleras de oro; quehabía decorado muchos de los hogares que alojaban a susatletas con bebidas de contrabando y disipado su dinero enefectivo, jugándoselo por las noches al póker en la cocina,en unión de su chófer, su cocinera y su doncella.

Clara llevó a Daisy ante los tribunales de Los Ángeles.Tras una encarnizada batalla con acusaciones nadaagradables por ambas partes, miss DeVoe acabó en la cárcelacusada de distraer grandes sumas de la cuenta corriente deBow.

De poco le sirvió a Clara la victoria: el abiertocotilleo le había hecho mucho daño. La pelirrojaincandescente se convirtió en un material demasiadopeligroso para manejarlo. En un intento por enfriar lacosa, contrajo matrimonio con Rex Bell, pero su carreratocó el techo mientras resbalaba al filo de una serie de

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depresiones nerviosas. Antes de ingresar en una clínica,declaró: "Durante muchos años he trabajado muy duro y estoynecesitada de un descanso. Así que pienso marchar a Europapor un año o más en cuanto expire mi contrato". Cuando éstefinalizó, algunos meses más tarde, la escarmentadaParamount no intentó renovárselo.

El caso de las válvulas fundidas tampoco la habíaayudado mucho. Su primera cinta sonora, The Wild Party,trataba de mitigar los dichosos titulares. En la primeraescena se requería de ella que hiciera su entrada en undormitorio para chicas diciendo "¡Hola a todo el mundo!".El ingeniero de sonido, a resguardo en su sala desincronización, no estaba aún familiarizado con el acentode Brooklyn de Clara y no ajustó correctamente los mandosal compás del saludo de Clara. Ella abrió la puerta, gritó"¡HOLA A TODO EL MUNDO!" y fundió cada una de las válvulasdel estudio de grabación.

El ocaso de Clara Bow, quien durante toda una épocafuera la personificación de la ardiente juventud, confirmóla reputación de Hollywood como ciudad donde las muchachastropiezan.

El público lo dio por hecho: Clara no había aprendidolo suficiente como para continuar su senda fraguada en elsedante y viejo Brooklyn. La ristra de políticos, clérigosy ligas de pureza aprovechó para reavivar la pasión de losdías del linchamiento de Arbuckle: otra estrella entregadaa las llamas.

Luego de que Clara fuese tildada de "Mala Mujer", unpredicador, el Doctor S. Parkes Cadman, condenó a Hollywooddesde el púlpito como "Cementerio de la Virtud".

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Saturno en Sunset

La gran ilusión dorada quedó hecha trizas el 29 deoctubre de 1929. "Variety" lo describió de esta forma: WALLSTREET PONE UN HUEVO.

Desde una perspectiva de veinte años, Mae Murraydefinió así a la Gente Dorada de Hollywood: "Éramos comolibélulas. Parecía que estábamos suspendidos en el aire sinesfuerzo, pero en realidad nuestras alas se movían muy, muyaprisa...

Para muchos de los privilegiados, de por síatemorizados por la llegada del sonoro, aquello parecía elApocalipsis, el instante fatídico mentado por Solón:"Tenemos que saber cuándo llega el fin; a menudo Diosconcede al hombre un relámpago de felicidad para sumergirloa continuación en la ruina".

La caída de John Gilbert fue un caso extremo. Habíasido el astro mejor pagado de 1928, percibiendo de la MetroGoldwyn Mayer diez mil dólares semanales desde que llegaraal pináculo con El gran desfile. Cuando su idilio con Garbo sefue a pique, Gilbert, de rebote, contrajo nupcias con InaClaire, una actriz de Broadway. Se encontraba de regreso deuna luna de miel un tanto borrascosa en medio delAtlántico, cuando de pronto estalló la bomba.

Gilbert desembarcó en Nueva York y descubrió que sehabía arruinado. Como les ocurría a tantos otroshollywoodenses, su agente de bolsa le había invertido todoel capital en acciones, convirtiéndolo así en una víctimamás de los avispados sujetos que se dedicaban a lasinversiones y de los que Hollywood se hallaba infestado.(Más le habría valido dormir sobre su dinero —como lohiciera Emil Jannings, quien durante su efímera carrerallegó a guardar doscientos mil dólares en metálico dentrode su almohada.)

John Gilbert todavía tenía con la Metro un contrato"irrompible" para cubrirse las espaldas, pero esto sólo fueun momentáneo alivio tras la aparición de su primer filmsonoro —una fruslería titulada Su noche gloriosa— que alguiencalificó de "abominable".

Cuando la película se estrenó en el Capitol de Nueva

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York, sus "hinchas" se removieron desconcertados en losasientos: una caricatura de su voz surgió a través de losaltavoces como un hiriente quejido metálico. En realidad laatiplada voz de tenor de John no era tan mala. Prueba deello la tenemos en una brillante comedia, Downstairs,interpretada y escrita por él en 1932, donde su direcciónes perfecta. Pero el daño ya estaba hecho, y losperiodistas y las revistas especializadas corrieron la vozde que Gilbert estaba acabado. Su estupenda actuación enDownstairs induce a dar crédito al rumor de que losingenieros de sonido de la Metro Goldwyn Mayer, bajo lasórdenes de L. B. Mayer (quien deseaba machacar la carrerade Gilbert y deshacerse de él), contribuyeron a su ruina,multiplicando por tres el volumen del sonido y castrandodeliberadamente la voz de Gilbert.

John era un muchacho sencillo que había crecidoacostumbrado al agasajo de sus admiradores. El súbito corteen esta relación fue muy duro para él. Su mujer le dio lapuntilla. A medida que su incipiente estrellato seagrandaba en el Firmamento Sonoro gracias a una impecabledirección de Beacon Hill, el de Gilbert se derrumbaba. Inano dudó en aplicar sal a sus heridas recordándoleconstantemente su situación. Y John se tomó entre pecho yespalda el vengarse de la Prohibición, como hiciera otraestrella del mudo que también tuvo problemas con su voz,Marie Prevost. Su romántica apariencia no casaba bien consu dialecto de Brooklyn, y la rubia Marie trató de ahogaren bourbon su desdicha. John y Marie protagonizaron unacarrera etílica hacia la muerte que John ganó en 1936.Marie aguantó hasta 1937, cuando lo que quedaba de sucuerpo fue hallado en su andrajoso apartamento de CahuengaBoulevard. Su perro salchicha logró sobrevivir comiéndose asu ama a trocitos.

A Hollywood siempre le había gustado canibalizarse a símismo. La historia de la caída de Gilbert quedó plasmada enla pantalla en 1937 con Ha nacido una estrella pese a que elsuicidio en ese film estaba inspirado en otro decaracterísticas similares, el del desdichado John Bowers.

Paralelamente se producían ajustes de cuentas entrealgunos ejecutivos; Wall Street no era el único que sepropasaba. En 1930, William Fox fue acusado de"malversación en los libros de cuentas de su propia

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oficina, de manipulaciones y apropiación indebida defondos", siendo finalmente despedido del espléndido estudioque él mismo había edificado. El retozón Adolph Zukor, queconsiguiera extraer de la montaña de la Paramount unapequeña fortuna valorada en unos cuarenta millones dedólares, se encontró haciendo frente a la bancarrota.Incluso el mismo Hearst navegaba en un mar de aguas turbiasy, en esta ocasión, fue Marion Davies quien le ayudó asalir a flote.

Como el resto de la nación, Hollywood tuvo que bailaral son de la misma música: "el mayor festín de la Historia"había llegado a su fin. En 1929 la mayoría de los cientosde millones de espectadores habituales habían pasado deformar colas ante las taquillas a engrosar las queesperaban el reparto del pan. En 1930, la asistencia a loscines era de un cuarenta por ciento menos. Algunos localeshacían esfuerzos desesperados: dos entradas por el preciode una en programas dobles, y cupones gratis para unapermanente "Marcel" para las espectadoras femeninas. Peroen el transcurso del amargo crepúsculo de la Depresión,tales trucos resultaban insuficientes para atraer a losaficionados. Eran demasiadas las puertas que se habíancerrado definitivamente.

Campañas patrocinadas por el Club Permanente deCalifornia del Sur aparecían en todas las publicaciones:"Si desea pasar unas gloriosas vacaciones, California leespera". Si lo que desea usted es encontrar un trabajo, novenga, a menos que quiera llevarse una decepción; pero siVd. lo hace en plan turístico; las atracciones no tienenlímite".

Pese a haber sido sacudido por el crack y la llegada delSonoro, Hollywood sacó fuerzas de flaqueza y se lanzó haciaadelante. En la reconversión, los mitos del País delCeluloide se llevaron un buen porrazo. Sobrevivió el starsystem (la Metro Goldwyn Mayer disparó su slogan: "Másestrellas que en el cielo") pese a que las luminarias encuestión no hacían más que preguntarse por cuánto tiempo semantendrían en sus órbitas.

Veintinueve flamantes stars sonoras habían irrumpido en1931; sólo tres de ellas pertenecían a la carnada de 1921.

No era la carrera de John Gilbert la única en declive.Compañeros de infortunio eran Conrad Bagel, Charles

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Farrell, Buddy Rogers y William Haines. El siempremelodramático Ramón Novarro se largó a "meditar" a unmonasterio.

El desfile fue igualmente fuerte para las diosassilentes. Billie Dove, Colleen Moore, Corinne Griffith yNorma Talmadge se esfumaron, sencillamente. Algunas, comoTalmadge, pretendían ser ya demasiado ricas como para darimportancia a la cosa.

Para ciertas bellezas, el eclipse fue brutal. LouiseBrooks, una de las visiones más radiantes que engalanasejamás una pantalla, pasó vertiginosamente del estrellato adespachar en un mostrador de Macy's. Una maldición aún másdenigrante que la de convertirse en una simple dependientacayó sobre otras. Mae Murray, supermillonaire, fue repudiadapor su esposo noble, aunque dudoso, al perder su fortuna.Tras un viacrucis de humillaciones, fue arrestada porvagabundeo cuando la encontraron, ¡Señor!, durmiendo en unbanco de Central Park. Grandes figuras de los veinte, comoMae Murray, se hallaban realmente convencidas de que su"estrellato" era un don caído de los cielos. No fue Mae laúnica que intentó elevarse por encima de los mortalescasándose con un noble. Gloria Swanson se convirtió enmarquesa de la Falaise de Coudray; Pola Negri (nacidaApolonia Chalupec) trocó su título de condesa Dombska porel de princesa, casándose con el último Mdivani disponible,el Príncipe Serge. Años después también ella acabaría en lafosa, arrojada por las tres P: Paramount, Príncipe yPopularidad.

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Dudas drásticas

William Blake lo dijo bien claro: "Si una estrelladudara, de inmediato dejaría de brillar". Con la llegada dela Gran Depresión, esto es lo que ocurrió en Hollywood. Apaladas.

La tensión fue excesivamente fuerte para muchos de losantiguos grandes. En lugar de tratar de sobrevivir entrecorroídos oropeles, prefirieron escenificar su Gran Final.Algunos, en dramáticos cuadros guiñolescos, se suicidaroncomo dioses autodegollados al pie de sus altares. Fuedurante este período cuando por primera vez salió a relucirel concepto de has been (Has been (ha sido): Se dice de lasgrandes estrellas que han caído en el descrédito pero aúnson reconocidas fácilmente por sus antiguos admiradores.(N. de T.)] Una etiqueta difícil de sacudirse por muyinjustamente adjudicada que estuviese.

Algunos afortunados se las arreglaron para emergerindemnes del doble holocausto crack/Cine Hablado, montandotodo un show al proponerse hacer caso omiso de la amargarealidad. Una de estas afortunadas luminarias fue una hijadel jazz con agallas: Joan Crawford.

En 1932, en medio de las turbulencias de la GranDepresión, Crawford se sintió llamada a fortificar la moralde la nación a través de un manifiesto público en laspáginas de "Photoplay", valientemente titulado "¡Hay quegastar!", toda una declaración de principios sobre losDerechos de una Estrella.

Como respuesta a gruñidos no precisamente insensatos,mientras se alegaba que las figuras estaban superpagadas,Joan replicó que el deber de una star residía en mantenerseen el estilo de vida que el público asociaba con su elevadopuesto. Y con férrea determinación se rodeó a sí misma conlo máximo en lujos, pieles de última moda, deslumbrantesjoyas y un renovado guardarropa de fabulosos modelos. Seríaésta la única manera, y no otra, de hacer que sus fans sesintieran satisfechos y los dólares continuaran circulando.

Heroicamente, Joan exhortaba a sus admiradores aemularla: "Yo, Joan Crawford, creo en el Dólar. Todo lo quegano lo gasto".

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Para Joan, al menos, era ésta la fe religiosa en elestilo Hollywood; mansiones espléndidas, coches, unacatarata de lujos y, fuera del ámbito de los Estudios, untorbellino de cocktail-parties, románticos rendez-vous y bienpublicitadas salidas nocturnas.

Ella supo llevar todo esto al extremo. Como el resto,se había asomado al precipicio y el Olvido la habíadevuelto a su sitio —Joan sabía muy bien de dónde procedíay no tenía la menor intención de regresar allí.

El crack había hecho mella en la seguridad desvergonzadade Hollywood. En el silencio nocturno de sus almas doradas,las estrellas supervivientes —Crawford entre ellas— sabíanque algo ajeno se había infiltrado en su privilegiadoentorno: una rata llamada miedo.

El escándalo hizo estruendosa entrada en 1930, a raízde la batalla campal protagonizada en los tribunales porClara Bow y Daisy DeVoe. Pero el show se representó en unlocal semivacío.

Aunque los idilios de Clara fueran desmenuzados en laprensa, la nación se hallaba demasiado aturdida paratomarlos en cuenta. El caso Bow sólo suscitó miradas haciaatrás, sobre un festín que a todos les había producidoresaca.

En 1931, mientras Clara era víctima de su primeradepresión nerviosa, la mayoría de sus antiguos admiradoresse encontraban buscando trabajo por las calles. Y, mientrasella trataba de recuperarse en un manicomio, una multitudse enfrentaba con una música bastante más estridente que ladel jazz. Pese a que su regreso al cine sonoro al añosiguiente fue brillante, Salvaje no la libró del desastre.Clara ya era una reliquia del pasado, y el dolor que estole produjo desembocó en la locura. Una vez más, pues, elsanatorio, envuelta en sábanas heladas.

Muy pronto, y en el mismo hospital, se le uniría BusterKeaton, fuera de quicio por los combinados traumas emanadosde la llegada del sonido, la pérdida del control artísticosobre sus películas, los problemas maritales y la bebida.

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"¡Adiós muchachos, compañeros de mi vida!"

Aquellas estrellas a quienes sus destrozados nervioshabían conducido a manicomios más o menos privados, comoClara Bow y Buster Keaton, hicieron menos ruido que las queoptaron por diseñar sus propias caídas. Antes que plantarcara a la vida fuera de la cúspide, Milton Sills prefirióescribir su propio finis en 1930, estrellando su limusinaúltimo modelo en la curva del Hombre Muerto, en plenoSunset Boulevard. La radiante Jeanne Eagels se decidió poruna deliberada sobredosis de heroína. Robert Ames utilizóel tubo del gas. Karl Dane se disparó un tiro en la sien en1932.

También empleó un revólver el Padre Confesor deHollywood, en lo que fue el suicidio más comentado de ladécada. Su entrañable carácter había ganado para Paul Bernese título, y seguramente ése había sido uno de los motivosque llevaron a Jean Harlow a contraer matrimonio con unintelectual físicamente impresentable que le llevabaveintidós años. Bern había sido ayudante de Thalberg en laMetro Goldwyn Mayer y factor decisivo para la incorporaciónde Jean a la fábrica de sueños de Culver City.

La singular pareja había unido sus destinos el 2 dejulio de 1932. Dos meses más tarde, 5 de septiembre de1932, el mayordomo de Bern encontró su cadáver en elblanquísimo dormitorio de su esposa en la conjunta mansiónde Benedict Canyon. Estaba desnudo, tendido frente a unespejo de cuerpo entero, bañado en aromas de "Mitsouko", elperfume preferido de Jean, con un disparo en el cráneoprocedente de una pistola calibre 38 que yacía a uncostado. Jean se hallaba de visita en casa de su madre.

El mayordomo no llamó a la policía; telefoneó en sulugar a la Metro Goldwyn Mayer. En un santiamén sepersonaron Louis B. Mayer y Thalberg. Mayer encontró unanota autografiada por Bern encima del tocador de su esposa:

"Mi muy querida,Desgraciadamente, ésta es la única salida para reparar

el daño que te he causado y borrar mi humillación. Te amo,Paul.

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»Espero que entiendas que lo de anoche sólo fue unacomedia.»

Parecía ser que Bern tenía un "problema" y habíatratado de efectuar el coito por medios artificiales: uncontundente pene falso. Mayer se metió la carta en elbolsillo y, dado que la policía hizo su aparición dos horasy media más tarde, sólo se decidió a mostrarla cuandoHoward Strickling, jefe de publicidad del Estudio leaconsejó que lo hiciese.

Al día siguiente, Dorothy Millette, una rubia aspirantea starlet que fuera la primera esposa de Paul Bern, sesuicidó arrojándose a las aguas del río Sacramento.

Dos actores, también en el olvido y convertidos enalcohólicos, eligieron idéntico camino. John Bowers, caminódesnudo hacia su final entre las olas de la playa deMalibú; James Murray saltó vestido a las aguas del EastRiver. George Hill, realizador de The Big House, se voló elcráneo, en 1934, con una escopeta de caza.

En 1935, el suicidio de Lou Tellegen no fue el único:su espantoso hara-kiri con un par de doradas tijeras teníasu antecedente, diez años atrás, en el de Max Linder. Esastijeras de oro macizo con las iniciales de Tellegengrabadas, habían sido muy usadas durante años en losrecortes de prensa que cubrían tanto su carreracinematográfica como partenaire favorito de Geraldine Farrarcomo el posterior romance y matrimonio de ambos. Totalmenteolvidado en 1935, Lou se rodeó de sus voluminosos álbumesde recortes ya amarillentos, con sus fotos másfavorecedoras y con los posters un tanto andrajosos de sustriunfos, The Long Trail y The Redeeming Sin. Y, desnudo en elcentro del ridículo círculo, se acurrucó al estilo japonéspara destrozar el olvidado ser en que se había convertidocon feroces tijeretazos en el pecho y el estómago. Se leencontró destripado, con el corazón abierto y los patéticossouvenirs empapados en sangre.

