A DE O A C A N SANNI M I CHOL Año 1, No. 1 AS D Mayo 2013 ... · Rector de la Casa de Hidalgo,...

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Letras para llevar Suplemento U N I V E R S I D A D M I C H A O C A A N D E S AN N IC O L A S D E H I D A L G O Año 1, No. 1 Mayo 2013 Publicación eventual

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Año 1, No. 1Mayo 2013

Publicación eventual

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DIRECTORIORectorDr. Salvador Jara Guerrero

Secretario GeneralDr. Egberto Bedolla Becerril

Secretario AcadémicoDr. José Gerardo Tinoco Ruiz

Secretario AdministrativoMtro. Carlos Salvador Rodríguez Camarena

Secretario de Difusión CulturalMtro. Teodoro Barajas Rodríguez

Secretaria AuxiliarDra. Rosa María de la Torre Torres

Abogado GeneralDr. Alfredo Lauro Vera Amaya

TesoreroC.P. Horacio Guillermo Díaz Mora

ContralorDr. José Luis Chávez Chávez

Coordinador de la Investigación Científi ca Dr. Luis Manuel Villaseñor Cendejas

Director de la Comisión de Planeación UniversitariaDr. Salvador García Espinosa

Coordinadora de Comunicación SocialGeorgina Morales Gutiérrez

Director de Gaceta NicolaitaDr. Mario Chávez-Campos

Jefe de RedacciónL.C.C. Antonio Robles Soto

DiseñoM.D.G. Ariadna Díaz BarajasL.C.C. Irena Medina Sapovalova

Auxiliar de Redacción y distribuciónSilvia Martínez Álvarez

Editor de FotografíaGustavo Vega

ReporteraNallely Soriano Tinajero

Suplemento Letras para llevar de Gaceta Nicolaita aparece eventualmente, publicado por la Secretaría General de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ubicación: Centro de Información, Arte y Cultura (CIAC). Morelia, Michoacán. Tel: 3223500 ext. 2019. Certifi cado de licitud de título en trámite. Impresión: La Voz de Michoacán, S.A. de C.V. Av. Periodismo José Tocaven Lavin No. 1270, colonia Arriaga Rivera C.P. 58190, A.P. 121. Certifi cado de

reserva de derechos al uso exclusivo en trámite. En la sesión ordinaria del H. Consejo Universitario llevada a cabo el 27 de febrero de 2012, se aprobó por unanimidad que la Gaceta Nicolaita fuera el Órgano Informativo Ofi cial de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Editor responsable Dr. Mario Chávez-Campos.

Año 1, No 1

En el segundo aniversario de la Gaceta Nicolaita, Órgano Informativo Ofi cial de la Universidad Mi-choacana, quienes trabajamos en la edición, redacción, fotografía, diseño y distribución hemos querido contribuir con lo que para todos los nicolaitas debería convertirse en un compromiso

ineludible: la promoción y el fomento de la lectura.Tenemos la convicción plena que leer,- más allá de los libros científi cos y técnicos de nues-

tras carreras académicas-, textos literarios: novela, cuento, poesía, no sólo acrecienta nuestra cultura y el amor por las bellas artes, sino sobre todo nos hace mejores personas. Nos transforma en seres humanos sensibles, solidarios y generosos.

Con la publicación del primer número del suplemento Letras para llevar, queremos continuar, desde el espacio de la Gaceta Nicolaita, una intensa campaña para que en todo el territorio universitario se promueva el gusto y el placer por la lectura.

En estos tiempos difíciles que vive nuestro país, los libros deben convertirse en tablas de salvación, en cuerdas para asirnos y no caer al despeñadero; los textos literarios son letras a la carta que nos ayudan a refl exionar sobre infi nidad de temas de la realidad, basta con que nos sumerjamos en una historia cualquiera para comprender que la lectura es una herramienta imprescindible para primero, acomodar nuestro interior, y después participar en la construcción de un futuro promisorio.