Los recortes de prensa también desempeñaron un papel enel suicidio de la exquisita Gwili Andre, modelo y fracasadaactriz de segunda fila que había conquistado mucho espacioen las linotipias, pero muy escasos metros de celuloide, AGwili Andre la encontraron carbonizada en medio de una pirafuneraria prendida con su inútil publicidad.

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Una novedad fue la impuesta por Peg Entwistle, quienescaló las húmedas laderas del Monte Lee hasta el letrerode Hollywood (constancia de un mal negocio de Mack Sennett,quien había adquirido los terrenos en los años 30denominándolos HOLLYWOOD LAND). Peg trepó hasta el final dela letra número trece (poco antes había conseguido unpapelito en un film titulado Trece mujeres que no le reportógran cosa). No fue capaz de seguir poniendo buena cara a laCiudad del Oropel, y se zambulló hacia la muerte. Otrasestrellitas desilusionadas siguieron a su pionera, y elsigno de Hollywood se convirtió en un notorio mojón dedespedida.

Las píldoras de Seconal, se hicieron también popularesal llevarse por delante al encantador Ross Alexander, delelenco de la Warner Bros, en 1937, y también al realizadorTom Forman en 1938.

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Cotillas babilónicos

Dejando aparte esos escándalos que eran pasto frescopara la prensa, Hollywood nunca careció de otros muyparticulares que, entre plano y plano, contribuían aaliviar el tedio, pero que jamás llegaban a ver la luz enlas columnas de chismorreo.

La inseguridad que trajo consigo la Depresión sacó arelucir lo que de peor había en los Dioses Malévolos:estrellas que se golpeaban unas a otras, realizadores quelevantaban calumnias sobre sus compañeros, ejecutivos quedespreciaban a todo el que se pusiera a su alcance.

El molino de las insidias trabajaba horas extras ensitios nocturnos como Trocadero, Cocoanut Grove, Casanova,Cotton Club, Hawaian Paradise, Club Marti, Bali, ClubEsquire, Century Club y Famous Door. Las lenguas de triplefilo hacían su agosto en bares tan concurridos como TheBeachcomber, Seven Seas, Tropics, Bamboo Room, Swing Club yCine-bar. La chismorrería homosexual femenina giraba entorno a Mary's, el bar para lesbianas en el Strip, y supolo opuesto en otro, arriba en la montaña, el Café Gala,lindante con los hogares de Cole Porter y Cecil Beaton.Reputaciones enteras eran deglutidas junto con la cena enBrown Derby, Cock and Bull, Avdeef's, La Golondrina, VíctorHugo, Dave Chasen's, Cinegrill, Biltmore, Gotham, Musso-Frank's y La Maze, todo Hollywood tenía cabida en esosbanquetes caníbales.

Entre bocado y bocado se aireaban alegre y locamentelas públicas imágenes y vidas privadas de gentes como lafamosa pareja romántica formada por Charles Farrell y JanetGaynor, en la cual ella era bastante más masculina que él.Matrimonios como los de Farrell con Virginia Valli o Gaynorcon Adrian, el modisto, eran clasificados como "Tándemscrepusculares", bicicletas de dos para encubrir lahomosexualidad.

Las uñas y lenguas se afilaban para encarnizarse entoda faceta íntima que se saliera de lo corriente, como lavena sádica en Stroheim, Selznick, Victor McLaglen oWallace Beery, o las necesidades masoquistas de Jannings,Laughton y la desquiciada y esplendorosa Mary Nolan, más

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conocida como "la bella masoquista". (Mary era la notableex-Imogene Wilson, una chica de Ziegfeld, cuyos psicodramassadomasoquistas con el cómico Frank Tinney habíanconseguido escandalizar a Nueva York. Ahí, como enHollywood, Mary se las componía para poner de relieve loque cada hombre lleva de sádico en sí, con frecuencia hastapoder alcanzar la Venganza de la Masoquista, como cuandodemandó a un productor en quinientos mil dólares portratarla a lo bestia con exagerada crudeza.)

Los chismes sobre genitales se cotizaban muy bien;Chaplin y Bogart figuraban en cabeza de los bien dotados.Un tiempo similar se dedicaba a aquellos cuyas medidas nocorrespondían a lo normal. Al aire salían a relucir losnombres de todas aquellas "Diosas del Amor" cuya devoción aPríapo exigía que sus vaginas fuesen restauradasquirúrgicamente de vez en cuando. El malicioso sarcasmo deuna Carole Lombard o una Tallulah Bankhead transformabaesos comentarios en deliciosos chascarrillos.

La homosexualidad supuesta o real era un tópicofavorito. Muy pocos en el entorno de la Fox desconocíanque, a la hora de preparar un reparto, F. W. Murnaufavorecía a los gays. Su muerte en 1931 inspiró una mareade especulaciones.

Murnau había contratado como criado a un bello muchachofilipino de catorce años llamado García Stevenson. Cuandoocurrió el fatal accidente, el chico se hallaba al volantedel Packard de su amo. Las viperinas lenguas de Hollywoodno tardaron en afirmar que, cuando el vehículo se salió dela carretera, Murnau estaba practicando una delicada fellatiosobre García. Sólo once almas caritativas asistieron alfuneral (Garbo entre ellas). Farrell y Gaynor, a quienesMurnau había dirigido en tres ocasiones, no se dignaronpresentarse para rendirle tributo. Garbo encargó unamáscara de escayola del rostro del muerto y conservó esememento del genio germano durante todos sus años depermanencia en Hollywood.

La genuina reserva de Greta Garbo, mantuvo a loschismosos a distancia durante mucho tiempo. Se hacían, noobstante, ocasionales especulaciones sobre el grado íntimode su amistad con la escritora Salka Viertel.

Más adelante, la llegada de Marlene Dietrichproporcionó abundante pasto. Alegre bisexual sin el menor

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género de dudas, con apetito suficiente como para muchos yvariados amores, Marlene sirvió para alimentar durante losaños treinta los alegres gorgojeos de las comunidad"diferente". Su enjambre de amiguitas se granjeó elsambenito de "las costureras de Marlene". No eran lesbianaspropiamente dichas, como las de la "banda de Nazimova",aunque sí alegres vividoras que como Marlene, se divertíanen jugar a dos bandas. A Dietrich se le atribuyó unapasionado affair con su compañera de la Paramount, ClaudetteColbert, y otro con Lili Da mita, esposa de Errol Flynn enla vida real. La visión de una Marlene en traje de etiquetamasculino resultaba irresistible para cierto miembros deljet-set internacional; pronto, la autora Mercedes D'Acosta yla archimillonaria Jo Carstairs se encontraron dentro deatavíos masculinos como peces en el agua. Las dosefectuaban periódicas peregrinaciones a Hollywood pararendir pleitesía al "ángel azul". Fue en el transcurso de1932 cuando Marlene Dietrich decidió emplear su uniforme,reservado hasta entonces a la pantalla, fuera de ella: asífue implantada una moda que se extendió por todo el país:la de la mujer que llevaba pantalones.

El atractivo bisexual de Marlene vestida de hombre fuemagnificado por su particular Svengali, Josef VonSternberg, quien se las arreglaba para incluir en cada unade las películas que realizaron juntos una escena, por lomenos, en la que la actriz aparecía disfrazada de varón.Que el suyo era un romance mental, artificio y arte, eraalgo sobre lo que no cabía la menor duda. El "fetiche"Marlene de Von Sternberg no obtuvo la esperada aprobaciónuniversal.

"Vanity Fair" comentó tras el estreno de Capricho imperial:"Sternberg ha traicionado su estilo simplista en pro de unafantasía desbordante y centrada primordialmente en laspiernas enfundadas en medias de seda y el trasero conencajes de Dietrich, de quien ha conseguido hacer unamonumental zorra. Por voluntad propia, Sternberg es unhombre que combina el pensamiento con la acción: pero, enlugar de abstraerse contemplando el ombligo de Buda, superseverancia umbilical le ha llevado a fascinarseexclusivamente con el de Venus". La señora de VonSternberg, Risa Royce, no debió de sentirse tampoco muysatisfecha cuando presentó una demanda de divorcio,

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nombrando a Marlene como la responsable de "desviar elcariño de mi esposo".

Marlene continuó su camino hasta convertirse en unaleyenda viviente rodeada de amantes femeninos o masculinosy de otros directores y operadores. Años más tarde, cuandoalguno de éstos se mostraba incapaz de iluminarlaapropiadamente, podía escucharse a la eterna glamour girlsusurrar por lo bajo y entre dientes: "Ay Joe, ¿dóndeestás, ahora?".

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La monstruosa Mae

Mae West irrumpió en Hollywood con una reputación de"perversa chica de Broadway". Obras como Sex la habíanprecipitado en aguas turbulentas y le habían costado ochodías en la cárcel. A su llegada se descolgó con esta frase:"No soy ninguna tonta de pueblo que busca prosperar en lagran ciudad. Soy una mujer de una gran ciudad que va adescollar en un pueblecito".

La apuesta de la Paramount por Mae resultó ganadora. EnNoche tras noche, la actriz se robó limpiamente la películacon un papel secundario; a partir de ahí trató de imponersea los jefazos del estudio para que la dejasen libre demovimientos. Su primer vehículo estelar, Nacida para pecar,que adaptó personalmente de su propia obra Diamond Lil,batió records de taquilla en 1933. Recaudó dos hermososmillones de dólares en sólo tres meses y salvó al estudiode la bancarrota.

"Variety" resumió así el film: "La señorita West, consombreros gigantescos, embutida en modelos tipo camisa defuerza y con tantas joyas encima que parece una plantaKnickerbocker, canta "Easy Rider", "A guy who takes his time" y"Frankie and Johnny" todas con las letras claramentepasteurizadas. Pero da igual: Mae no podría cantar una nanasin convertirla en sexo puro. Repleta de risas, como unespía de coartadas, la personalidad de esta luminaria seimpone por encima de cualquier vulgaridad. West acentúa susdiálogos de una forma tan especial que no tardará mucho enser imitada... Su dominio sobre amantes, pasados, presentesy futuros, resume todo el contenido de su film".

Mae no cayó bien al "todo" Hollywood. Una notableresistente fue Mary Pickford, quien, desde su retiro enPickfair, comentó: "Pasé por delante de la puerta de miencantadora sobrinita, educada con esmero, y ¡Dios mío!,estaba cantando estrofas de esa canción de Diamond Lil y digoesa canción, porque me sonrojaría el mencionar su títuloincluso aquí".

Los frívolos puntos de vista de Mae con respecto alsexo fueron objeto de una fortísima diatriba del cardenalMundelein de Chicago, quien ordenó a uno de sus pedantes

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feligreses, el reverendo Daniel A. Lord, redactar unpanfleto titulado "Las películas traicionan aNorteamérica"; en él, las juventudes católicas eranconminadas a boicotear las "ofensivas cintas" de Mae West.En adelante esos films integrarían la lista negra de larevista del Padre Lord, "The Queen's Work".

La Hermandad católica se sintió tan satisfecha ante laacogida que decidió extender su boicot anti-sexo a nivelnacional. Bernard J. Sheil, obispo auxiliar de Chicago, sedio buena maña para organizar un grupo; surgió así la Ligade la Decencia, constituida en octubre de 1933, seis mesesdespués de la presentación de Nacida para pecar. Losinspiradores de la Liga adujeron la amenaza que Mae Westrepresentaba como una razón de peso para la "necesidad" desu Organización.

A continuación de Nacida para pecar, Mae interpretó supelícula más popular, No soy ningún ángel. Su desintegraciónse inició con su tercera película, No es pecado. Cuando enBrodway se erigieron enormes vallas anunciando No es pecado,un pelotón se formó para pasear arriba y abajo de lasvallas con pancartas que llevaban este escueto mensaje: "Síque lo es". Los púdicos Legionarios obtuvieron una victoriamenor; el título de No es pecado tuvo que cambiarse por el deLa bella del Novecientos. El jefe de publicidad de la Paramount,a quien se le había ocurrido una divertida campaña depromoción, se encontró de repente en posesión de cincuentapapagayos sin trabajo a los que había contratado para querepitiesen una y otra vez "No es pecado", "No es pecado".

Por esas fechas el Padre Lord había desplazado suinquieto cuerpo a Hollywood, dispuesto a adoctrinar a Haysacerca de un par de cosas relacionadas con la Censura. Lorddesempolvó la vieja lista de los "Noes..." y, con la ayudade un católico seglar, Martin Quigley, redactó una nuevaristra de absurdas restricciones bajo el título de "Códigoregulatorio para la creación de películas". Estamonstruosidad que incluía cien maneras diferentes deasexuar le fue entregada a Hays por Lord y Quigley; JosephL. Breen hizo su aparición para reforzar la Liga con unanueva arma: el Sello de la Pureza. Ninguna producción podíaser exhibida sin pasar antes por él.

La guerra de Mae contra los super-censores comenzó enserio en el verano de 1934, cuando los nuevos guardianes de

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la virtud norteamericana afilaron sus garras ante estafrase pronunciada por la estrella ante un gangster: "¿Quéte pasa en el bolsillo del pantalón? ¿Llevas una pistola osimplemente te alegras de verme?".

Mientras No es pecado anduvo en fase de producción, laOficina Hays plantó a un guardián en el plató para que leinformase sobre los diálogos y los desplazamientos de Mae.A ella, para espantar al entrometido, se le ocurrió unapequeña travesura.

Inventó una amenaza de bomba y se rodeó de unacuadrilla de atléticos guardaespaldas que, entre toma ytoma, la escoltaban hasta su lujoso camerino. Mientras elperro guardián husmeaba, Mae colgó un cartelito en lapuerta que decía: "No molestar excepto en caso deincendio".

Pese al constante mojigaterío, Mae se las compuso paradotar a sus diálogos de un tratamiento netamente West; porejemplo: "Un hombre en casa vale por dos en la calle".

Hearst hizo su acto de presencia en 1936, cuando Mae seatrevió a hacer un chiste sobre su sacrosanta dama, Marion,provocando su ira. Ciñéndose a Klondike Annie como blanco, lacadena de periódicos de Hearst tachó a Mae de "monstruo delascivia" y "amenaza para la Sagrada Institución de laFamilia Norteamericana". Y añadían: ", Cuándo llegará lahora de que el Congreso se decida a hacer algo con MaeWest?" (Una Marion un tanto trompa pudo ser observadadivirtiéndose a lo grande en el transcurso de la première deKlondike Annie, sin imaginarse siquiera la causa del revueloque había conmocionado a sus partidarios.)

A Hearst le había sacado de sus casillas ciertocomentario de Mae acerca de las habilidades de Marion comocomediante. Dado que el poderoso caballero tenía queguardarse muy bien de revelar el porqué de su odio, suhipócrita actitud para limpiar su honor derivó hacia la"concupiscencia" de los diálogos cinematográficos de Mae, afin de condenar lo que en la actualidad resultaríaingenuamente divertido: "Si tengo que hacerlo, entre dospecados elijo siempre el que nunca he probado". También sesintió injuriado ante el tratamiento dado por Mae a unhimno usado en las Convenciones: "Mejor es dar querecibir". Y ordenó la inmediata prohibición de lapublicidad de las películas de West en su extenso circuito

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de publicaciones.Más allá de lo que "la monstruosa Mae" sugería desde la

pantalla, su vida privada era un dechado de discreción. Lostipos que le gustaban solían ser, por lo general,boxeadores, culturistas o individuos dotados de especialesformas de masculinidad. Estos sujetos, y no miembros de supropia profesión, eran los admitidos en la intimidad de suantecámara rosada en forma de concha. Las persianas erancorridas y descorridas incesantemente. Mae respetaba lavida privada de los demás y le gustaba que con la suya sehiciera otro tanto. Se mantenía alejada del torbellinosocial de las fiestas de Hollywood y sólo era vista enpúblico ocasionalmente en los combates de boxeo de algunosde sus favoritos, casi siempre en compañía de su antiguoamigo y representante Jim Timony.

A pesar de ello, Hearst y la Liga de la Decenciaaguijonearon sin cesar a la oficina Hays para acobardarladurante la filmación de Every day's a holiday. Estas frasesfueron censuradas: "No dejaría que me tocase ni con unavara de diez pies" y "Por ese fulano no me quitaría ni elvelo".

Hearst se compinchó con Breen para que el "MotionPicture Herald", que editaba Quigley, publicase unarelación de estrellas consideradas como "veneno para lastaquillas". Esta falsa lista negra fue diseñada paraquitarse de encima a intérpretes "desobedientes" o aquéllosque, víctimas de la censura o del chismorreo, eranconsiderados "no gratos". El folio incluía a personalidades"difíciles" como Katherine Hepburn y Fred Astaire o "malasmujeres" como Marlene Dietrich y Mae West. La realidad eraque las películas de Mae aún se vendían muy bien, aunque lacampaña había dejado su huella. Cuando en 1938 llegó larenovación del contrato, con Every day's a holiday a punto deestrenar, la Paramount dejó que los puritanos tuvieran laúltima palabra. Con su materia prima "pasteurizada", lacalidad de los últimos films de Mae West en otros Estudiosdeclinó sin remedio.

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Diario azul

Los años treinta se vieron agraciados por otraluminaria femenina con una pronunciada inclinación por loshombres, una belleza de cabellos castaño rojizos,sofisticada y apacible, con una voz gutural y sensual: MaryAstor, una de las grandes actrices de carácter de lapantalla.

Desde muy jovencita, el mejor amigo y confidente deMary había sido su diario. En él lo contaba todo,complaciéndose en reseñar cualquier experiencia sublimemientras su recuerdo aún persistiera. Así podía revivir elmomento y señalar los puntos cruciales en su paso por lavida. Su diario hollywoodense estaba encuadernado en azul,con las páginas repletas de magníficos y ultrafemeninospasajes que los grafólogos calificaban como admirables ydesinhibidos. Su contenido era tan libre como supropietaria. El volumen que abarcaba el año 1935 cubría suscitas extramaritales con el agudo comediógrafo George S.Kaufman, en quien ella había encontrado un exquisito poderde comunicación.