Esperamos que este espacio de papel se convierta en el punto de encuentro entre escritores y lectores, que posibilite a unos y otros comunicarse a través de la textura de la obra publicada.

Queremos que el suplemento se convierta en el sensor de lo que periódicamente preocupa al escritor, que es un observador crítico de la realidad y que frecuentemente mira antes que nadie, y desde luego nos advierte, cuáles son los puntos fl acos del espíritu humano.

Ojalá y Letras para llevar circule de mano en mano, prohibido dejarlo guardado, que las palabras vuelen, que se cuelen por todos los rincones posibles e imposibles, que generen polé-mica, que provoquen la réplica, que no tengan sosiego.

Quienes apreciamos el valor de la lectura, nos sentimos orgullosos y agradecidos que el Rector de la Casa de Hidalgo, haya participado en este número inaugural con un excelente cuento. Tener un Rector que cultiva la escritura es una buena noticia para los nicolaitas.

Finalmente agradecemos a la Sociedad de Escritores Michoacanos, a Alfredo Carrera, José Agustín Solórzano, Edgar Omar Avilés y Tania Castro Cambronne, que hayan aceptado participar en este primer número.

Larga vida al suplemento Letras para llevar.Mario Chávez-Campos

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Los minutos avanzan lentamente, aquí los días son más largos. El tiempo para llegar de un sitio a otro es casi eterno. La carreta no puede ir más rápido y no sé si valdrá la pena la visita al médico. Sé lo que tengo, y

aunque le convenza de mi diagnóstico ninguno de los dos tenemos los me-dios para curarme. Mi dolor aumenta con la embriaguez que me produce el aguardiente que me obligan a beber para calmar la pena. No sé si alucino, cada vez más se me confunde la realidad con el sueño, mi presente con mi pasado, o quizá debiera decir, con mi futuro. Cruzar la ciudad en auto no debe tomar más de quince minutos, pero en la carreta el tiempo me parece interminable, además de los brincos que me producen punzadas cada vez más agudas en el bajo vientre. Siento con cada quejido la caricia de la mano de Silvia que me acompaña y su voz pretende reconfortarme: en el hospital te darán éter para el dolor, repite cada vez. Yo quisiera por lo menos un par de aspirinas.

Ayer soñé nuevamente con un teléfono. Fue maravilloso. Avisaba a cada vecino la amenaza de un incendio en la loma sur de la ciudad. Todos teníamos tiempo de prepararnos y lográbamos extinguir el fuego gracias a

la llamada oportuna. Ahora recuerdo el teléfono como una ilusión, pero me gusta pensar en él, me gusta hablar de él y platicarle a Silvia, mi única confi -dente, de mis pensamientos, de mis recuerdos. Un día me dijo que ya sabía que lo del teléfono era cierto, existían esos aparatos, no eran producto de mi imaginación. Alguien le había comentado de su uso reciente en los Estados Unidos. No se trataba de alucinaciones, con seguridad yo también habría escuchado algún comentario similar que alimentaba mis sueños.

Cada mañana, como ahora, me pregunto cual si fuera la primera vez, si estoy despertando a la realidad o en un sueño. Es difícil saber si Silvia cree las historias que le he contado, si solo quiere creerlas por el amor que me tiene o si pretende hacerme creer que me cree por lástima. No tiene ninguna razón para confi ar en mí, un loco que dice haber vivido a más de cien años en el futuro.

Llegué, por así decirlo, hace dieciocho meses. Aparecí súbitamente, desperté de pronto en esta ciudad y en este tiempo que no son los míos. Desperté una madrugada recargado en un portón de madera, vestido con una pantalón de mezclilla, camisa de franela a cuadros, botas vaqueras, un

Doctor en fi losofía de la cien-cia (UNAM), maestro en tec-nología educativa (ILCE) y maestro en fi losofía de la cul-tura (UMSNH) y licenciado en ciencias físico matemáticas de la UMSNH. Ha sido profesor visitante en el World College West en los Estados Unidos y

en las universidades “La Sapienza” de Roma, de Mes-sina, también en Italia, y en la Universidad Autónoma de Barcelona.

Su área de investigación es la historia y fi losofía de la ciencia y recientemente ha trabajado problemas de identidad y cultura. Ha participado como confe-rencista y ponente en España, Italia, Australia, China, Estados Unidos, Chile, Panamá, y en casi todos los estados de la República Mexicana. Ha impartido más de trescientas ponencias y conferencias. Ha publicado más de cincuenta artículos en revistas especializadas, más de cien artículos de divulgación científi ca, y diez libros.

Forma parte de varios grupos de evaluación académica del CONACYT y de la SEP, evaluando a las carreras y posgrados de las universidades, tecnológi-cos y centros de investigación del país. Fue director fundador del Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología del estado de Michoacán. Ganó el primer lugar del concurso latinoamericano de cuento de ciencia fi cción 2004, organizado por Aleph Zero con el cuento “Ayer soñé un teléfono”

Es miembro del Sistema Nacional de Investiga-dores nivel I.

Actualmente es Rector de la Universidad Mi-choacana de San Nicolás de Hidalgo.

Salvador Jara Guerrero

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atuendo común en mi otro tiempo pero que hoy, incluso yo, observo ridículo. Aunque no son muchas, he guardado mis pertenencias como se guardan las de un difunto. Las evidencias que se han colado conmigo son un billete de cincuenta pesos con la efigie de Morelos y fecha de expedición del 17 de marzo del 2002, mis tarjetas de crédito con fechas de vencimiento en el año 2006, y un pequeño calendario de bolsillo que guardaba en mi cartera. Es del año 2004, en el anverso tiene las siglas de una institución bancaria que ahora todavía no existe. Hurgo de vez en vez la pequeña caja donde he guardado esos recuerdos y miro cuidadosamente cada objeto; es lo único que me ha quedado de mi tiempo. Mi antigua ropa luce sorprendentemente limpia, ahora me doy cuenta de la utilidad del detergente. La ropa de ahora no se lava bien, no queda limpia. Se percude y tiene un olor ligero, pero permanente, a sudor.

Soñar con un teléfono no es raro, en mis sueños una llamada telefó-nica ha encontrado bomberos, ambulancias y amigos distantes. En sueños también he recreado conversaciones amorosas con mis seres queridos.

He soñado con hornos de microondas, con teléfonos celulares, con automóviles, aviones, refrigeradores. ¡Ah! he soñado con la energía eléctrica, postes y alambres que como carreteras llevan la luz a los focos, grandes lámparas que iluminan mi casa como si fuera de día, las calles, las ciudades. Son sueños de ciencia ficción, pero cada mañana es inevitable que mi brazo se extienda en busca del interruptor que ilumine mágicamente la habitación. Y la televisión, nunca pensé que pudiera extrañar tanto ese aparato. No fui un adicto a ella pero ahora su ausencia me produce un sentimiento extraño de deseo.

Sin embargo, nunca he soñado con antibióticos, aunque pienso en ellos a cada momento. Los medicamentos, la penicilina, son mi anhelo diario en este mundo, cada vez que muere alguien, casi siempre niños o jóvenes. Me siento culpable, quisiera ser capaz de saber como fabricar la vacuna con-tra la tuberculosis, el sarampión, la polio, algo que alargara su vida.

Silvia. Mi ángel guardián. Me encontró, recién llegado, tirado en el por-tón de su casa. Y desde ese día escuché sus pasos suaves y delicados, sus tac tac sobre la duela, yendo de aquí para allá. Conoce mi gusto por la lectura y se ha esmerado en conseguirme buenos libros. Desde que me ha traído “De la tierra a la luna” de Verne, le ha dado por llamarme Don Julio, que en lugar de recordarme al afamado escritor me recuerda una buena marca de tequila de mi tiempo.