El librito azul estaba guardado en un rincón de lacómoda del dormitorio, al lado de las braguitas de Mary.Cierto día, su esposo, médico, se hallaba a la caza ycaptura de unos gemelos extraviados. Cuando el doctorFranklyn Thorpe abrió distraídamente el volumenencuadernado en piel, su mirada se posó en determinadocomentario en el que se describía con sorprendidaadmiración: "Es increíble su potencia, su capacidad parapermanecer en situación durante tanto tiempo. ¡No comprendocómo puede hacerlo!". La admiración no la provocaba eldoctor Thorpe.

A medida que éste repasaba las páginas pudo saber queel hombre con ese fantástico poder de resistencia sexual noera otro que el urbano y neoyorquino Kaufman. Mary lo habíaconocido en el hotel Algonquin durante unas vacaciones quela actriz se regalara en 1933 con el pretexto de ir decompras. Lo cual demostraba que el buenazo del doctor habíasido un soberano cornudo durante dieciséis largos meses.Mary entraba en detalles sobre el primer encuentro con su

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futuro amante (quien le había sido presentado por su amigaMiriam Hopkins) en términos radiantes:

"Su primera inicial es la G. —George Kaufman—, y yo medesplomé nada más verle como una tonelada de ladrillos. Eraun viernes... el sábado me recogió en el Ambassador yfuimos a almorzar al Casino. ¡Lo pasamos de locura!"

Tras asistir en el teatro Music Box a una de lasrepresentaciones del musical de Kaufman Of thee I sing, Mary yGeorge se recorrieron la ciudad de cabo a rabo durante lassiguientes noches —clubs, fiestas, cenas. A medida que ibaleyendo, los desilusionados ojos del médico apenas podíandar crédito a los records que su esposa había reseñado desu puño y letra en su itinerario sexual:

"Lunes: nos escabullimos de un party soporífero. Hacíamucho calor, de modo que tomamos un coche y dimos variasvueltas alrededor del parque, y el parque, bueno, era... elparque. Me apretó con fuerza las manos y me dijo que legustaría besarme, aunque no lo hizo...

»En la noche del martes, cenamos en el Veintiuno y,mientras llegábamos al teatro para ver Run Little Chillun, mebesó en el trayecto. No creo que ninguno de los dosrecuerde ahora de qué trataba la obra. Durante los dosprimeros actos, jugábamos con nuestras rodillas, en eltercero mi mano no reposaba precisamente en mi falda...Hacía un montón de años que yo no manoseaba a un hombre enpúblico, pero es que no pude contenerme... Después tomamosunas copas en algún lugar y a continuación fuimos a unpisito de la calle 73 donde podíamos estar a solas y todofue emocionante y bellísimo. Cuando George se quita y dejaa un lado sus gafas, es un hombre completamente distinto.Sus poderes de recuperación son asombrosos. Hicimos el amordurante toda la noche... Todo funcionó a las mil maravillasy comenzaba a amanecer cuando compartíamos nuestro orgasmonúmero cuatro...

»Durante el resto del tiempo apenas si vi a nadie.Asistimos a cada show de la ciudad, nos divertimos muchojuntos y visitamos con frecuencia el apartamento de lacalle 73 donde nos daban las claras del día en un coitotras otro...

»Una madrugada, serían alrededor de las cuatro, tomamosun sandwich en Reuben; ya empezaba a salir el sol, de modoque recorrimos el parque en un coche abierto, los pájaros

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trinaban, y la mañana era fría y húmeda. Fue casi celestialestar acariciándonos y masturbarnos allí mismo... al airelibre...

»¿Acaso alguna mujer fue más feliz que yo? Tengo másque comprobado que George está en estado de erecciónconstantemente... Ignoro cómo lo consigue... pero esperfecto."

Fue entonces cuando el Doctor Thorpe descubrió que eltemerario idilio neoyorquino había continuado ante suspropias narices y en su propia casa.

Kaufman y Moss Hart pasaron unos días en Hollywood enfebrero de 1934, antes de establecer su cuartel general deescritores durante el invierno en Palm Springs. Una mañanaMary le dijo a Thorpe que tenía que presentarse en laWarner para unas pruebas de vestuario; en lugar de ellosalió disparada hacia el Beverly Wilshire, donde tuvoocasión de ver por primera vez en varios días a George: "Merecibió en pijama y caímos uno en brazos del otro. Seexcitó en un instante y al momento todo volvió a ser comoen los viejos tiempos... Arrojó a un lado su pijama y, encuanto a mí, jamás en toda mi vida, nadie me había quitadola ropa tan rápidamente... Luego fuimos a almorzar aVendôme, después a una papelería y vuelta al hotel. Llovíay era hermoso... Fue maravilloso joder durante toda unatarde encantadora... Me marché a eso de las seis".

Esto ocurriría durante los subsiguientes fines desemana en Palm Springs:

"Sentados al sol durante todo el día —almuerzo en lapiscina con Moss, George y los Rogers— cena en el 'Dunes' —un brindis a la luz de la luna SIN Moss y Rogers. ¡Ah, lasnoches en el desierto, desnudos bajo las estrellas y elcuerpo de George fundiéndose con el mío!"

Cuando Thorpe se encaró con su mujer para revelarle sudescubrimiento, era de suponer que el libro encuadernado enazul se quedara en blanco durante un tiempo prudencial.Pero Mary no pudo resistirse a transcribir la reacción desu esposo:

"Durante varios días estuvo destrozado y al final usósu último cartucho: 'Te necesito', me dijo llorando.

»Para mantener la paz y dar una tregua a todo estacarga emocional, le dije que, de momento, no tomaríaninguna decisión. Para ser sincera, el único motivo de mi

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respuesta era que deseaba seguir viéndome con Georgedurante el resto de su estancia sin que me molestase nadie—y hecha unos zorros. Deseaba poder gozarlo al máximo enestos últimos momentos..."

La negativa de Mary a romper el affair motivó el queThorpe quisiera pagarle con la misma moneda y pronto pudovérsele en compañía de tal cantidad de starlets que susextravíos se convirtieron en la comidilla de la ciudad.

Cuando Thorpe, en abril de 1935, puso pleito dedivorcio a Mary solicitando la custodia de su hija Marilyn(a quien ella adoraba) se alzaron centenares de cejas.

Mary no se dio por aludida. Thorpe se había apropiadodel locuaz diario, antes de que ella saliera de la mansiónde Beverly Hills. Fue una evidencia aplastante. Ella nopodía soportar la idea de que la despojaran de Marilyn. Ypresentó a su vez un recurso el 15 de julio para retener lapatria potestad sobre la niña.

En el primer día del juicio, los abogados de Thorperevelaron la existencia del diario. El juez "Goody" Knight,echó un vistazo al librito y lo rechazó como prueba. Perolos abogados de Thorpe mostraron a la prensa extractos quedejaban pocas dudas acerca de su contenido; entre ellosestaba lo de "¡Ah, las noches en el desierto...!" que, ipsofacto, pasó a ocupar un lugar en el folklore nacional. Losperiódicos airearon el diario a los cuatro vientos,seleccionando entre comillas extensas porciones del mismo.Y el respetable se lo pasó en grande echándole imaginacióna lo que sólo quedaba insinuado.

Sus más constantes admiradores recordaron otro de losapasionados affaires de coeur de Mary Astor, hacía ya unadécada y antes de su matrimonio, cuando, durante el rodajede Don Juan, de aspirante a estrellita pasara a convertirseen la jovencísima querida de John Barrymore.

La Corte fue toda oídos cuando la niñera de la hija deMary hizo un recuento de todo lo que había pasado en casade Thorpe a raíz de la salida de Madame. La nursedescribió, por ejemplo, la batalla campal de celos,desarrollada ante los ojos de la niña, a cargo de la starletNorma Taylor y el doctor, con Norma llevando como únicoatuendo sus uñas laqueadas al rojo vivo. La niñera declarótambién que no sólo Norma, sino otras rubias del conjuntode Busby Berkeley "habían dormido en el lecho del doctor"

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en sucesivas noches. 01 dónde estaba Thorpe? Laimperturbable respuesta fue: "Pues allí, en su cama,naturalmente".

Mary consiguió que le devolvieran la casa y su Marilyna pesar de todas las revelaciones que el diario conteníasobre su pasión por Kaufman.

Sin embargo, la Corte no le restituyó a su "más queridoamigo". El diario se consideró "pornográfico" y fuedestinado a la estufa del juzgado.

Resulta extraño que estas revelaciones no dañaran lacarrera de Mary Astor; nada más lejos de ello. Diez añosantes, un caso similar hubiese significado el fin paracualquier estrella; pero la Depresión era un factor que,aunque doloroso, contribuyó a una mayor madurez de losespectadores. Transcurrirían sólo unos años hasta que MaryAstor se apuntara uno de sus mayores triunfos artísticoscomo la malvada seductora en aquel inolvidable El halcónmaltés.

Kaufman, que había puesto pies en polvorosa durante larealización del juicio, se instaló con Hart en Nueva York.Había logrado zafarse de todas las preguntas concernientesal caso, pero, una vez, acosado por los periodistas en lasalida de artistas del Music Box, dejó caer: "Puedenustedes confiar en que yo no llevo ningún diario".

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El garaje de la muerte

El año 1935, en que fue incinerado el explosivo diariode Mary Astor, finalizó con un repugnante estampido: uno delos más desconcertantes asesinatos de Hollywood. Loscrímenes resueltos son, por lo general, archivados yolvidados. Los que no dejan tras de sí una estela semejantea una enfermedad que se niega a desaparecer. Esto fue loque ocurrió en el caso de la Rubia Merengue.

La deliciosa Thelma Todd, había trabajado con Laurel yHardy, los Hermanos Marx y su amiga del alma Zasu Pitts, enuna serie de alegres farsas para Hal Roach. Sus admiradoresno hubieran reconocido a Thelma en su último papel —quesólo llegó a interpretar tras ardua lucha—: el de uncadáver desplomado, con la boca, el traje de noche y elabrigo de visón cubiertos de sangre. Su doncella descubrióal cadáver a las 10,30 del lunes 16 de diciembre en lapuerta de entrada del garaje que Thelma compartía con suamante, el realizador Roland West. La cochera estabasituada en Palisades, sobre la autopista del Pacífico,entre Malibú y Santa Mónica. La llave de encendido de suPackard estaba en el contacto y el motor en punto muerto,en tanto Thelma yacía de bruces sobre el asiento frontal.En una macabra coincidencia, la actriz había interpretadono hacía mucho una escena con Groucho Marx, en la que éstele advertía: "Ahora, sé una buena chica o, de lo contrario,tendré que encerrarte en el garaje".

El Gran Jurado, tras muchas semanas de debate sobreevidencias contradictorias, pronunció un extraño veredicto:"Muerte causada por envenenamiento con monóxido decarbono". Esta conclusión un tanto negligente dejaba muchoscabos sueltos. Si efectivamente Thelma había muertoasfixiada a su regreso del Trocadero, ¿cómo era que susropas se hallaban en ese estado de desorden? ¿Quién o quéhabía causado las salpicaduras de sangre en su rostro?

Si, como la policía aseguraba, la muerte se habíaproducido en la mañana del domingo, ¿por qué los testigos(uno de los cuales era Jewell Carmen, la esposa de West)aseguraban haber visto a Thelma ese mismo domingo zumbandoal volante de su Packard descapotable entre Hollywood y

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Vine, con un apuesto moreno por acompañante?Thelma había sido durante algún tiempo la querida de

West. Ambos eran socios en el Thelma Todd's Roadside Rest,un popular merendero en la playa situado bajo lasPalisades, en la carretera de la Costa, cercano al lugardel crimen. Tras un exhaustivo interrogatorio, West admitióde mala gana haber sostenido con Thelma en la madrugada deaquel domingo una violenta pelea, zanjada al empujarla élhacia afuera. La comunidad de vecinos declaró haberescuchado a Thelma proferir obscenidades contra Westmientras golpeaba con los nudillos la pesada puerta de lafinca. El examen de la entrada principal reveló marcasfrescas de golpes.

En la encuesta salió a relucir que su amiga deconfianza y compañera en la pantalla, Zasu Pitts, habíaprestado a Thelma miles de dólares que habían sidoengullidos por las complicadas finanzas del Roadside Rest yjamás restituidos a Zasu. Ida Lupino testificó que, si bienen la fiesta del Trocadero Thelma parecía tan despreocupadacomo de costumbre, le confió que estaba poniéndole loscuernos a West con un hombre de negocios de San Francisco.

El abogado de Thelma solicitó una segunda investigacióncon el objeto de demostrar su teoría: que la dama habíasido muerta por asesinos a sueldo de Lucky Luciano. Poraquel entonces Luciano incursionaba en los establecimientosde juego ilegales de California. Se había aproximado aThelma con una oferta para quedarse con la parte superiorde su café e instalar un resguardado casino que, era desuponer, ella se encargaría de llenar de clientesreclutados entre sus famosos amigos. El abogado estabaconvencido de que, al negarse a aceptar el ofrecimiento deLuciano, Thelma había firmado su sentencia de muerte. Suproductor, Hal Roach, palideció ante la sola mención delnombre de Luciano. Y aconsejó al abogado que abandonase elasunto.

También se sospechó, aunque no llegara a probarse, queuna especie de representación había tenido lugar bajo labatuta de West, con la ayuda de una amiguita a la que habíahecho pasar por Thelma. Se decía que era la doble quienhabía intervenido en toda la pantomima de los gritos ygolpes ante la puerta, mientras West, al otro lado, dejabaa Thelma sin sentido, la depositaba en su coche, abría la

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espita del gas y cerraba el portón del garaje.De acuerdo con esta teoría, West había querido dar un

carpetazo definitivo a la ya deteriorada relación entreambos y cometer el crimen perfecto, como en su películaAlibi.

De todo esto no existieron pruebas reales, pero West,que había dirigido a Lon Chaney en El monstruo y a ChesterMorris en The Bat Whispers, uno de los más extraordinariosthrillers jamás filmados, no volvió a realizar otra película.Contrajo matrimonio con Lola Lane y murió olvidado en elaño 1952.

Thelma había sido popularísima, no sólo para susadmiradores, sino entre las gentes de su profesión. Sufuneral en Forest Lawn, convocó a una enorme muchedumbre.Descansaba en féretro abierto, cubierto de rosas amarillasy, gracias a los maquilladores de la funeraria, volvía aser la Rubia Merengue con el corazón de oro y siempre conun comentario divertido en los labios. Zasu Pitts, esaamiga generosa, comentó: "Parecía que de un momento a otroThelma iba a sentarse y ponerse a charlar". Sin embargo,Thelma ya no volvería a hablar, ni siquiera diría una frasechistosa para contar quién la había golpeado hasta lamuerte.

Su asesinato, como tantos otros, quedará para siemprecomo uno de los más turbadores enigmas de Hollywood.

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"In" como Flynn

El tono de los alborotos de Hollywood sufrió unaalteración cuando en 1942 acusaron a Errol Flynn de estuproestatutorio.

Peggy Satterlee y Betty Hansen, las muchachasimplicadas, no habían cumplido los dieciocho años. Una deellas aseguraba que la habían violado en tierra, la otradecía que en el mar.

El encantador, despreocupado Errol Flynn, era una delas figuras más estimadas en Hollywood, dentro y fuera dela pantalla, desde que su imagen como espadachín quedarafijada bajo la identidad del Capitán Blood. Había nacido enTasmania y, tras una tumultuosa adolescencia e innumerablesexpulsiones de colegios de su tierra natal y de Australia,había causado un enorme impacto como Fletcher Christian enThe Wake of the Bounty —primera de las "rebeliones a bordo".Tras una serie de papeles sin consistencia en Inglaterra yen Hollywood, acertó en pleno con El Capitán Blood y seconvirtió en una superstar en películas como Robin de losBosques. Ídolo de la juventud, sus films eran tandivertidos de contemplar como de interpretar, ygeneralmente incluían el rescate de una bonita muchacha(Olivia de Havilland, era la más asidua) como corolario deun prolongado duelo a capa y espada.

Mujeres de toda condición y edad no se privaban decorrer tras el magnético Errol. Su borrascoso matrimoniocon la atractiva bisexual Lili Damita había hecho aguas en1942. Cierta noche de ese mismo año, una escena ciertamentecómica se desarrolló en el salón del hogar de Flynn enMulholland Drive. Un agente de policía se presentó parainformar al espadachín (que se daba el lujo de llevar a sucama a cualquier fulanita que estimulara su fantasía) quele habían denunciado por "violación estatutoria".

Flynn alegó que ni siquiera sabía de la existencia deese animal. Se le explicó entonces que en California regíauna ley que prohibía el conocimiento carnal de cualquieraque tuviera menos de dieciocho años, incluso con suconsentimiento; dejarse seducir por una menor podíacostarle a uno cinco años en chirona.

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Los polis habían arrestado a la joven Betty Hansen porvagabundeo. Entre otros interesantes objetos le habíanencontrado los números de teléfono de Flynn y su compadreBruce Cabot (el que salvara a Fay Wray de las garras deKing Kong). Betty había declarado que un partido de tenismantenido con los chicos se había prolongado en un party alque se había añadido natación y sexo. Y dijo que, aunqueFlynn se hubiese quedado en cueros, había conservado todoel tiempo los calcetines puestos.

Flynn negó en redondo la acusación, admitiendo, eso sí,que había coincidido con Betty en una fiesta, nada más. Fuefichado y puesto en libertad bajo fianza. Nada más regresara su casa sonó el teléfono. Una voz desconocida manifestó:"Dile a Jack que quiero diez mil dólares", colgando acontinuación. El asunto podría haber terminado allí mismosi Jack L. Warner, el jefe de Flynn, hubiese aceptado lascondiciones del chantajista.