Es bella, quizá la mujer más bella que he visto en toda mi vida. Joven, sería demasiado joven en mi otro tiempo. Tiene apenas diez y siete años y aquí ya es toda una mujer. Ya ha perdido uno de sus dientes, por fortuna uno de los laterales, cuyo vacío sólo es notorio cuando amplía su sonrisa un poco más de la cuenta. Le sorprende, como a todos, que mi boca esté completa, es decir, con todas las piezas, aunque varias de ellas con amalgamas y en un par me han hecho endodoncia, cuestión que ni siquiera menciono, pero que me gusta recordar.

Ya lo dije, aquí soy un viejo. Me siento viejo, he aprendido a ser senil en unos meses. Y es que en este tiempo todo requiere un gran esfuerzo. No debiera quejarme, en realidad soy privilegiado, quienes más sufren son los trabajadores del campo. No hay tractores, máquinas, electricidad. No hay autos ni camiones, pero a mí lo que más me cuesta es lo cotidiano. Ni siquiera puedo leer con el placer de antes, la mala impresión de los textos y la ausen-cia de buena luz lo dificultan. Percibo a gran distancia los alientos ajenos y siento en mi propia boca los efectos de una higiene defectuosa. Huelo a viejo. La barba crecida me envejece más, pero rasurarme a diario era un suplicio. Hasta vestirme y desnudarme se ha convertido en una pesadilla, debo usar demasiada ropa debido al frío y todo tiene tantos botones. El cierre de mi antiguo pantalón de mezclilla es casi un artefacto espacial.

Y Silvia me dice que continúe, sígueme contando, me dice, y cierra los ojos para imaginarlo conmigo. Le hablo de las máquinas que vuelan, de los trenes veloces, de los autos. Le platico de la televisión de los hornos de

microondas, de las estufas de gas, de los teléfonos. La admiro con la llegada del hombre a la luna, con las operaciones con rayos láser, las endoscopías, las prótesis, los antibióticos, las vacunas, las computadoras, de la energía eléctrica, del uso de la energía solar y del viento. Le explico de las bacterias y los microbios, de la necesidad de la limpieza. Pero lo que más le gusta es que le hable de que son los espermatozoides los que determinan el sexo de los bebés, que el óvulo escoge al mas diverso para que le fecunde, que las mujeres realizan trabajos tan importantes como los hombres, que somos di-ferentes pero somos iguales.

Platicamos recorriendo la pequeña ciudad palmo a palmo. Es peque-ña, aunque grande para su tiempo. Hay un río que pasa cerca de los límites urbanos. El agua es más o menos clara pero lo hubiera imaginado más limpio, quizá por la preocupación que existe en mi tiempo acerca de la contamina-ción. El ganado bebe aquí con los hombres y mujeres, también aquí se lava la ropa y se vacían los drenajes, muchos de ellos expuestos al aire libre, fuera del centro de la ciudad.

Sin duda que la belleza natural es mayor ahora y, sin embargo, la muerte me ha sorprendido, nos ronda todos los días. En las calles las per-sonas de mi edad son escasas... He presenciado más muertes aquí, en este año y medio, que allá en mi otro mundo durante cincuenta años. Quizá no sean más, pero han sido más dolorosas, más cercanas y más injustas. He aprendido a apreciar la salud y el cuidado del cuerpo. Nunca antes lo había percibido tan frágil, tan desvalido, tan indefenso. Hoy por la mañana murió otra niña víctima de una infección intestinal. En mi tiempo un antibiótico le hubiera salvado la vida.

Silvia es la tercera de ocho hijos. Sólo han quedado dos vivos, ella y el pequeño Luis, parido apenas seis meses después de la muerte del padre y causante de la muerte materna. Fiebre puerperal, imagino.

Silvia me levanta la cabeza para obligarme a dar otro sorbo, le digo que me ponga una inyección con algún analgésico, sólo me mira con lástima, pobre, creo que he usado además la palabra analgésico que aquí no dice nada a nadie.

La amo con una pasión que nunca pensé poseer. A veces se com-porta conmigo más como una fina sirviente que como una compañera, me respeta en exceso pero igualmente me ama. Tiene una bondad infinita. Me ha visto como su amante y quizá también como a un padre. En estos momentos la siento también como una hija.

Por fin llegamos al hospital, una monja enfermera nos recibe con re-zos. En una camilla de lona me transportan. Aparece un médico seguido de dos ayudantes, me parecen más carniceros que galenos. Traen una jeringa de metal, el médico ordena que afilen la punta de la aguja que, con el uso, se ha desgastado. Intento decirles que usen una aguja nueva, limpia. Nadie me hace caso. La batas se observan percudidas. No veo a Silvia, la busco, no la encuentro.

Les ruego que esperen, no me pueden operar en esas condiciones. Explico que existen bichos diminutos que no mata el agua ni el jabón, inva-den nuestros cuerpos, nos matan. Un ultrasonido, imploro, una radiografía. Si es un tumor me lo pueden deshacer con rayo láser, no me abran la panza por favor. Un teléfono, llamen a Silvia, ella sabe todo, les explicará. El frío en la espalda me recuerda el lugar donde estoy, deseo fervientemente que todo sea un sueño, que pueda abrir los ojos en el 2004, con un esfuerzo sobrehu-mano apenas logro entreabrir los párpados y alcanzo a distinguir una monja humedeciendo un lienzo que coloca sobre mi frente. Un horrible olor me lleva al desmayo.

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EL BRUJO DECAPITADO Cuando el hacha del maestro verdugo cercenó la cabeza, en la plaza todo el pueblo aplaudió aliviado, libre, al fi n, de la malevolencia del brujo, de su risa oxidada, de sus promesas de muerte. Pero al caer la cabeza, del cuello surgió otra diferente. Ésta también fue cortada, más otra brotó como capullo. Las cabezas decapitadas se apilaban, nacidas una tras otra del insólito cuello del brujo. Aunque los brazos del verdugo estaban cada vez más cansados y los aplausos menguaban, repetía la operación concentrando el mismo coraje en cada tajada, hasta que un par de horas después todo empezó a dar vueltas al ritmo de la risa oxidada. En ese instante el verdugo vio que en la plaza todo el pueblo yacía decapitado, mientras su cabeza rodaba junto con las demás.

AMOR—Ahora estoy segura, mami —dice la niña, deshecha en llanto—. ¡Dios existe y está lleno de amor! —¿Y por qué estás tan segura?—Lo he visto y me platicó del Cielo. ¡Es el lugar más maravilloso del Universo! —contesta con tal seguridad y con tanta emoción, que su madre no puede hacer otra cosa sino clavarle el cuchillo con el que picaba cebolla. La niña es pequeña, aún libre de pecados, y su realidad tan triste en las calles en donde todos los días pide monedas; sin duda en poco tiempo empezará a vender su cuerpo: entonces el esplendoroso Cielo y su Dios colmado de amor ya no la aceptarán.Mientras clava por décima vez el cuchillo, la madre sabe que a ella le espera el Infi erno.

Maestro en fi losofía de la cultura (UMSNH), autor de cuatro libros de cuentos: Cabalgata en Duer-mevela (Tierra Adentro, 2011. Premio Nacional de cuento Joven "Comala" 2011), Luna Cinema (Tie-rra Adentro, 2010. Premio Nacional de Cuento de Bellas Artes "San Luís Potosí" 2008), Embrujadero (Secretaría de Cultura de Michoacán, 2010. Pre-mio Michoacán de Cuento "Xavier Vargas Pardo" 2010) y de La Noche es Luz de un Sol Negro (Fic-ticia, 2007. Mención honorífi ca en el Premio Nacio-nal de Cuento Agustín Yáñez 2004), de la novela Guiichi (Progreso, 2008. Recomendada por IBBY México-Internacional) y del ensayo La VALÍStica de la Realidad (Secretaría de Cultura de Michoacán, 2012. Premio Michoacán de Ensayo "María Zam-brano" 2012).