El Fiscal del Distrito no tenía mucho material comopara un caso, pero, debido a motivos sólo conocidos por él,se negaba a que Flynn disfrutara de su carrera en paz justocuando se hallaba personificando a Gentleman Jim [GentlemanJim: producción de la Warner Bros (1942) dirigida por RaoulWalsh e interpretada por Errol Flynn sobre la vida de JamesJ. Corbet, primer boxeador "científico" y campeón mundialde los pesos pesados según las reglas del Marqués deQueensberry. Uno de los personajes preferidos de Flynn enel cine, según su Autobiografía. (N. del T.)], uno de losgrandes héroes del deporte. La madeja comenzó a enredarse acausa de una bailarina de "Los Jardines Florentinos"llamada Peggy Satterlee. Era bien conocida por toda laciudad pero a causa de su obvia experiencia y sus senosgigantescos; nadie podía sospechar que aquella monada demenor era una emprendedora de cuidado. Peggy se descolgódiciendo que en 1941 Errol la había conducido hasta suyate, el Sirocco, para penetrarla frente a cada una de lasescotillas.

Los titulares, no sólo en Estados Unidos, sino en todoel mundo, proclamaban: ROBIN HOOD ACUSADO DE VIOLACIÓN. Lasfans se desbordaron cuando llegó Errol dispuesto aenfrentarse al Gran Jurado. Pero lo que prometía ser unlargometraje dramático y con sexo quedó reducido a unafarsa de un rollo. Betty, Peggy y Errol contaron cada uno

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su distinta versión de los hechos. El Jurado se retiró paradeliberar, regresando con una rápida absolución para Errol.

Parecía que el caso estaba cerrado. Flynn se fue acasa, abrió una caja de botellas de champagne y llamó a susamigos y partidarios para que le ayudasen a celebrarlo. ElEstudio dejó escapar un suspiro de satisfacción: Jim seguíasiendo un gentleman.

Entonces, ante la extrañeza de todos, la oficina delfiscal del distrito, de forma inusitada, ignoró la decisióndel Gran Jurado y decidió procesar a la estrella a pesar dela absolución. El Estudio designó a Jerry Geisler,considerado el más sagaz abogado de Hollywood, para asumirla defensa de Flynn.

Sabiamente, Geisler advirtió a Flynn que se preparasepara a un proceso largo. La mejor defensa era atacar,aunque resultase fastidioso el lento desarrollo de losacontecimientos. (A medida que el proceso avanzaba, laexpresión "Arrojado como Flynn" se convirtió en un apodomuy popular, especialmente entre la tropa, que por lo demásdivertía a su protagonista.) El emplearse a fondo, daríatiempo a Geisler para hacer pedazos la credibilidad de laschicas, rastreando todo lo que pudiera acerca de susdudosos pasados —y era mucho lo que había que rastrear.

Peggy se extendió en un gran número de detalles sobrelo acontecido a bordo del Sirocco, pero se pasó de lista,dando oportunidad a Geisler para interrogarla aparte acercade esta versión de los hechos (¿Cómo había tardado todo unaño en descubrir que la habían violado?) El juez tuvo queponer orden en la sala cuando ella describió cómo Flynn lehabía susurrado al oído: "Esa luna se vería más bellacontemplada a través de una escotilla".

Cuando le llegó el turno a Betty Hansen, ésta tomóasiento y declaró que Flynn la había despojado de susropas. Geisler cargó como la brigada ligera. Primero, laobligó a admitir que ella había consentido en quedarse comosu mamá la había traído al mundo; a continuación la fulminócon un " ¿Acaso no deseaba Vd. que se las quitara?". Latranquila respuesta de Betty ganó el proceso para Flynn:"Bueno, yo no puse objeción alguna". Errol Flynn fueabsuelto por los cuatro costados.

Gentleman Jim, estrenada poco después, se convirtió enuno de los vehículos más carismáticos de Flynn, gustando a

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público y crítica. Este escándalo estelar, que de haberocurrido sólo diez años antes hubiera significado el ocasode una carrera, con cancelación de contratos y públicodeshonor —aunque su encartado hubiese sido declaradoinocente—, no llegó a tal extremo.

La "moral" había cambiado. A los fácilmenteimpresionables hinchas les gustaba la idea de estar "'in'como Flynn" y acudieron en manadas a ver la película. Elconcepto de la moralidad había evolucionado tanto en losaños de guerra que el caso Flynn jamás volvería a repetirseante un juzgado, a menos que fuese motivado por presionesinternas.

Los periódicos no se apercibieron entonces del aspectosubterráneo del asunto, pero enseguida quedó claro para losimplicados (Flynn, Geisler y Warner Bros) que lapersecución de Flynn formaba parte de una maniobra paracorromper a los políticos de Los Ángeles. Estos habíandecidido que los Estudios, que tras la Depresión volvían aganar dinero a espuertas con el cine escapista fabricadodurante la guerra, no les ofrecían oportunidades de recibirde ellos los suculentos sobornos de otros tiempos. Lasrecompensas eran generalmente distribuidas entre los"jefes", quienes, en justa compensación, se aseguraban deque la policía tuviera su parte en el pastel. Además, comoagradecimiento, protegían a los estudios, anulando loscargos que fuesen en el caso de que las estrellas se viesenmezcladas en algún lío.

La montaña que se hizo del caso Flynn habría quedadoreducida a un grano de arena si, antes de explotar todo, nose hubiesen efectuado ciertos cambios en quienes manejabanel Ayuntamiento de Los Ángeles. Dado que Jack L. Warner nohabía accedido a bajar la cabeza ante los nuevos jefes, elprimer proceso por violación contra Errol se tomó como unaadvertencia; al no poder comprobarse nada, el segundo fueclaramente inducido por los policías, por si colaba.

Afortunadamente para Errol, el jurado (Geisler seaseguró de que nueve de sus doce miembros fuesen mujeres)no se tragó la historia forjada por la policía, y ErrolFlynn se encontró libre para continuar deleitando a susadmiradores y disfrutar de veinte años más de jarana.

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¿Qué Papaíto? Papaíto Cheques Largos

No transcurriría mucho tiempo sin que Jerry Geislerrecibiese otra llamada: la de un millonario de cincuenta ycuatro años que tenía problemas con una chica. Su nombre:Charles Spencer Chaplin. El acto preliminar de lo que seríauna larga batalla, un drama a resolverse fuera del juzgado,había contado con el auspicio de otro millonario: J. PaulGetty. Todo empezó cuando Joan Barry, "La Simple", llegó en1940 a Hollywood dispuesta a comerse el mundo del cine.

Su nombre apareció en los titulares de primera planadurante 1943 y 1944, no por su habilidad ante las cámaras,sino porque se hallaba en estado de buena esperanza yseñalaba a Chaplin como futuro padre. Antes habíarevoloteado por aquí y allá desempeñando toda clase detrabajos, el más frecuente el de camarera. Cierto día fueinvitada a integrarse en un grupo de muchachas que iban aMéxico para engalanar la inauguración de Avila Camacho,propiedad del magnate del petróleo J. Paul Getty. Allíconoció a Tim Durant, agente de la United Artists que lapresentó a Chaplin, quien se hallaba a la búsqueda de laactriz femenina para Sombra y sustancia, una película queplaneaba por entonces.

Chaplin dijo a la prensa que había descubierto a unanueva Maude Adams y firmó a Barry un contrato por valor desetenta y cinco dólares a la semana. Mientras la"preparaban" para el personaje, la estrella en embrión tuvoun par de abortos. Para octubre de 1942, un año después, eldistanciamiento de Chaplin respecto de ella, tanto a nivelpersonal como profesional; era patente. Su salario quedóreducido a veinticinco dólares. En Navidades, la muchachaapareció en casa de Chaplin empuñando una pistola adquiridaen una casa de empeños. El magistral actor y realizador,encontró sumamente estimulantes y eróticos estosdespliegues de temperamento; se deshizo del revólver ypenetró a su protegida sobre una alfombra de piel de oso,frente a una chisporroteante chimenea.

Cuando, algunos días más tarde, ella regresó, dispuestaa montar otra escena, el Gran Dictador llamó a la policía,quien conminó a Barry a abandonar la ciudad. A los pocos

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meses, era descubierta escalando una ventana de la casa deChaplin y condenada a treinta días de reclusión.

Fue entonces cuando estalló la tormenta, gracias alpoder de uno de los más encarnizados enemigos de Chaplin.

Hedda Hopper y Louella O. Parsons, dos columnistas dearmas tomar, eran tan famosas en su día como lascautivadoras Garbo, Dietrich y el resto de las estrellassobre cuyas vidas escribían. Sin embargo, a su popularidadañadían un poder que les había permitido erigirse enárbitros de la moral de la colonia fílmica. A través de susrespectivas "sindicadas" secciones, habían alcanzado lacima de setenta y cinco millones de lectores y ejercían unainfluencia difícil de imaginar hoy en día en una sociedadmucho más liberada, a la que tiene sin cuidado que un astrocasado haya sido visto en compañía de una corista y, desdeluego, no equipara tan importante noticia a la explosión deuna bomba atómica.

Hedda, particularmente, había tratado a Chaplin durantemuchos años como a enemigo de la sociedad. Empuñando supatriótica hacha de guerra, lo acusaba de haber llegado alos Estados Unidos como un perfecto desconocido, haberamasado una fortuna y no haber tenido la decencia deconvertirse en ciudadano norteamericano. Una mañana,mientras Hedda iba desahogándose con su secretaria de loscotilleos del día, una histérica pelirroja la llamó parasoltarle de sopetón que Chaplin acababa de arrojarla de sucasa y que llevaba en las entrañas un hijo suyo. Era elgrano de trigo más extraordinario que hubiese salido delmolino de Hedda. Joan le dijo haber leído en uno de susartículos cómo Hedda había lanzado el aviso sobre la suerteque correría cualquier muchacha lo suficientemente alocadacomo para aceptar la posición de protegida de Chaplin.

De inmediato Hedda vomitó la exclusiva a modo deadvertencia para todas aquellas gentes de cine que sehallasen envueltas en relaciones dudosas. El embarazo de la"simple" Joan desencadenó una guerra de los medios. Charlestuvo que retrasar su matrimonio con Oona O' Neill a causadel reportaje de Hedda. En venganza, cuando más tarde pudocasarse con Oona, le dio la exclusiva a "Lolly", lo quesentó a su rival como si alguien le hubiese restregado lalengua con sal. Raramente transcurría un día sin un golpebajo de Hedda a Charlie. Dejó correr el rumor de que,

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durante su ceremonia de esponsales, Chaplin había insultadoa la prensa, calificando a sus componentes de retrasadosmentales; dijo que Sombra y sustancia iba a ser cancelada, yque el inminente juicio acerca de la paternidad de Chaplinque se le venía encima, sería en términos circenses, elmayor espectáculo que Hollywood pudiera presenciar en años.

Cuando el pleito fue presentado, Chaplin negócategóricamente su paternidad, y no puso objeciones enpasar por la prueba de la sangre. Pagó a Barry todas lasfacturas del hospital, le concedió una prima de dos milquinientos dólares y en un convenio le asignó otros cien ala semana. Pero esto no impidió que Chaplin fuese acusadopor la Corte Federal de cuatro cargos. El FBI hizoirrupción en el caso. Y se fotografió a Chaplin mientras letomaban las huellas digitales.

La hija de Barry nació el 2 de octubre de 1943. Lasentencia fue un modelo de perplejidad. A pesar de que laspruebas sanguíneas demostraron que Chaplin no era el padrede la criatura, el jurado, pese a los esfuerzos de Geisler,falló en su contra y lo condenó a la manutención de laniña.

Resulta interesante tener en cuenta que, mientrasLouella publicaba los resultados de las pruebas de sangre,Hedda se encontraba alerta en el mismo lugar donde secelebraba el juicio, pero no hizo la menor mención aaquéllas.

Más carnaza alimentó a los enemigos derechistas deChaplin al saberse que, durante el proceso, se celebraba enMoscú un "Festival Charles Chaplin". Los soviéticosinauguraron el certamen echando la culpa de los recientesproblemas de Charlie ¡a los trotskistas! Ellos y no otrostenían la culpa, además de las publicaciones de las cadenasHearst y McCormick, especializadas en rebuscar en el lodo.Un acontecimiento único: por primera vez en la historia elKremlin inmiscuía sus kopecks en un escándalo sexual típicohollywoodense.

Hedda continuó durante el resto de su vida lanzandodardos sobre Chaplin. Pero hacia el declive de su carrera,sus opiniones, como las de su hermana rival en parloteo,Lolly Parsons, no eran recibidas ya por la audiencianorteamericana como si de acotaciones a los DiezMandamientos se tratase.

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A menudo, el genio posee una infinita capacidad desupervivencia. Chaplin sobrevivió a sus procesos y otrastribulaciones, y llegó a producir cuatro películas más, unade las cuales, Monsieur Verdoux, pese a constituir undesastre financiero (fue prohibida en la mayoría de lasplazas de Estados Unidos), incorporaba gran parte de suamargura. El resultado fue una obra de arte, uno de losfilms que mayor culto despiertan. Será visto una y otravez, y admirado cuando las Heddas y Louellas sean pasto delolvido.

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Santa Frances, hija de la furia

La espectacular destrucción de la bella, sensitiva yemocional actriz Frances Farmer aportó a Cinelandia otrodrama sacado de la vida real que, en 1943, compitió en lasprimeras planas de todo el país con la tumultuosa querellaChaplin-Barry y una pequeñez llamada II Guerra Mundial.

En el año 1935 y tras vencer la Farmer en un concursode popularidad patrocinado por una revista, la Paramounttendió sus garras a la "nueva Garbo" poniéndole por delanteun contrato de siete años de duración. Frances, que seconsideraba una actriz seria y soñaba con interpretar aChejov y a los clásicos (más adelante trabajó brevementecon el Theatre Group de Nueva York actuando en Golden Boy yLa quinta columna a las órdenes de Elia Kazan y CliffordOdets) encontró que su Estudio la emparejaba con BingCrosby en Rhythm on the Range, y codo a codo con Martha Raye yBob Burns y su bazooka. Fue prestada a Samuel Goldwyn(Paramount hizo un buen negocio con este alquiler, aunqueni un solo penique fue a parar al bolsillo de Frances) parauna película de época, Rivales. A ésta siguieron Ídolo de NuevaYork con Cary Grant, Ebb Tide con Ray Milland, El hijo de la furiacon Tyrone Power y su film más curioso, Among the living, conAlbert Dekker. Posteriormente la futura actriz"intelectual" fue malgastada en una cosa titulada Al sur dePago Pago al lado de Jon Hall.

Frances no volvería a ganar concursos de popularidad enel Sur de California. Decidida individualista que se negabaa pasar por el aro del Hollywood tradicional, repitió enmás de una ocasión que aborrecía todo lo que la ciudadsignificaba, a excepción del dinero. Se creó enemigos comoZukor y otros jeques y, cuando en 1943 le llegó la malaracha, la mayoría opinó que la chica se había querido pasarde lista, recibiendo a cambio un merecido aunque inesperadocastigo.

Su derrumbe empezó con un accidente banal: arresto poruna violación de tráfico sin importancia la noche del 19 deoctubre de 1942, en Santa Mónica. Fue multada por conducirsin licencia y ebria, llevando los faros apagados, encierta zona de la carretera de la costa del Pacífico.

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Frances odiaba a los policías; a partir de ese momento seconvirtieron en sus demonios personales. A los patrullerosque la insultaron y trataron con arrogancia, se lesenfrentó con paralela hostilidad, y tras el combate verbalterminó arrastrada a la cárcel de Santa Mónica. Esa nochefue sentenciada a ciento ochenta días y puesta a prueba enlibertad condicional. (Si en alguna ocasión alguiennecesitó los servicios de un Jerry Geisler, esa fueFrances.)

No mucho después, la arrestaron en el hotelKnickerbocker de Hollywood por incomparecencia ante eloficial de guardia, al que debía haberse reportado; todoesto ocurrió en medio de un comportamiento histérico,durante el cual dislocó la mandíbula de su peluquera en elEstudio, perdió su jersey en medio de una etílica batallaen un club nocturno y, como guinda, salió corriendo toplessen medio del tráfico de Sunset Strip. Los policíasreavivaron su paranoia golpeando violentamente su puerta yabriéndola con una llave maestra para entrar armados y conesposas. Ella se escondió en el cuarto de baño. Los agentesforzaron la cerradura y, tras un salvaje forcejeo, laarrastraron desnuda hasta el vestíbulo del Knickerbocker.

En la comisaría de Hollywood pegaron un respingo cuandola "nueva Garbo" rellenó el espacio dedicado a "Ocupación"con la palabra "mamona".

En el juzgado, mientras aguardaba la sentencia, miró alenjambre de fotógrafos que la rodeaban y les escupió:"¡Ratas, ratas, ratas!". Cuando el juez le preguntó cómo habíaperdido su jersey en la batalla campal del club nocturno,ella negó todo conocimiento del hecho. Y, cuando SuExcelencia la interrogó acerca de su dependencia de labebida, Frances replicó en voz alta:

"Oiga usted, acostumbro a poner alcohol en mi leche. Yen mi café. Y en mi zumo de naranja. ¿Qué quiere que haga?¿Qué me muera de hambre? Bebo todo lo que puedo conseguir,incluida la benzedrina".

El juez Hickson, con rostro de acelga, no eraprecisamente el bondadoso Harvey de la pantalla. ["El JuezHarvey" (en el original Juez Hardy): personaje basado en unafamosa serie de films de la Metro Goldwyn Mayer, en la quelos protagonistas, encabezados por el Juez Hardy y su hijoAndres, figuraban como prototipo de la familia ideal

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norteamericana. Al ser doblados en España, el apellidoHardy fue sustituido por el de Harvey. Lewis Stoneinterpretaba al magistrado y Mickey Rooney a suprimogénito. Algunos de los títulos estrenados aquí son: Eljuez Harvey y sus hijos, Las vacaciones del Juez Harvey y Andrés HarveyTenorio. (N. del T.)]

Levantándose de su sillón, confirmó la sentencia deciento ochenta días.

"Maravilloso", gritó Frances. ¿Acaso a usted nunca lehan partido el corazón?" (Se refería a su desgraciadoidilio con Clifford Odets y a su reciente divorcio de LeifEricson.)