EL PUEBLO DEL PUERTOLuego del tsunami, en el pueblo del puerto hay sirenas peinándose en las bañeras, otras nadan en el fondo de los vasos de tequila, los conductores las ven refl ejadas en los espejos retrovisores, las amas de casa las encuentran al abrir una lata de sardinas, en la radio la cumbia se interrumpe y se escucha el enigma de sus cantos, los niños las descubren jugando escondidillas, el párroco asegura que en las noches de lluvia un ejército de ellas va a la iglesia y seduce a los ángeles.Luego del tsunami, el pueblo del puerto quedó sumergido, y a las sirenas les aterra que los fantasmas humanos persistan bajo el mar.

LA LEYDios se disponía a fulminar a ese hombre que estaba por dispararle al tigre que estaba por saltar sobre el águila que estaba por clavar su pico en la co-madreja que estaba por desgarrar a la serpiente que estaba por engullir a la rata que estaba por desentrañar a la tarántula que estaba por envenenar al escarabajo que estaba por atenazar al gusano que estaba por morder la hoja. Dios se disponía a fulminar a ese hombre pero, lleno de pánico, volteó hacia atrás.

LA PÉRDIDA DE LA IMAGINACIÓN—Antes, mientras trabajaba en la ofi cina entre aburridos trámites y pape-leo, imaginaba castillos encantados, unicornios y pueblos imposibles. Ahora, aquí, ya no puedo fantasear. Es como si esa parte de mi mente se hubiera bloqueado.

Édgar Omar Avilés (Morelia,1980)

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—No se preocupe, algo se podrá hacer. Podría intentar, por ejemplo, imaginar que está en una oficina haciendo trámites y papeleo —le contestó el amable duende, mientras caminaban por la vereda dorada en busca de la bruja.

EL JUEGO DE LAS ESCONDIDILLAS—Un billón de trillones, ¡un billón de trillones uno…! ¡Estés o no estés listo… —advirtió Dios, destapándose los ojos, ojos que eran los planetas. Desde la Tierra pudimos haber visto qué hay más allá de la oscuridad del cosmos que eran sus manos, pero, como dejó de contar, el tiempo se congeló y nos con-vertimos en estatuas de arena— …voy por ti! —exclamó mientras se limpiaba algo de polvo que le molestaba los ojos.

CRUCES DE CAMINOEmpuña un carrito de plástico mientras emula el ruido de un motor; las rodi-llas del pijama se le manchan siguiendo los bordes de crayón amarillo de la carretera, hasta que su madre, enfundada en mandil y olorosa a sopa, apare-ce a sus espaldas, ordenando: —¡Deja de jugar con tu carrito y vete a dormir!

Este es el breve sueño que tuvo Joaquín cuando, víctima del cansancio, cerró los ojos en la autopista. Ni él ni el niño los volvieron a abrir.

ANÓNIMOEntra un fotógrafo a un bar. Pide un whiskey. Todos sonríen.* El tiempo se congela. Un pordiosero ebrio encuentra la fotografía en un lote baldío, no decide si son sonrisas o muecas de frío o de dolor. La noche está helada, improvisa una fogata, en ella arroja la fotografía. En el bar surge la luz de un flash, su calor descongela el tiempo, incendia el bar y gracias al alcohol todo rápidamente se vuelve ceniza, también el anónimo pordiosero que fue un fotógrafo fracasado. *Chiste anónimo.

EL SECRETO DEL VUELOLuego de años de súplicas, despierta con alas en vez de brazos y sale a vo-lar para conocer qué es la libertad. Pero sólo descubre la infinita tristeza de los pájaros: ve cómo los seres de la tierra velocísimos se desplazan sobre el suelo, cómo la tierra gira vertiginosa y ellas, las aves, quedan pausadas en el viento, estáticas, como estatuas.

TEORÍA DE CUERDASCuando la Tierra deja de girar la Luna desaparece, porque el Dueño del ojo plateado se marcha a jugar a otra parte. Entonces nos convertimos en es-tatuas hasta que ese Alguien nuevamente da cuerda, se asoma a la cajita y proseguimos bailando la vida para su deleite.