A continuación, y haciendo gala de una espléndidapuntería, lanzó un tintero a la cabeza de Su Excelencia. Lapetición de efectuar una llamada telefónica al abandonar laAudiencia le fue denegada sin razón alguna; esto provocóque Frances embistiese a la matrona y tumbara a un policía.Fue conducida a su celda en camisa de fuerza.

No recibió ayuda alguna de su productora de entonces,la Monogram Pictures (Frances había caído ya de su pináculoen la Paramount al nadir de las firmas sin prestigio).Monogram no tardó en sustituir a la Farmer por Mary Brianen el rol protagonista de Sin salida.

Frances necesitaba ayuda profesional desesperadamente.Pero ésta no llegó. En su lugar hizo entrada su mortalenemiga, la Némesis del pasado: la señora Lilian V. Farmer,su madre (que nunca había querido tener hijos). Manifestó alos periodistas en Seattle que los "problemas" de su hijasólo se debían a un truco publicitario destinado aproporcionarle una visión auténtica de las prisiones.

"Deben estar planeando un film para ella en el queexistan secuencias rodadas en la cárcel. Así podrá ofreceruna buena actuación basada en una experiencia real" soltóamorosamente mamá.

La deliciosa mamá Farmer (que parecía una bruja salidade un cuento de hadas) arrastró entonces su enorme traserohasta Hollywood. Allí declaró a su hija mentalmenteincapacitada y firmó los documentos para su internamiento.Echaba la culpa del colapso de Frances al comunismo.

Frances se negó a participar en los trabajos manualesde la prisión. La empujaron hasta una clínica privada,donde hubo de enfrentarse durante tres meses al pavoroso

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tratamiento diario de la insulina (un método totalmentedescartado hoy día). Tras los horrores del sanatorio,quedaban aún por delante, diez años de infierno total en el"Nido de Víboras". [Nido de víboras (en el original The SnakePit): el autor se refiere al film del mismo título basado enla novela de Mary Jane Ward, realizado por Anatole Litvakpara la 20th Century Fox en 1949, que narraba lascondiciones sanitarias de una institución mental en losEstados Unidos. El papel principal estaba interpretado porOlivia de Havilland, que consiguió una nominación para elOscar. (N. de T.)] En 1944 fue declarada loca y confinadaen Steilacoom, Washington ("Nenes, al fin y al cabo estoyde nuevo en casa").

Su encierro fue la prueba más horrenda que cualquierpersonalidad de la pantalla haya debido soportar —la másintolerablemente trágica entre todas las tragedias deHollywood. Frances no había sido feliz en el Purgatorio delCine, donde su talento se encontró desperdiciado porabsurdos y superficiales personajes en estúpidas películas.Sus Hados, sin piedad, la condujeron a un infierno pobladode camisas de fuerza, correas de cuero y sádicas guardianastan diabólicas como marimachos.

Su caída despertó escasa compasión por parte de laciudad del glamour. Frances era una actriz "difícil" y lesencantó quitársela de encima. (William Wyler llegó a opinaren cierta ocasión: "Lo más agradable que puedo decir sobreFrances Farmer es que no hay quien la aguante".) Por sifuera poco, había sido "roja".

Sólo un periodista salió en su defensa. Fue JohnRosenfield, quien escribió al producirse su primer arresto:

"LO QUE HA OCURRIDO A FRANCES FARMER NO DEBERÍAPERMITIRSE NUNCA MAS".

"Justo cuando la industria cinematográfica se ibagranjeando la admiración general, Hollywood se resquebrajaante una erupción de estúpidos escandalitos. Y no esprecisamente un homenaje el que hay que rendir a la prensapor su interés en divulgar algunos de estos episodioscarentes de valor informativo.

»Ha sido muy poco sagaz por parte de la industriaautorizar y permitir que estos affaires sean agigantados.

»El incidente con Frances Farmer no debería haber

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sucedido nunca. Esta actriz, excepcionalmente dotada porotra parte, no suponía amenaza alguna para la Ley, el Ordeno la Seguridad Pública. Algo que comenzó con una simplereprimenda a una infracción de tráfico ha crecido hastaconvertirse en un caso de violencia personal, seriaacusación y sentencia carcelaria.

»Y todo, a causa de que una muchacha testaruda seencontraba al borde del colapso mental.

»Miss Farmer, que no es precisamente un prodigio deestabilidad emocional o de sapiencia en la conducción de sucarrera, necesitaba a un abogado cierta infausta noche delpasado invierno. Una mano bienhechora pudo haberlarescatado inmediatamente de algo tan simple como unaviolación de tráfico. Pero la sobrecogedora realidad es quela dejaron sola y, naturalmente, perdió."

El artículo de Rosenfield fue la única nota de piedad.El resto de sus compañeros se limitó a seguir a lamentalidad letal de Lolly Parsons quien,despreciativamente, había escrito: "La Cenicienta deHollywood ha regresado a sus cenizas por el resbaladizosendero de la bebida".

La creatividad está compuesta a partes iguales de Genioy Locura. De todas las María Magdalena de Hollywood quebebieron del pozo de la Demencia —Clara Bow, Gail Russell,Gene Tierney— desde ya, hay que nombrar como patrona aSanta Frances.

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Un suicidio amortajado

El Síndrome de los Suicidios resurgió en los cuarentacon las muertes por barbitúricos de Julián Eltinge, en1941, y del payaso triste Joe Jackson, en 1942.

El suicidio por seconal de Lupe Vélez, en 1944, sellevó en los titulares la parte del león. Lupe habíacomenzado a formar parte del ambiente de Hollywood afinales de los años veinte, cuando la entonces decididaquinceañera se trasladó desde la ciudad de México dispuestaa conquistar un puesto en el cine. Había sido descubiertapor Douglas Fairbanks, quien le ofreció un papel comooponente suya en El gaucho; esto la puso en órbita. ProntoLupe se ganó el cariñoso apodo de "la explosiva mexicana" acausa de su incontenible alegría y fiero temperamento.

Ella no perdió el tiempo en probar al "Macho deHollywood". Su primer romance lo tuvo con John Gilbert(necesitado entonces de un antídoto fuerte para olvidar elrechazo de Garbo). En 1929, puso sus ojos en su compañeroen El canto del lobo, el joven semental Gary Cooper. Fue unidilio tempestuoso, aunque, tras algunos meses deinsaciables asaltos por parte de Lupe, el exhausto Cooppidió que le relevaran.

Cuando un espléndido ejemplar de masculinidad llegó aHollywood, todavía chorreando agua tras su reciente triunfoen la piscina olímpica de Los Ángeles, Lupe quedó noqueaday a partir de ese instante Johnny Weissmüller, "Tarzán",encontró a su compañera de la vida real en una tormentosaunión que duró hasta su divorcio en 1938. Lupe, con sumentalidad un tanto infantil, no alcanzaba a comprender porqué Johnny se ponía como loco cuando ella desplegaba susencantos en fiestas y saraos hollywoodenses, enroscándoselos vestidos por encima de los hombros y casi sin ropainterior, a la que era un tanto alérgica.

Las broncas en el hogar llegaron a oídos de la siemprevigilante Hedda Hopper, que vivía justo en la calle de enfrente. La batalla más sonada tuvo lugar una noche en elCiro's, cuando un exasperado Johnny vertió una mesaatiborrada de comida justo encima de las partes íntimas deLupe. El torbellino amor-odio de la intensa pasión dejaba

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frecuentemente marcas de Lupe en el torso de dios griego deWeissmüller, señales de color fresa en el poderoso cuello,mordeduras en los perfectos pectorales, elocuentes rasguñosen la marfileña espalda. El maquillador de la Metroasignado al equipo de Tarzanes no tenía que esforzarsemucho en su trabajo. Aquello era un ejemplo de amour fouentre casados.

Tras el inevitable divorcio de Weissmüller, losdesesperados asaltos de la machoadicta Lupe fueron tannumerosos como breves. De las estrellas, sus miradaspasaron a posarse en una ronda que abarcaba desde cowboys,actores de segunda fila o especialistas, a esa muchedumbreparásita de profesionales típicos de Hollywood,especializados en complacer a damas un tanto maduras,chulos cuyo apellido comenzaba con la 'g' de gigoló.Paralelamente, su carrera descendió de las películas A alas B, mediocres films destinados a explotar a la"explosiva mexicana" y farsas al lado de Leon Errol, en lascuales, parodiando su propia y picante personalidad, ellaofrecía "guindilla con Lupe". La diminuta Lupe no era unamujer feliz. Disminuida su popularidad, tuvo que comprarsus amores. Y, a pesar de que todavía su aspecto continuabasiendo el de una traviesa gamine, era consciente de habercumplido los treinta y seis.

Un buen día dejó de tener sus períodos y se dio cuenta,horrorizada, de que Harald Ramond, su último amante, lehabía propinado el golpe de gracia.

¿Qué hacer? ¿Llamar al Doctor Killcare (mote con el queera conocido el especialista en abortos de la CiudadOropel)? [Doctor Killcare: el autor establece una similitudentre Kill (asesinar) Care (tener o estar al cuidado dealguien) y Kildare, apellido del médico protagonista de unafamosa serie cinematográfica de la Metro Goldwyn Mayer enlos años cuarenta; más adelante la serie fue convertida enun programa televisivo de múltiples episodios cuyoprotagonista encarnó Richard Chamberlain. De contenidomoral y argumental muy semejante a los ya posteriores DoctorCannon y Marcus Welby. (N. de T.)] Olvídalo. Lupe, atracciónmáxima y símbolo sexual de todos los festejos, continuabasiendo en lo más hondo de su ser la inmaculada virgen,blanca como la nieve desde su primera comunión en San Luísde Potosí y fiel devota de Nuestra Señora de los Grandes

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Dolores: "¡Arrodíllate, pecadora!". Igualito que sucompadre Ramón Novarro, otro mexicano y ferviente católico.

Ella no podía despachar así como así al feto del gigolóque anidaba en sus entrañas. Antes, más valía ser condenadaa tormentos eternos quitándose la vida. (Los castigos quela esperaban al fin y al cabo no iban a ser peores que elvacío que en la noche sentía al añorar a Johnny, minuto aminuto en su opulenta prisión de North Rodeo Drive.)

Sus acreedores surgían de todos los ámbitos en estostiempos tan distintos a los más refulgentes de su período"Zorro". Ahora, Lupe se hallaba endeudada hasta el cuello.(Como Wagner, como Oscar Wilde e Isadora Duncan, ella,narcisista al fin, pensaba: "¡Ahí me las den todas! No soyyo quien debo a mis acreedores, son ellos quienes tendríanque estar encantados con ser clientes míos".)

Todavía en 1944 el nombre de una estrella era un cebopara los nuevos ricos que invadían Beverly Hills paraalimentar a sus moradores con tiendas de delicatessen ysimilares a base de tarjetas de crédito. De modo quehileras de carros avanzaron hacia la finca de Lupe cargadoscon vinos espumosos y deliciosos plato mexicanos capaces desatisfacer al más exigente gourmet: todos los ingredientespara una suntuosa fiesta del Día de los Difuntos. Llegaronflores frescas en cantidad suficiente como para adornar elfuneral de un gangster: gardenias a granel, manojos dejacintos despidiendo fragancias como para hacer desmayar atoda la marina.

Y todo a cuenta ("Firme aquí, por favor, señoritaVelez"). Por supuesto que ella no iba a pagar nunca. ¿Quéera aquel pecadillo en el Infierno comparado con la culpapara la que ya se aprestaba?

Lupe había planificado su Ultima Noche en la Tierra tanmeticulosamente como un antiguo flashback alegórico en losfilms de Cecil B. de Mille. (Tres noches antes, mientrasbebía su décimo Tequila Sunrise en el Trocadero, habíaconfiado a sus gorrones acompañantes: "Sé que no valgonada, no sé cantar bien, ni bailar", hizo una señal alcamarero para que trajese otra ronda, "y esto mi corazón losabe mejor que nadie; si no, no lo diría".

Consumada actriz fuera de la pantalla, daba así pie aque sus amigos imploraran con ojos en blanco y sedeshicieran en horrorizadas negativas, las justas, para

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satisfacer su imperiosa necesidad de halagos: "¡No, no,querida, no digas esas cosas. Si tú eres maravillosa,Lupita, chérie!"

La Mexicana Explosiva no había tenido la suerte deborrar de su mente al sinvergüenza, al villano sin corazón,su particular Nicky Arnstein [Nicky Arnstein: impenitente yatractivo jugador casado en la vida real con la estrella deZiegfeld Fanny Brice, cuyo nombre se vio frecuentementeimplicado en los escándalos de su esposo. Interpretado enel cine por Tyrone Power, bajo nombre ficticio, en Es mihombre, film de Gregory Ratoff en donde la figura de FannyBrice, también encubierta, estaba encomendada a Alice Faye.Y ya, bajo su verdadero nombre, encarnado por Omar Sharifen Funny Girl y su continuación, Funny Lady con BarbaraStreisand en el papel de Miss Brice. (N. de T.)], HaraldRamond, quien al saber la noticia se limitó a encogerse dehombros con un despreciativo "¿Y a mí qué?" en los labios.Harald era un moreno muy guapo, alto y bien dotado, pero noera un caballero (¿y qué es lo que ella podía esperar deuna Escuela de Hidalguía forjada en el Cinebar?).

Ramond telefoneó al diminuto Bo Roos, representante deLupe, dejando bien sentado que no tenía inconveniente enprestarse a una falsa ceremonia, a condición de undocumento privado, con firma de Lupe, en el que seespecificase que él se casaba sólo para dar nombre al hijoque venía en camino.

Cuando Roos notificó a Lupe las malas nuevas, ellaestalló y telefoneó a Lolly Parsons, quien había sido laprimera en dar la noticia de su compromiso con Harald;ahora Lolly podía tener otra exclusiva. Todo había acabado.

Louella recordaría: "Lupe me dijo que habían tenido unatremenda pelea y que ella lo había echado de la casa. Ycuando le pregunté cómo se escribía correctamente el nombredel tipejo me contestó: lo ignoro, jamás lo supe. Y además¿a quién le importa?".

Lupe invitó para compartir la Ultima Cena a sus dosmejores amigas, Estelle Taylor (ex mujer de Jack Dempsey) yBenita Oakie (la esposa de Jack). Después del festínmexicano, entre cigarrillos y brandy, Lupe confesó: "Estoyharta de vivir. De luchar por todo. Me siento tan cansada.Desde que era una niñita, en México, nadie me ha regaladonada. Ahora se trata de mi bebé. No podría cometer un crimen

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y continuar viviendo en paz conmigo misma. Antes preferiríamatarme".

A las tres de la madrugada, la "Explosiva" se encontrónuevamente a solas en su enorme finca de pacotilla en NorthRodeo Drive, y por última vez subió por la escalera dehierro, embutida en un traje de lamé plateado (impagado,como todo lo demás).

Su dormitorio parecía la capilla de Nuestra Señora deGuadalupe en el día de su santo: velas y floresrelucientes, por todas partes aguardando a la estrella.Ella redactó una nota de despedida, en su bloc situado enla mesita de noche, que depositó junto al teléfonolaquedado en oro:

"Para Harald:»Que Dios te perdone, y también a mí, pero antes que

traer a mi hijito al mundo con deshonor, o asesinarlo,prefiero quitarme la vida y la de nuestro bebé.

»Lupe."Al dorso de la hoja añadió una postdata:"¿Cómo pudiste, Harald, fingir tamaño amor por mí y

nuestro hijito, cuando jamás nos quisiste de verdad? No veootro camino, de modo que adiós y buena suerte. Con amor,

»Lupe".Abrió el frasco de seconal que estaba en la mesita de

noche, tomó el vaso de agua y tragó de un golpe los setentay cinco billetes para el Olvido.

Se tendió en la cama de satén, sobre la que pendía ungran crucifijo, con las manos cruzadas sobre el pecho enuna postrer plegaria; cerró los ojos y trató de imaginarlas fotografías que aparecerían junto a los titulares: "LaBella Durmiente", por descontado. Y, dentro, la exclusivade Louella sobre su última gran escena, festoneada de negrocomo en las esquelas.

Naturalmente, en el "Examiner" del día siguiente LollyO. describió el cuerpo sin vida exhibido en la CasaFelicias de North Rodeo Drive:

"Jamás Lupe había lucido tan bella; reposaba como siestuviese dormida... había una lánguida sonrisa en suslabios, como si albergara secretos sueños... Parecía unaniña a quien acaban de regalar su primera espuma de azúcaren una fiesta... Pero, ¡escuchad! ¡Han llegado susperritos! Chops y Chips están arañando la puerta. Y

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gimen... Quieren que su Lupita los saque de paseo parajugar, como siempre...".

La prosa de Parsons no iba acompañada de ningunafotografía tomada en el lecho mortuorio de Lupe. Lo quehabía ocurrido allí era bien distinto.

Cuando Juanita, la doncella, abrió la puerta deldormitorio de Lupe, a las nueve de la mañana siguiente alsuicidio, no encontró rastro de Lupe. La cama estaba vacía.El aroma de los perfumados cirios y la fragancia de losjacintos no conseguían prevalecer sobre un hedor de cuerpoabandonado por el desodorante y otras estéticas costumbresde urbanidad.

Juanita siguió una pista, la que llevaba desde el lechohasta el cuarto de baño empapelado en tilos y orquídeas, uncamino salpicado por el vómito iniciado en la cama. Allí,con la cabeza dentro del retrete, encontró ahogada a suamita.

La gran dosis de seconal había resultado fatal, pero noen la forma acostumbrada. Las píldoras habían "colisionado"con la picante cena mexicana. La reacción en el intestino,los violentos retortijones, habían reanimado a una mareadaLupe. Violentamente enferma, una última convulsión la habíaobligado a arrastrarse tambaleando hasta el sancta sanctorumde su salle de bain donde había resbalado, cayendo de brucesdentro de su excusado (modelo De Luxe, por supuesto, y, alestilo egipcio, en onix color Chartreuse).

Allí había estado sentada Louella, y no en otro sitio,redactando su macabra exclusiva.

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Ha llegado Mister Bugs

Un apuesto canalla, Benjamín "Bugsy" ("Sabandija")Siegel, el de los dientes brillantes y los ojos azules deniño inocente, tuvo durante su apogeo más influencia enHollywood que cualquier director déspota o máximo jefe deEstudio. Siegel se había criado en Nueva York, en la zonaconocida como "Cocina del Diablo", al lado de George Raft;sus andanzas de adolescencia cimentaron una amistad queduraría toda la vida. Bugsy había empezado, como tantosotros matones de Gangsterlandia, cuando tan sólo era unmuchacho, violando a chicas que se rendían a su magnetismopersonal. Su iniciación en el Sindicato del Crimen la habíahecho como eficaz contrabandista de heroína a las órdenesde Lucky Luciano; después, durante la Prohibición, se pasóal tráfico, trabajando para Meyer Lansky. Bajo su máscaraatractiva latía un asesino a sangre fría; su líbido erapotente y, en los comienzos de los años treinta, susatributos de chulo joven y psicópata proporcionaron más deuna noche brava a las coristas de Broadway.

Participó, al lado de Lansky, en una operación sinresultados positivos para quitar de circulación a lapesadilla del hampa, Thomas Dewey, a la sazón en el bufetede abogados adyacente a la Fiscalía Central de los EstadosUnidos y posteriormente gobernador de Nueva York. A lolargo de 1936, la mafia neoyorquina descubrió que bandasrivales de Chicago planeaban el traslado de sus operacionesa la Costa Oeste para hacerse dueños de los bajos fondos deHollywood, inexplotados aún. Y decidieron eliminar a suscompetidores a la fuerza. De modo que Bugsy hizo lasmaletas y tomó rumbo al Oeste en unión de media docena dematones. Alquiló la mansión del astro del cine y la óperaLawrence Tibbett.

A través de su cuate George Raft, Siegel se introdujo enla élite de la alta sociedad hollywoodense y no tardó enencontrarse codo a codo con Richard Barthelmess, JeanHarlow, Clark Gable, Gary Cooper y Cary Grant. Durante laprimera parte de su estancia, su más significativa relaciónla tuvo Siegel con la condesa Dorothy Taylor De Frasso,rica heredera y anfitriona.

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Llegada a Cinelandia pocos años antes que Bugsy, lacondesa (para quien siempre existía un hueco en lassecciones de Hedda y Louella) había asumido como unagradable pasatiempo el convertirse en la admiradora de losencantos de un Gary Cooper, recogiendo las sobras a las queLupe Vélez renunciara a la fuerza. Cuando Cooper la dejó asu vez a un lado para contraer matrimonio con una mujer másjoven, la condesa se concentró por un tiempo en lospantalones de Bugsy. Uno de los íntimos amigos de éste enla cuestión negocios era Marino Bello, padrastro de JeanHarlow. Bugsy era repetidamente invitado por Bello al hogarde la rubia platino; aunque ella resistió a sus avances yjamás hizo nada por alentarlos, Siegel fue la única granfigura del hampa presente en su funeral, acaecido en 1937.

Los turbios negocios de Bugsy, a costa de figurantes yfiguras de tercera fila, marchaban aquel año viento enpopa. Estaba claro: esos regimientos de almas soñadorastendrían que decidirse por pagar o quedarse sin trabajo.Bugsy empleaba la misma técnica con los grandes jeques, quetambién se veían obligados a rendir su tributo. De nohacerlo, trescientos figurantes podían llegar avolatilizarse justo en el momento en que se requería supresencia para una secuencia de masas.

Estas presiones reportaban a Siegel anualmente unmillón de dólares netos. Las ganancias eran invertidas,también en Hollywood, en participaciones relacionadas conel tráfico de drogas y la trata de blancas.

En 1939, Siegel, en compañía de otros cuantos, fuejudicialmente demandado por el asesinato de HarryGreenberg, un truhán asociado a Lepke, quien, ante laamenaza de una sentencia larga, se había decidido a cantarnombres de personas, lugares y detalles sobre diversosdelitos.

Aunque Bugsy fue detenido sin que se le concedierafianza, su poder era tan grande que se le otorgó untratamiento fuera de serie a nivel de "Vip". Sólo en un mesy medio se le contabilizaron dieciocho entradas y salidasde su celda, como si se hospedase en un hotel. Cierto día,esposado a un policía, se dirigió a efectuar "una visita aldentista". Apareció en el café Lindy's de WilshireBoulevard todavía atado al guardia, quien pronto le quitólas esposas para que Bugsy pudiese tener las manos libres

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en su larga visita al odontólogo con su eventual amor, laactriz británica Wendy Barrie.

Los cargos contra Bugsy por el asesinato de Greenbergfueron retirados muy pronto. Su defensor en el asunto fueJerry Geisler, as de los abogados de Hollywood y famoso porsus defensas de Errol Flynn y Chaplin. Una razón decisivade su libertad fue el hecho de que Siegel, generosamente,donara cincuenta mil dólares para la campaña de reelecciónde Dockweiler, fiscal del distrito de Los Ángeles.

Siegel tenía una esposa, prácticamente secreta, quepermanecía la mayor parte del tiempo alejada del lugar. Susiguiente y última gran conquista fue Virginia "Sugar"Hill, conocida como "Reina de la Mafia". Esta voluptuosamuchacha entradita en carnes, natural de Alabama que seiniciara en un circo ayudando a domar pulgas, había llegadoa adquirir cierta notoriedad como amiga y anfitriona de losnegocios de Luciano y Frank Costello. En 1941 trasladó suCuartel General a Hollywood. Allí se las arregló paracaerle en gracia a Samuel Goldwyn, consiguiendo unestupendo papel en el film de éste, Bola de fuego cuyasestrellas eran Barbara Stanwyck y Gary Cooper. Su liaison conel gangster iba ya viento en popa cuando terminó el rodajede la película. Siegel figuró como su acompañante en lapremière de gala y en el posterior party donde los compinchesy amantes alternaron con Dana Andrews, el realizador HowardHawks, Cooper y Stanwyck.

Más adelante en ese mismo año, cuando Bugsy fue acusadode alterar la contabilidad de sus libros, George Raft subióal estrado y testificó: "Conozco al señor Siegel y lo hetratado durante treinta años. Somos amigos desde hacemuchísimo tiempo...". A Georgie le habían hipnotizado desdesiempre los azules ojos de su camarada. El día en que aBugsy lo cosieron a tiros, el único amigo que dejó atrásfue el siempre fiel Raft. A través suyo, y tras su últimaabsolución, Bugsy se convirtió en íntimo amigo delirascible compadre de Georgie, Leo Durocher, manager de losBrooklyn Dodgers y de su encantadora esposa, la estrellitade ascendencia mormónica Laraine Day.

Siegel no pasará a la Historia por ninguna de sussórdidas actividades, la mayoría de las cuales al fin y alcabo no fueron tampoco tan únicas. Pero, para bien o paramal, legó un monumento enclavado en el cuerpo del

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continente norteamericano: ese coloso del kitsch llamadoLas Vegas.

Durante los años que duró la guerra, en California semanejaban montañas de dinero. La predilección del públicopor las diversiones escapistas había sacado de la depresióna la industria cinematográfica y los salarios se disparabanhacia arriba. También el pillaje de las compañías aéreas,las municiones y el mercado negro prosperaban al alimón.Fue aquél un período en que las autoridades se veíanenfrentadas a un resurgimiento del crimen y el juego. En1944, Bugsy Siegel pasó por Las Vegas, que entonces era unaciudad adormecida y sin desarrollar. Sus fundadores ypadres deseaban conservarla como una especie de pueblofantasma del Far West, implantando ordenanzas que obligarana construir todos los nuevos edificios en una líneaarquitectónica que los asemejase a decorados de películasdel Oeste; pensaban así atraer a los turistas en busca deoriginalidad.

El grandioso plan de Siegel fue construir en EstadosUnidos un hotel-casino al lado del cual el de Montecarlosemejase un cacahuete. Pidió prestados algunos millones dedólares a fuentes no muy claras y en 1945 compró unterreno, propiedad hasta entonces de una viuda enbancarrota, que lindaba con un hotel de mala muerte. Setrasladó con un ejército de arquitectos, decoradores,atracciones varias y bandidos de todo tipo. Había nacido elFlamingo. Los materiales de lujo para la edificación erandifíciles de conseguir en tiempos de guerra, pero noimportaba. Bugsy se puso en contacto con Lucky Luciano,entonces exiliado en su nativa Italia. Luciano se lasarregló para toneladas de mármol de Carrara y enviárselas aSiegel al Flamingo. La idea era desbancar a Miami, y Bugsylo consiguió.

Una metrópolis de cuarta categoría surgió de entre lasarenas. Siegel implantó un estilo que se extendió como unasalvaje epidemia, cancerosa e incontrolable; los edificioscontinuaron creciendo después de su muerte hastaconvertirse en el Las Vegas que todos conocemos, e inclusotal vez amamos: esa enloquecida carretera a la medida delnouveau riche norteamericano emblemático de "Playboy".

El Flamingo se hallaba listo para las Navidades de1946; había costado seis millones de dólares. A Siegel le

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llevó tiempo recuperar su inversión, pero se encontraba conánimos de sobra para continuar extendiéndose. Para losnativos de Nevada estaba bien claro que, no sólo intentabaapoderarse de Las Vegas, sino de todo el Estado. Nuevosenemigos, a millares, se sumaron a la ya larga relación delos que Bugsy podía vanagloriarse poseer. Tras una riñaentre amantes en Las Vegas, Virginia hizo su equipaje ydejó la ciudad en la primavera de 1947. Regresó aCalifornia y alquiló un castillo de estilo hispano-moriscoen Beverly Hills, en el 810 de Linden Drive. Bugsy se fuetras ella y tuvo efecto una semireconciliación. Ellaacababa de aceptar una invitación para marchar a Europa conun acaudalado amiguito francés al que doblaba en edad. Dejóa Siegel las llaves de la casa. En la medianoche del 20 dejunio de ese año, Bugsy estaba cómodamente instalado en elsalón de Virginia, leyendo el diario. Una enorme explosiónhizo añicos el ventanal que separaba el living del jardínde "Sugar". Bugsy apareció tendido en el sofá, con suatractivo rostro velado por un reguero de sangre y tresbalazos en su cerebro. Sus letales ojos azules ya novolverían a fascinar a los buscadores de emociones enHollywood.

La investigación policial no sacó nada en claro. Habíadocenas de ex-colegas suyos con suficientes motivos paraquerer sacarse a Bugsy de encima. Aunque se formularonacusaciones de todo tipo, se pudo comprobar que lo habíanasesinado por no devolver las grandes sumas de dinero quele habían prestado para la construcción del Flamingo.

Aunque en más de una ocasión Bugsy había asistido afunerales de estrellas, ni siquiera una de cuarta fila hizoacto de presencia en el suyo.

Fue enterrado en el Cementerio de Beth Olam, cercano alos Estudios de la RKO que, como Bugsy Siegel, prontoquedarían fuera de combate.

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Marea roja

Hacia 1947, la campaña anticomunista capitaneada por elcongresista J. Parnell Thomas, había tendido sobreHollywood un manto tan insidioso como la crecientecontaminación de Los Ángeles. Con el Comité de ActividadesAntiamericanas garantizándoles la temporada de caza,fanáticos derechistas de Cinelandia hicieron su aparicióny, envueltos en la bandera, se lanzaron a un ataque en elque cualquier golpe bajo estaba permitido. Lela Rogers, suobediente retoño Ginger, y Howard Hughes figuraban a lacabeza de esta superpatriótica actitud.

John Wayne, por unanimidad resultó elegido Presidentede una cuadrilla de linchamiento autodeterminado AlianzaCinematográfica para la Preservación de los IdealesNorteamericanos. Charles Coburn era el vicepresidenteprimero. El segundo, Hedda Hopper. En 1947 Hedda ocupó susvacaciones recorriendo los Estados Unidos en coche paraarengar a los clubs femeninos y conminarlos a boicotearaquellas películas en las que interviniesen actores"comunistas".) Un realizador, Leo MacCarey, y un actor,Ward Bond, figuraron como privilegiados miembros de laalianza. Y Paul Lukas, Robert Taylor, George Murphy yAdolphe Menjou entre los más impacientes por denunciar atodos los Rojos que suponían escondidos bajo sus camas enBeverly Hills. Menjou se hallaba convencido de que unainvasión comunista en el país era inminente, y declaró quese trasladaba a Texas... "porque los tejanos, no dejarán unsolo comunista vivo". Gary Cooper agudo observadorpolítico, se jactó de haber rechazado "un montón de guionescon ideales comunistas".

Horrorizados ante estas medidas, celebridades de otramentalidad fletaron por su cuenta un avión para ir aWashington a protestar por "esta invasión para privar a losciudadanos de los derechos sobre sus ideales o creencias".Eran: Bogart y Bacall, Gene Kelly, June Havoc, J. Huston yD. Kaye.

El cargamento de este avión estelar no compareció anteuna audiencia condescendiente o admirada de sus dotes. Elgrupo de los tiradores al blanco, flechas incluidas, no

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tardó en declarar no gratos a los Diez de Hollywood noGratos. Estos eran: Herbert Biberman, Albert Maltz, EdwardDmytryck, Adrian Scott, Ring Lardner, Jr., Samuel Ornitz,John Howard Lawson, Lester Cole, Alvah Bessie y DaltonTrumbo. (Ironía de ironías: tras su condena, Trumbo se topóde bruces con un compañero en desgracia que, curiosamente,no era otro que el congresista J. Parnell Thomas, suantiguo acusador, sentenciado también a chirona por"inflar" su sueldo.) Aliados de estos Diez que prefirieronel autoexilio a la ignominia de aguantar en casa lasituación, fueron entre otros los directores Jules Dassin,Joseph Losey y John Berry, quienes prosiguieron suscarreras en Europa.

El destino de quienes se quedaron en casa fue mucho mássombrío. La lista negra arruinó las vidas y las carreras detalentos magníficos como Anne Revere, Gale Sondergaard,Jean Muir, John Garfield y J. Edward Bromberg. DashiellHammett y Lilian Hellman se enfrentaron a sus inquisidorescon honor y dignidad; Lionel Stander, el actor con voz derana, interpretó en beneficio del Comité un fantásticonúmero y les dijo bien claro adónde tenían que irse.Después se radicó en Italia, donde continuó imperturbablesu excéntrica profesión. Sidney Buchman, guionista de Capraen Caballero sin espada se negó a comparecer. Fue declarado enrebeldía y se quedó sin empleo en Hollywood.

La conciencia sirve a veces para algo. Pero algunascelebridades delataron y continuaron alegremente en suspuestos a lo largo de esta época negra: Dmytryck, Kazan,Robbins... Larry Parks fue un caso especial: admitió, parasalvar la piel, su afiliación al Partido Comunista.

A las masas no les divirtió la cosa. Para ellas,Hollywood y la política no constituían una buenacombinación.

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Pecadillos furtivos

Un 14 de julio, el cinéfilo se vio embarcado en elalboroto que acompañó al suicidio de Carole Landis,consecuencia de una pasión no correspondida por RexHarrison. Este encontró el cuerpo de Carole tendido en elsuelo del cuarto de baño de su casa en Pacific Palisades,con la cabeza reposando sobre un cofre de alhajas y unamano aprisionando un arrugado envoltorio con una píldoracontra el insomnio. En la mesilla de noche había una notadirigida a su madre:

"Queridísima mamá: »Siento, siento mucho realmente,tener que hacerte pasar por todo esto. Pero no hay forma deevitarlo. Te quiero, mi amor. Has sido la más maravillosade las madres. Y esto se puede aplicar a toda nuestrafamilia. Los quiero mucho a todos y cada uno de ellos. Todote pertenece. Mira en mi archivo y allí verás un testamentoen el que se especifica todo. Adiós, ángel mío. Reza pormí. Tu nena."

Poco tiempo antes, Carole había confesado a"Photoplay": "Déjeme que les diga una cosa: en este mundocada chica sueña con encontrar al hombre ideal, alguien quesea simpático, comprensivo, fuerte y desee ayudarla,alguien a quien poder amar apasionadamente. Las estrellasno constituimos una excepción; las chicas atractivastampoco lo son, ciertamente. El glamour y las lentejuelas,la fama y el dinero, poco significan si tu corazón estádestrozado".

Otro escándalo rodeó al arresto de Robert Mitchum en lanoche del 31 de agosto de 1948 por hallarse en posesión demarihuana, tras un registro practicado en el chalet de LilaLeeds, una rubia estrellita amiga suya. El revuelo fue tanconsiderable como para cancelar la presencia de Robertprevista al día siguiente en la escalinata del City Hall deLos Ángeles, donde lo requerían para inaugurar una asambleade la Semana Nacional de la Juventud. El lacónico Mitchumcumplió su sentencia de dos meses en la cárcel. Cuandosalió, su popularidad no se vio afectada en absoluto, yHoward Hughes, de la RKO, compró a David O. Selznick sucontrato exclusivo por más de doscientos mil dólares.

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En esa misma temporada, Gertrude Michael, que en losaños treinta interpretase a la atractiva Sophie Lang en unaserie B sobre una desenvuelta ladrona de joyas (ya en Elcrimen del vanidades ella se había robado el show cantando Dulcemarihuana), fue detenida en estado de embriaguez una nocheen la playa de Venecia. Cuando fue descubierta por lapatrulla, sola y agarrada a una botella de scotch, Gertiesollozó y musitó en voz baja: "Déjenme tranquila. No tengoamigos. Estoy sola y todos me han olvidado. Quieroarrojarme al mar". Conducida a la estación de policía máspróxima, rogó a los fotógrafos que aguardaban: "No soy unavíctima de los hombres como Carole Landis. Háganme el favorde retocar mis fotografías. No quiero aparecer como FrancesFarmer".

Este período fue asimismo animado por una pelea enpúblico, en el transcurso de la cual el productor WalterWanger disparó en la ingle a Jennings Lang, el amante de suesposa Joan Bennett. El notable productor cumplió condenafuera de la celda, como bibliotecario de la prisión. (Estecaso ofrece un paralelismo con otros célebres disparos,cuando en 1938 Moe "The Gimp" Synder, ex esposo de lacantante de blues Ruth Etting, disparó en el umbral de sucasa a su pianista y amante Myrl Alderman.)