CAFÉDas el primer sorbo, entonces descubres que el café no es café: eres tú. Con cada sorbo delicioso te bebes; primero tus pies, luego tu vientre, tu pecho, tu rostro y tus sueños. El mesero recoge el vaso vacío del cliente que se fue sin pagar.

UNIVERSOI

Cuando el primer astronauta asomó la cabeza afuera del Universo, vio asom-brado el cadáver de la víctima en la que nos habíamos impactado.

IICuando el primer astronauta asomó la cabeza afuera del Universo, vio asom-brado cómo el Universo se empezó a desinflar.

IIICuando el primer astronauta asomó la cabeza afuera del Universo, vio asom-brado la garganta de la que proveníamos como una risotada.

IVCuando el primer astronauta asomó la cabeza afuera del Universo, vio asom-brado el asombro de los demás astronautas que asomaban la cabeza en los miles de Universos paralelos.

LUZLa noche es luz de un Sol negro. Con esa luz vemos lo que realmente hay en el mundo: nada. En la clara oscuridad del día, los focos prendidos y el fuego de las velas, no vemos: imaginamos ciudades y rostros que no existen.

ACTO FINALTras secarse el sudor con su pañuelo, la concurrencia presenció cómo se ahogaba, impedido para respirar. Fue así como se supo que no era un char-latán: el mago por descuido se había borrado la cara.

EL CUADRODe la galería todo quedó reducido a ceniza: aun las puertas, las vigas del techo, las estatuas y el decrépito velador. Pero se salvó un pequeño cuadro, donde estaba pintado el incendio.

PIOJOS—¡Son la vida de los bebés, mamá! …Anoche lo soñé. —¡Son solo piojos! —respondió lavándole el pelo con lejía. El luto en el pueblo duró un año.

VISIONESUsando un gran telescopio el astrónomo supo que un físico lo observaba con un gran microscopio. Eran idénticos, como sus gestos de terror.

EL MUNDO SE ACABÓPero Dios tenía respaldo en su memoria USB. Todos estamos en ella, en es-pera de que nos descargue en otro planeta.

NACE UN NIÑO JUDIO CON UN TIC NERVIOSO EN EL OJODescubren que es un telegrama Nazi perdido que le hubiera dado la victoria a Hitler 70 años atrás.

ES LA NOCHE HERMOSAY va creciendo el resplandor de las estrellas, hasta que se impactan todas en la Tierra.

GRACIA DIVINACada vez que Dios ríe, muere una persona, ¿no les parece gracioso? A Él, sí, mucho.

SOÑÓ CON 1000 ZOMBISAl despertar, él era el 1001 en la pesadilla de otro.

NO RESPIRAMOS: inflamos fantasmas.

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Empezaba a colmarme la paciencia la manera, casi ridícula, en la que me veía esa mujer. Ahí, sentada, bien acomodada en sus dos bien ponderadas piernas; bien carnosas, bien buenas, fantásticos muslos

enroscados. Desde acá yo no quería que sus ojos largos, sus ojos de aguja se me clavaran en los míos agujerados. Pero ella insistía, se me insinuaba inútilmente. Perfecta. Era una mujer que se mordía los labios, la orilla de los labios entumecidos por la fría tarde de este agosto en que se me hacía tarde para salir corriendo del café y volver a refugiarme en casa. Lejos de todo esto, de ella, había un cuartito bien acomodado en un edifi cio de algunos pisos que yo subía respirando con calma, tratando de no ceder ante el cansancio que deja haberse recostado al lado de una mujer y haber lamido sus dos enormes y lentas piernas que se me enroscaban en mi cuello y me hacían pensar que yo no debería estar ahí, sino en mi casa, en ese departamentito que en el segundo piso de un bien acomodado edifi cio de la colonia Loma se humedecía por la lluvia que en agosto es inútil ocultar porque uno se la encuentra en todos lados: en la taza del café, en la blusa de la mujer que ay, ya me está cansando, en los vidrios de los negocios, en la sombra que vine y me iré pisando cuando regrese a mi húmeda habitación donde está agos-to. Y ella, ridícula, mujer enorme, enroscada en una silla como un tornillo de carne y hueso, mirándome como si me comiera y yo que quiero salir de sus ojos, apaciguar mi tristeza de mujer, mis ganas de agujero para entrar en una tarde lluviosa, en un café, en una sombra femenina. Me da miedo. Se acerca y me pide fuego. No fumo, pero no le digo y me agarro por debajo un trozo de piel testicular que se asoma por mi pantalón roto. No traigo calzones y ella no se fi ja pues baja rápido los Levi’s y yo cierro los ojos y me acomodó en los suyos para que me siga mirando. Estoy esperando la cuenta y ella taconea,