El 2 de febrero de 1950, Ingrid Bergman, todavía señorade Lindstrom, presentó al signor Rosellini un hermosovarón, Robertino. Su espíritu de independencia escandalizóal público norteamericano; ella prefirió alejarse de latormenta poniendo rumbo a Europa e instalándose casidefinitivamente en el viejo continente.

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Confidencialmente...

En 1951, la policía efectuó una redada en una casa deplacer de superlujo, enclavada en las colinas que dominanSunset Strip, deteniendo a madame Billy Bennett einterviniendo el Libro de Clientes. Este archivo se haríafamoso, pues su contenido era el no va más en cuanto acelebridades de Hollywood, asiduas todas ellas delestablecimiento; muchos habían dejado sus Oscar en el lugarde honor, en señal de gratitud por los servicios prestados.(El chivatazo provenía de algunos honrados dueños derestaurantes a lo largo del Strip, que se sintieronamenazados y ofendidos a un tiempo al enterarse de queBilly planeaba entrar en el mundo del espectáculo y abrirella también un distinguido restaurante que competiría conel suyo). Astros por decenas, y también productores yguionistas, se dispersaron súbitamente por los cuatropuntos cardinales, aceptando ofertas para trabajar enEuropa, o dispuestos a disfrutar de unas precipitadas yrepentinas vacaciones. Los Estudios se dieron buena prisapor echar tierra sobre el asunto, y con éxito; a los pocosmeses, los "turistas" regresaban a California.

En 1952, cuando la capital del cine aún no se habíarepuesto del caso Billy Bennett, una pequeña revistaeditada en Nueva York aparecía en todos los quioscos delpaís. Esta nueva intrusión de la prensa amarilla no tardóen convertirse en la comidilla de la ciudad; "Confidential"cobró forma de publicación con un contenido cochambrosopero que muy pocos se resistían a leer.

Su lema era: "Contamos los Hechos y Citamos losNombres". Este tipo de prensa de escándalo no era unanovedad. Durante décadas habían existido triunfadores,chismosos de profesión, entre ellos el corrompidoWestbrooke Pegler, el malévolo Walter Winchell, ese sagradoterror consagrado que era Elsa Maxwell y, por descontado,Hedda y Louella, máximas exponentes cinemaníacas deinsinuantes calumnias. Pero el pérfido "Confidential" fuemucho más allá que todos los especialistas juntos; ahondabaen todos y cada uno de los detalles y no dudaba engarantizar que sus artículos eran fiel recuento de los

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hechos.Robert Harrison, el editor de "Confidential", había

concebido la línea a seguir de su revista tras contemplar adiario por televisión la investigación sobre el casoKefauver. Cuando comprobó que esas crónicas sobre elcrimen, la prostitución y el vicio, superaban en audienciaal resto de los programas, dedujo que el público seencontraba ávido de chismes y que una publicación quesupiese presentar este tipo de material de una formapicante, citando nombres, podía tener un brillanteporvenir.

Harrison había dado sus primeros pasos en los añosveinte como recadero en el "Daily GraphiC", un diariosensacionalista, precursor hasta cierto punto de"Confidential". Después trabajó para Martin Quigley, cuandoéste era el beato editor del "Motion Picture Herald". Yapor cuenta propia, se lanzó a una serie de publicacionesaptas para fetichistas, ilustradas con mujeres con taconesaltos y látigo en las manos, pero cuya circulacióncomenzaba a declinar justo en el momento en que concibió laidea del "Confidential". El primer número obtuvo unaacogida sensacional; llegaron a venderse doscientoscincuenta mil ejemplares. Ya en la cumbre, "Confidential"vendía en los quioscos cuatro millones de ejemplares —todoun récord para el "periodismo" americano.

Harrison emprendió la invasión a gran escala de la vidaprivada de los ciudadanos más famosos de Norteamérica. Sufórmula era sencilla: un nombre bien conocido, unafotografía poco favorecedora y una historia no demasiadoextensa que presentaba cualquier episodio un tanto sórdidobajo un prisma humorístico. El sabía lo que sus clientesdeseaban. Y confiaba a sus amigos: "A los norteamericanosles encanta leer esas cosas que no se atreverían a hacer".

Con el éxito de la revista, sus víctimas se ibanincrementando a base de aquellas luminarias de Hollywoodcuyas vidas privadas presentaban un mayor interés morbosopara el público. Harrison estableció en Hollywood unaagencia, dirigida por su sobrina Marjorie Mead, bajo elpretencioso nombre de Hollywood Investigation Incorporated.Detectives privados de poca monta, aspirantes a starlets,estrellas en desgracia y periodistas pasados de moda fueroncontratados para traer y llevar, chantajear y parlotear. El

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auge de "Confidential" permitía a Harrison pagar hasta mildólares por cada chisme, asegurándose así una magníficacuadra de espías. Algunas veces, eminentes personalidadesdel mundo del espectáculo le proporcionaron informaciónsobre sus propios colegas. En cierta ocasión, Mike Toddtelefoneó a Harrison desde California para pasarle unasugestiva anécdota concerniente a Harry Cohn, el muy odiadopresidente de la Columbia.

Muchos de los rastreadores eran chicas de alterne. Dehecho, el núcleo de la organización estaba constituido porel corrillo de pin-up girls que adornaban los bares de SunsetStrip. En la cama, estas chiquitas, espléndidamentepagadas, eran receptoras de confidencias de astros famosos,mientras que un magnetófono en miniatura dentro de susbolsos, descuidadamente abiertos sobre la mesilla de noche,se encargaba de grabar durante toda la noche indiscrecionesque más tarde serían devoradas por los ávidos lectores.Hollywood Investigation se hacía cargo de fotos y películascomprometedoras y empleaba los últimos refinamientos de latécnica: rayos infrarrojos, película ultra-rápida,teleobjetivos superpotentes. Fue así cómo se captaron laspeleas domésticas entre Anita Ekberg y Anthony Steele.Cuando se estaba en posesión de un material particularmentecomprometedor, un representante de Hollywood Investigationvisitaba a la estrella implicada llevando una copia de lafoto en la mano. A la víctima se le sugería que el originalpodía ser adquirido por la revista. Algunos, muertos demiedo, pagaban; otros se negaban. Artículos que no fueroncomprados y agotaron la edición fueron, por ejemplo:"Lizabeth Scott, entre chicas", "Dan Daily, travestí","Errol Flynn y sus espejos dobles", "¿El mejor "bombero"[Pumper también significa "mamona". (N. del T.] deHollywood?: ¡M-M-M Marilyn M-M-Monroe!", "Joan Crawford yel apuesto barman".

Este reinado de terror duró cuatro años. Considerablescargamentos de información fueron suministrados a Harrisonpor dos de los más acreditados chismosos de Nueva York:Walter Winchell y Lee Mortimer. Mortimer, comentarista ycrítico del ya desaparecido "Daily Mirror" se citaba conHarrison en una cabina telefónica, le contaba una historiapicante y si, por casualidad, coincidían después en elmismo local nocturno, ambos hacían como que entre ellos

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existía una abierta enemistad y se negaban el saludo el unoal otro. Harrison solía conceder a Winchell amistososespaldarazos en la revista, en artículos en los que otrapersona parecía haber empuñado el hacha (por ejemplo"Winchell llevaba toda la razón en lo de Josephine Baker",etc.). A cambio, Winchell promocionaba el magazine entelevisión.

A medida que, a cada número de "Confidential", seincrementaban las ventas y las obscenidades, ya no habíaestrella que se pudiera mantenerse al margen de las"revelaciones". Algunas eran víctimas de toda una ristra deartículos: Marilyn, Orson, Lana, Ava, Frankie y Jayne. Abuen recaudo en Nueva York, Harrison se aseguraba de quecada artículo tuviese como base un trozo de película ocinta grabada, "evidencia" que, antes de su publicación,era considerada por sus abogados fulleros.

Pero, con el incremento del éxito, y sin que nadie lehiciera frente, se pasó de la raya tratando de enriquecerlos hechos con detalles pintorescos. Y se convirtió en unode los hombres más odiados del país. Durante una excursióncinegética en Santo Domingo, a alguien se le escapó algúnque otro disparo en dirección suya; otro día, el padre deGrace Kelly se dejó caer por su oficina de Nueva Yorkdispuesto a destrozar el lugar y asestar a Harrison un buengolpe en cuanto apareció una exclusiva sobre la futuraprincesa de Mónaco.

No fue sino hasta finales de 1957 cuando una estrellatuvo el valor de decidir que ya estaba bien. DorothyDandridge puso un pleito a la revista, tras un artículoaparecido sobre sus supuestas actividades forestales en unamuy "naturalista" compañía. Dandridge reclamaba dosmillones de dólares.

Con el disparo del primer dardo, estaba declarada laguerra: docenas de estrellas calumniadas recurrieron aljuzgado. Cuando sucedió esto, los Grandes de la industriadel cine comprendieron que ante ellos se cernía un nuevopeligro —las más importantes personalidades de Hollywoodiban a ser interrogadas públicamente sobre sus vidasprivadas. Las Eminencias Grises intentaron una vez másponer en práctica lo que ya habían realizadosatisfactoriamente en anteriores escándalos: silenciarlos.

Robert Murphy, un relaciones públicas de Hollywood, fue

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designado para trasladarse al Palacio del Congreso ymantener allí una charla con el fiscal general. Llegó tanlejos como para amenazar con la suspensión de la ayudafinanciera con que la industria cinematográfica planeabaasegurar la inminente campaña de los republicanos. Pero elEstado se mantuvo firme en su decisión de pasar a laacción. Muchas de las luminarias encontraron muyrecomendable tomarse unas buenas vacaciones. Clark Gablemarchó a Tahití para tomar el sol; otros a Europa oSudamérica.

Finalmente, el juicio tuvo lugar en Los Ángeles el 2 deagosto de 1957. En la prensa fue calificado de "El Procesode las Cien Estrellas". En realidad, salvo una breveaparición de Dorothy Dandridge, que retiró su demanda trasun buen acuerdo financiero al margen del Tribunal, elproceso sólo contó con la presencia de otra estrella, labellísima pelirroja Maureen O'Hara.

"Confidential" había informado a sus lectores de cómola señorita O'Hara se había extralimitado en un juegoconocido como Chinese Chest, celebrado en las mullidasbutacas del Teatro Chino de Hollywood, teniendo comocontrincante a un atractivo sudamericano. "Confidential"narraba así los hechos: "El acomodador vio a una pareja quehacía desprender de su palco tanto calor como siestuviésemos en julio. Maureen, con la blusa desabrochada ysus cabellos en desorden había asumido, para contemplar lapelícula, la más singular postura jamás contemplada en todala Historia del Cine. Estaba tumbada sobre tres asientos,con el afortunado sudamericano en el de en medio, mientraspor la pantalla desfilaba una cinta que denunciaba ladelincuencia juvenil..."

El juez Walker consideró que faltaban datos. Sereconstituyeron los hechos.

El manager del cine no tuvo inconveniente eninterpretar el papel del sudamericano; una joven periodistahizo de doble de la estrella. El manager tomó asiento, ladoble se tendió encima de las butacas e incluso alzó suspiernas al aire. El jurado quería más información. Sus docemiembros (entre ellos seis viudas) se aproximaron a la fila35, donde, tras una minuciosa investigación de los tresasientos, llegaron a la conclusión de que no sediferenciaban de los del resto del local.

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Maureen no hizo acto de presencia hasta el 17 deagosto. Demostró que en la época de sus supuestos jugueteosen el palco del Grauman, ella se encontraba en Españafilmando Málaga. La mejor prueba era su pasaporte. Pidiócinco millones de dólares. Los testigos se mantuvieron ensus trece de que, a pesar de la coartada del pasaporte conla fecha de su ausencia, era ella y no otra la actriz quehabían visto en el palco. Su hermana, una monja irlandesa,emergió del convento para declarar en defensa suya. LaCorte importó un detector de mentiras que NO probó queMaureen dijera la verdad.

El desconcertado jurado llegó al fin a una decisión.Las acusaciones por obscenidad fueron descartadas;"Confidential" sólo tendría que soplar cinco mil dólares.Hubo sin embargo multitud de "arreglos" millonarios porfuera de la Audiencia. La revista pagó a Liberace cuarentamil dólares y casi otro tanto a una docena de celebridades.

El mayor drama del caso llegó con el suicidio de PollyGould, que pertenecía al equipo de la revista. Se mató enla noche del 16 de agosto; iba a testificar al díasiguiente. Más adelante se descubriría que Polly habíaestado jugando a dos barajas, vendiendo secretos de lapublicación al fiscal del distrito e informando a la vez aHarrison de las maniobras de la policía.

Después del proceso, Howard Rushmore, redactor jefe deHarrison en "Confidential" (ex-comunista paranoico,Rushmore acababa de iniciar una cruzada contra los rojos),mientras paseaba a caballo con su esposa por la parte altade Nueva York, sacó una pistola y mató a su mujer antes dematarse él.

Harrison vendió "Confidential" en 1957. A continuaciónlanzó una publicación de pocos vuelos llamada "InsideNews". No llegó a alcanzar la fama de su predecesora. Losdías de este tipo de prensa estaban contados. La industrianorteamericana del cine había degenerado; en la televisiónse le da al público más chismorreo del que es capaz deengullir y su capacidad de asombro es menor.

Ya no existen más estrellas en la Metro Goldwyn Mayerque en el firmamento. Si puede decirse que ese estudiocontinua en pie, es para referirse a un desérticoplanetario. Las escasas celebridades fílmicas que continúanen la brecha se sienten más que satisfechas si consiguen

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atraer la atención cuando son invitadas a discutir suspropias debilidades en programas televisivos en directo. Dehecho, tras el caso "Confidential", estrellas como ErrolFlynn, Zsa Zsa Gabor y Diana Barrymore comenzaron apromocionarse con sus propias y verboreicas autobiografías.¿Por qué dejar que otros se forraran a costa de sus vidasprivadas cuando ellos podían llevarse buena tajada? Ningunarevista podía competir con tamaña sinceridad.

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Sangre y jabón

El teléfono de Jerry Geisler sonó el 4 de abril de1958, Viernes Santo. El abogado más famoso de Hollywoodescuchó una voz familiar: "Soy Lana Turner. Ha ocurridoalgo terrible. ¿Puedes venir inmediatamente a mi casa, porfavor?".

Cuando Geisler llegó a la mansión estilo colonial queen Beverly Hills poseía la célebre chica del jerseyajustado. Lana se hallaba desconsolada llorando y sujovencísima hija Cheryl al borde del histerismo. EnseguidaGeisler conoció el motivo —algo que contrastabadesagradablemente con los tonos rosados del coqueto boudoirde Lana: el cadáver ensangrentado de Johnny Valentine, másconocido de todos como Johnny Stompanato, antiguoguardaespaldas del gangster Mickey Cohen, notorio gigoló yúltimo amante de Lana.

Al poco tiempo de hacer su aparición en Hollywood, alapuesto supermacho Stompanato se lo disputaban varias damasprominentes de la colonia fílmica; sus aparentes encantosle habían granjeado el apodo de "Oscar" (aludiendo los 30cm de la estatuilla de la Academia). En la primavera de1957, el atrevido Johnny, que jamás fuera presentado aLana, se las arregló para obtener su número telefónicoprivado y la llamó. Sabía, como toda Norteamérica, que ellase había separado recientemente del ex-Tarzán Lex Barker, ysospechaba que debía de encontrarse sola y disponible. Lesugirió una cita a ciegas, nombrando a personas conocidaspor los dos y dejando escapar algunas insinuaciones acercade "su Oscar".

En esa época él regentaba una elegante tienda deobjetos de regalo en Los Ángeles. En el transcurso de lossiguientes quince esplendorosos meses, ya no volvió aprestar atención a ese negocio.

Hasta después de su muerte, Lana no supo que Johnnyhabía estado casado tres veces y era padre de un niño dediez años. Sí estaba informada, en cambio, de sus sólidasconexiones con elementos criminales, pero eso la tenía sincuidado. El llevar como acompañante a un auténticogangster, con un arma dura debajo del smoking, añadía

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emoción y espíritu de aventura a cualquier velada.En ese momento de su vida, Lana se hallaba en un estado

agudo de vulnerabilidad emocional. Tras una deslumbrantecarrera iniciada de modo fulminante en 1937 con un pequeñopapel en They won't forget ("¡Vaya par de tetas!", se escuchabadecir por toda la nación cuando la colegiala Lana sepaseaba por la plaza del pueblo, dispuesta a ser violada yasesinada, en el primer rollo de aquel film "épico"), en1946 Lana Turner figuraba entre las diez mujeres mejorpagadas del país. En los comienzos de los años cincuenta seconvirtió en la reina de la Metro Goldwyn Mayer. Al mismotiempo, iba de hombre en hombre. Sus romances —Sinatra,Howard Hughes, Tyrone Power, Fernando Lamas— habíanconstituido buena materia prima para llenar columnas deprensa amarilla durante dos décadas. Sus matrimonios, sinembargo no habían servido para "realizarla" del todo. Powerhabía sido realmente el único al que había amado pero suafán de posesión había arruinado el idilio. Tras eldirector de orquesta Artie Shaw, llegó Steve Crane (en elaltar Lana ya llevaba dentro a Cheryl); después, elmillonario playboy Bob Topping. Quiso a toda costa tenerotro hijo con Lex Barker, su más reciente esposo, pero sólotuvo un aborto. Tras una racha de películas mediocres, y alcabo de dieciocho años en el mismo Estudio, la MetroGoldwyn Mayer se desprendió de ella.

Sus casamientos e idilios siempre habían estadopresididos por la violencia, provocada en algunos casos, ytal vez secretamente deseada. Lana había sido arrojadaescaleras abajo por uno de sus maridos, abofeteada enpúblico por otro y empapada con champagne en Ciro's por untercero. En otra ocasión hubo de llevar el bello rostrooculto tras gafas oscuras para disimular un ojo morado.

Entonces se le pudo oír decir en alguna ocasión: "Loshombres son terriblemente excitantes y cualquier muchachaque opine lo contrario es una solterona anémica, unaprostituta o una santa". Al cumplir los treinta, esanecesidad de "excitación" se le tornó obsesiva. Durante suseparación de Johnny (ella se encontraba a la sazón enLondres rodando Brumas de inquietud), las cartas que ledirigía mostraban la añoranza de los "dulces tormentos" queél le infligía deliberadamente. Así que le envió un billetede avión —otro de sus muchos regalos— y lo instaló en una

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espléndida casa londinense situada en la "Calle de LosMillonarios".

Johnny, seguro de su poder, le exigía cada vez más:"Cuando yo diga arriba, tú te levantarás. Cuando yo diga,salta, tú saltarás". La amenazó también con marcarla. "Temutilaré. Te haré tanto daño que te convertirás en un serrepulsivo y tendrás que esconderte para siempre." Llegó unmomento en que, en medio del plató, Johnny apuntó con unapistola al oponente de Lana, Sean Connery, advirtiéndoleque se mantuviese alejado de ella. Connery lo ignoró. Y elEstudio, con la colaboración de Scotland Yard, deportó aStompanato fuera de Inglaterra.

Con todo, Lana continuaba echándole de menos. En suscartas reclamaba sus caricias: "Tan salvajes que me hacendaño... es todo tan terrible, pero al mismo tiempo tanbello... Soy tuya y te necesito, MI HOMBRE". Terminado elrodaje, el idilio sadomasoquista se reanudó en México,donde los huéspedes que lindaban con sus habitaciones en elHotel Vía Vera se quejaban de su ruidosa forma de hacer elamor. Después regresaron a Hollywood, donde Cheryl lesesperaba en el aeropuerto. Como tantos otros retoños de lafábrica de sueños, la hija de Lana y Steve Crane, era unaadolescente insegura y complicada.

Y cierta noche, en la mansión de Bedford Drive,mientras Johnny abusaba de Lana (ella se había negado acontinuar pagándole sus deudas de juego), maltratándola depalabra y obra, y jurando vengarse en toda su familia,Cheryl escuchó detrás de la puerta: "Voy a rajarte ydespués haré otro tanto con tu madre y tu hija... esto eslo que voy a hacer ahora mismo".

Cheryl (de acuerdo con sus declaraciones y las de Lana)corrió hasta la cocina, agarró el primer arma que encontró—un cuchillo de cortar la carne de nueve pulgadas— y volóen ayuda de su madre.

Después Lana testificaría: "Todo sucedió tan rápido queni siquiera vi que mi hija tenía un cuchillo en sus manos.Pensé que le había golpeado en el estómago con los puños.El señor Stompanato se separó y cayó de espaldas. Se llevólas manos a la garganta, se ahogaba. Corrí hasta él y lelevanté el jersey. Vi la sangre... De su garganta escapabaun sonido terrible...".

A lo largo de su magistral actuación en el Tribunal,

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Lana lloró y casi se desmayó. Prosiguió: "Traté de insuflaraire entre sus labios entreabiertos... mi boca contra lasuya...". Lana estaba a punto de desvanecerse. Geisler lasostenía. Un ayudante del alguacil le trajo un vaso deagua. Terminó con voz trémula: "Estaba muriéndose".

En la prensa hubo unanimidad: Lana había representadola escena más dramática de toda su carrera. El jurado sólonecesitó veinte minutos para deliberar. Su veredicto:homicidio justificado. Fue un día completo para losperiodistas; el romántico pasado de Lana fue desmenuzado yescudriñado. Sus cartas amorosas, descubiertas en casa deJohnny por amigos del hampa, sirvieron para cubrir lasprimeras planas de los periódicos de todo el país. Lana fuepuesta en la picota por los columnistas, el clero, lossociólogos y los psicoanalistas como una madre disoluta yantinatural. En cuanto a Cheryl, era defendida por aquí yacusada por allá. "¡Mi corazón sangra por Cheryl!" escribióHedda Hopper.

Walter Winchell fue el único periodista de peso queasumió la defensa de Lana: "Ella está hecha de rayos desol, empezando por el techo de sus ojos azules, suscabellos color miel y siguiendo por sus cimbreantes curvas.Es Lana Turner diosa de la Pantalla. Pero, repentinamente,la magia desaparece y las sombras ocupan su lugar. Hace suentrada la acechante crueldad. Lana es azotada porcomentarios malignos, invadida por editoriales denigrantesy amenazada con la privación de su hija. Por supuesto, esla escandalizada virtud la que grita más fuerte. Me parecesádico someter a Lana a cualquier otro tormento. Esimposible imaginar un castigo que pueda herirla más queesta pesadilla. Y está condenada a vivir con él hasta elfinal de sus días... Resumiendo, ofreced vuestro corazón auna muchacha que tiene el suyo destrozado".

Gloria Swanson se puso furiosa ante la defensa de Lanallevada a cabo por Winchell. Y explotó: "Walter, me parecerepugnante que trates de sublimar a Lana. No eres unnorteamericano leal... Estás acabado y todo el mundo losabe, excepto tú. En lo que se refiere a Lana Turner, esapobre chica, la única verdad que nos has contado es quepara dormir se pone un camisón de punto. No es ni siquierauna actriz... Es sólo una furcia".

La publicación de las cartas de Lana causó sensación.

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Habían sido cedidas por Mickey Cohen a un redactor del"Herald Examiner" de Los Ángeles en venganza contra Lana.Cohen, jefe y compadre de Johnny, había tenido que cargarcon los gastos del funeral. Las doce misivas (algunas deellas censuradas) acapararon los titulares de la nacióndurante un par de días. Tal y como se publicaron, parecíanredactadas, no por una "mala mujer", sino por una féminaque intentaba desahogarse emocionalmente como cualquierinmaduro espécimen de su raza necesitada de amor. Con suexceso de asteriscos, era la primera vez, desde lapublicación del diario de Mary Astor, que la ropa sucia deuna estrella se aireaba con tal detalle.

Lana capeó el temporal. En muchas salas, al verlareaparecer en la pantalla con La caldera del diablo, el públicoaplaudía y gritaba: "¡Estamos contigo, Lana!". Poco despuésintervino en un melodrama de la Universal, Imitación de la vidaque, dirigido por Douglas Sirk, constituyó uno de losmayores éxitos taquilleros de toda su carrera.

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Hollywoodämerung

Cuando llegaron los años sesenta, el Viejo Hollywoodhabía muerto. Las almenas de los Estudios, esos reinosfeudales, fueron derribadas una tras otra por el enemigo.La RKO fue adquirida por la televisión; nada más deshacersede ella, Howard Hughes pronunció este óbito: "Se acabóHollywood". Los fans se dieron buena prisa en acudir a lasubasta de la Fox (los trajes de baño de Gable, la espadade Tyrone Power —¿quién te empuñará ahora?—) y a la de laMetro Goldwyn Mayer (los zapatos abotinados de Judy Garlanden Cita en San Luis, el traje de esquiar de Greta Garbo en Lamujer de las dos caras —qué fanático admirador estará embutidoen él, paseando arriba y abajo ante el roto espejo de lamemoria?). La calle neoyorquina de la Fox no es más que unrecuerdo. Han maltratado y derrumbado la casa de AndresHarvey... Y sin embargo...

En 1962, el suicidio de Marilyn Monroe con somníferosevocaba los ya olvidados de tantas otras: Lupe, CaroleLandis, Abigail Adams, Lynne Baggett, Laird Cregar y muchasmás. Marilyn se había pasado de rosca (aunque en realidadacaso durante su vida había sabido controlarse?). Losmalignos jefazos habían perdido cientos de miles de"verdes" a causa de la tardanza o la no comparecencia de sureina con cabeza de chorlito. Puede que Garbo prefiriese lasoledad, pero siempre era puntual a la hora de rodar,aunque fuese de madrugada. Barbara Stanwyck, considerada yresponsable, quien, con sólo alzar una de sus cejas, podíaexpresar más que Monroe en todo un guión, conseguía que sustomas fueran dadas por buenas a la primera, y sin quejas denadie por accesos de ira.

En 1966 se declaró una avanzada epidemia de"normadesmonditis" [El autor se refiere a Norma Desmond, elpersonaje estelar del film de Billy Wilder "El crepúsculode los dioses" interpretado por Gloria Swanson. Se trata deun perfecto y acabado retrato de una antigua reina del cinemudo que desea regresar a la pantalla y acaba perdiendo larazón. (N. de T.)] galopante. Corinne Griffith, la aclamadaactriz que en 1965 se casara con el cantante y actor DannyScholl en el día de San Valentías, solicitó una anulación

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basándose en que el matrimonio no se había consumado. Alfrágil Danny le dio un patatús en el banquillo de lostestigos, pero lo más sonado fue cuando Corinne Griffith(que sin lugar a dudas era Corinne Griffith) manifestó seruna doble que había asumido la identidad de CorinneGriffith al morir la verdadera. En 1966, Corinne Griffithhabía cumplido setenta y un años y su no consumada parejacuarenta y cuatro. La "doble" declaró que ella tenía"cincuenta y uno, aproximadamente". Lo absurdo de estecaso, en el que la inveterada costumbre de ocultar la edadllegó a la destrucción de la identidad, jamás ha sidosuperado.

El juez Harvey (Lewis Stone), esa personificación de labondad, murió de un ataque al corazón al tratar de capturara una pandilla de gamberros que lanzaban piedras contra suchalet de Beverly Hills. La deslumbrante Jayne Mansfield,con su carrera ya en el alero, se estrelló en una carreteraenfangada por la lluvia en junio de 1967. Antiguos niñosprodigio tuvieron finales tremendos: Bobby Driscoll con unasobredosis de metedrina; Carl "Alfalfa" Switzer (de laPandilla), cosido a tiros en una reyerta por drogas.Montgomery Clift y Robert Walker terminaron tal y comohabían deseado.

En 1968 la espantosa muerte de Ramón Novarro a causa deuna paliza recordó los extraños crímenes del Hollywood deantaño. Ahí estaba ese hombre, muriendo tanextravagantemente como había vivido, ahogado en su propiasangre y con el consolador Art-decó que Valentino leregalara cuarenta y cinco años antes introducido en lagarganta. Un par de estúpidos bestias, hermanos y chulos deChicago, eligieron el 31 de octubre, Halloween, para jugar aÁngeles de la Muerte con el primitivo Ben Hur de sesenta ynueve años. Lo único que los muchachos querían eraapoderarse de una fruslería en metálico, cinco mil dólaresque, según datos facilitados por otros chulos, Novarrotenía a buen recaudo en su hogar hollywoodense allá en lascolinas. Destrozaron la casa haciendo añicos los recuerdosde una extensa carrera que para esos cretinos no teníasignificado alguno. Souvenirs empapados en sangre: un casoanálogo al de Lou Tellegen y su harakiri.

Pero el suicidio del "doctor Cíclope" en 1968 recordabamás aún al Viejo Hollywood. Albert Dekker decidió de una

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vez por todas demostrar que era el Mayor Retorcido de TodosLos Tiempos, el personaje que había interpretado en la vidareal y el único en el cual creía. Para su última actuación,este actor de carácter, de sesenta y dos años de edad,eligió su vestuario favorito: ropa interior femenina deseda. Y, con sumo cuidado y lápiz de labios carmesí,escribió en su abotargada anatomía las últimas críticasaparecidas sobre él, todas ellas adversas. Después, en unaalegre pirueta, se las arregló para ahorcarse llevando susgemelos favoritos ceñidos a las muñecas. En esta ocasiónpracticó su solitario pasatiempo preferido, en su cuarto debaño hollywoodense. Ocho años antes, había ya revelado sudesencanto al crítico Ward Morehouse al reflexionar sobreuna carrera que abarcaba cuatro décadas: "El teatro es unlugar terrible para crearse un futuro. Te ponen en unaestantería durante años. Te sacan, te cepillan y después tedevuelven a ella". Estos sentimientos traicionaban ladedicación que se supone ha de profesar un verdadero actorpor su profesión y la servidumbre que ésta implica. Dekkerno dejó escrito ningún mensaje, sólo un cuadro que cortabala respiración al verlo: otro singular muñeco para lacolección del doctor Noguchi.

El suicidio en Castelldefels, España, de GeorgeSanders, desposeído de todo romanticismo, fue el de unapersona avejentada anímicamente, solitaria y desnuda. Sunota de despedida poseía el toque del perfecto cínicoprofesional: era el Adiós a la Dulce Letrina, la vida ensí, que él había agotado hasta un mortal aburrimiento.

La masacre en casa de Sharon Tate en 1969 no pertenecíaal Viejo Hollywood. Lo que se derrumbó sobre la rojiza casade Cielo Drive parecía más bien la devastación causada porun jet al estrellarse: la nave de Satán pilotada porCharlie Manson —títere programado, deidad de la basura.

Esto ocurrió en Benedict Canyon allí donde Paul Bern sehabía pegado un tiro; su honorable espectro tendría apartir de entonces compañía. Las vidas inútiles no generantragedias, sino inutilidades.

La última y voluntaria "snifada" de Judy tuvo lugar enun atrancado baño londinense. La "Anfetamina Annie" de laMetro Goldwyn Mayer consiguió al fin su propósito al cabode innumerables tentativas: píldoras, venas cortadas en suapartamento de Hollywood, cuello rajado con restos de vasos

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rotos. La Dorothy de El Mago de Oz murió sentada en elretrete, nada apto para un viaje "sobre el arco iris".Totalmente vestida, encorvada, como si estuviese rezando ycon el rostro hecho un revoltillo ensangrentado, parecíauna máscara azteca. Tenía cientos de años; era la más ancianade todas las estrellas, si uno se atenía a sus tormentas yal precio que por ellas había tenido que pagar: dramassuficientes como para una docena de vidas. Ella era "Ella,la Diosa del Fuego" de Ridder Haggard, la que se habíasumergido demasiadas veces en las llamas.

Ahora han vuelto a restaurar el cartel de Hollywood, oal menos las nueve primeras letras. H O L L Y W O O D. Hanreforzado las estacas que las sostienen y vuelto a pintarel metal. A propósito o accidentalmente, las restantesletras originales (LAND) han sido desechadas. Acaso sehayan podrido. La letra número trece, la D final, ya noestá allí para tentar a una nueva Peg Entwistle.

Las nuevas generaciones que habitan en lo alto deHollywood ni se dan cuenta de que ese monopolio enclavadoen el Monte Lee llegó, en cierta ocasión, a designar algomás que una ciudad envuelta por la niebla que se elevadesde abajo y hoy se parece tantiiiiiiisimo a Miami Beach. PA-RA-SIII-TOS.

En los desiertos platós de la Columbia, allí donde sealzaban erguidos y vigilantes los oídos de Harry Cohn,ahora se juega al tennis. (Fuera, en Gower Gulch, sedesdibuja el cartel mal clavado que anuncia: SE VENDE). Sinembargo, cuando las torrenciales lluvias y los vientosbarren el cielo dejándolo limpio, aún puede verse cómoreaparece el azul egipcio sobre la colina de tropicalísimaspalmeras que se ciernen sobre la citérea Isla Catalina.Entonces se descubre, a lo lejos, en la franja azul delhorizonte, los macizos y abandonados platós del sonoro querecuerdan secretas mastabas, y todavía podemos imaginar quétrajo hasta aquí, hace ya un siglo, a esos hombresambiciosos y sin escrúpulos.

FIN DEL ROLLO

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HOLLYWOOD

EL: Cuando voy caminando por la acera y veo...ELLA: Perdone, ¿no es usted Dick Powell?EL: Sí, en efecto.ELLA: Me pregunto si podría... Pensé que tal vez... (Sollozo)EL: Vamos, vamos. ¿Qué le ocurre?ELLA: ¡Oh, usted no lo entendería! Con usted Hollywood hasido bueno.EL: ¿Qué quiere decir con eso?ELLA: Bueno, supongo que es una historia corriente... Huboen Little Rock un concurso de belleza. Yo gané el primerpremio. Y me vine a Hollywood a conquistar la fama. Y enlugar de eso, aquí me tiene usted, en Hollywood Boulevard alas dos de la noche y sin tener adónde ir. (Sollozo.)EL: Pobrecita. ¿Por qué no vuelve a casa? Me gustaríaayudarla...ELLA: ¡Oh, no puedo hacerlo después de haber fracasado!Usted no lo entendería, pero...EL: ¿Pero qué?ELLA: Bueno, podrá parecerle ridículo después de todos losdisgustos que me he llevado, pero en realidad lo único quenecesito es una oportunidad. Si pudiese conseguirla...EL: Pero, veamos, ¿no tiene a nadie en su casa que la echede menos?ELLA: ¡Ah, allí... hay un chico... trabaja en un garaje yes realmente un muchacho estupendo. El... él... quiere quenos casemos.EL: Escúchame, hija, y hazme caso. De momento ya tienes másde lo que Hollywood puede ofrecerte. ¿Sabes? Hay un montónde chicas de ésas a quienes tú envidias... que darían loque fuera por que un honesto muchacho las esperase enLittle Rock. O en cualquier otro sitio.ELLA: Supongo que tiene usted toda la razón, señor Powell.¡Ay!, y yo que estaba convencida de que Hollywood era unenorme boulevard de sueños realizados! EL: Pues lo siento,hija, pero estabas totalmente equivocada.(Canta Dick Powell.)

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Voy caminando por la calle del dolorEl Boulevard de los Sueños Rotos,Donde Gigoló y GigolettePueden besarse —sin pudorY así olvidar los sueños perdidosEsta noche ríes y mañana llorasCuando contemplas las ruinas de tu feY Gigoló —y GigoletteDespiertan con los ojos empañadosPor lágrimas que hablan de sueños perdidos

Aquí me encontrarás siempre Paseo arriba y abajoPero he dejado mi alma atrásEn una vieja ciudad con CatedralAquí el placer sólo lo prestanAl parecer no es duraderoPero Gigoló y GigoletteAún cantan su canciónY pasean sus ilusionesPor el Boulevard de los sueños perdidos.

(Secuencia de Moulin Rouge, un musical de la Warner Bros delaño 1934, suprimida por orden de Jack L. Warner, quien laconsideró "demasiado deprimente")