plac, plac, y yo me escabullo y sé que me está siguiendo y que llegando al siguiente semáforo pedirá un taxi y me dirá ¿vienes? Y yo le diré: tú primero, y ella, ridículamente abrirá la puerta de su habitación y me pondrá cómodo y yo miraré nervioso la televisión apagada que nos mira a los dos en su sala. Café con dos de azúcar y la primera vez que no lavé la ropa interior y me pasa esto. Tocándome el pellejo que se asoma. Ella no quiere detener su auscul-tación, ¿Te gusta? Me gusta. En mi casa está agosto y todas las ventanas del mundo están cerradas. Son treinta con cincuenta. Que bien que la dejo atrás, que no viene, que puedo llegar a agosto y ponerme a imaginar solo, sin sus ojos que ay, como me desesperan cuando me guardan adentro y se van cerrando. Yo apenas puedo contener la respiración, aguantar el momento, la sensación de estar subiendo las escaleras y llegar hasta donde agosto es un recoveco del mundo donde todas las ventanas están cerradas y abrir los ojos y seguirla mirando mientras se contonea como una lagartija recién apedreada y me dice algo que no entiendo o que quizá sea un simple gemido producido por mi imaginación que cuando entra a mi segundo piso se pone a producir historias y a tomarse cafés en un café donde una mujer se empierna, loca, ridícula y mira a un joven treintañero que hoy olvidó ponerse ropa interior y pedir un vaso de agua para el café. Fuerte por favor, y fue allí que ella empezó a mirarme. Qué tiene de interesante un hombre que pide un café fuerte. El de-seo siempre me ha producido comezón: quizá por eso me rasco mi testículo derecho mientras le enciendo el cigarro con el encendedor que el mesero me hizo el favor de prestarme. ¿De aquí a dónde? A agosto no, en agosto todo es húmedo. Me gustaría que dejarás de mirarme por favor, quizá sin tus ojos esta historia acabe…

Ha publicado Versos, Moscas y poetas (Se-cum;2009), y Alguien ha salido a buscarme (2012; plaquette, Ediciones Diablura). En 2009 obtuvo el premio Michoacán de Literatura en Poesía y en 2011 el premio de poesía Tomás Rico Cano, de Morelia. Aparece en las antologías: Trabaletras (UM-SNH, 2010), Turbulencia 2011, Narrativa Michoa-cana Contemporánea (Ficticia, 2011), Cantar bajo la nieve (Instituto Mexiquense de Cultura,2012) y Astronave: Panorámica de la poesía mexicana ac-tual (UNAM, 2012). Fue becario del Sistema Estatal de Creadores (Secrea) en 2012 y es miembro de la Sociedad de Escritores Michoacanos (Limich AC).

José Agustín Solórzano (Valle de Santiago, Guanajuato, 1987)

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8 Suplemento Letras para llevar

¿Se ha preguntado qué pasa con los carritos de hot dogs que regala la se-ñorita Laura? Yo tengo uno, me lo vendió Pepe. Mi compadre José estuvo

un día en su programa. María, su mujer, fue a buscar ayuda, pues Pepe gas-taba demasiado en cervezas y muchachas; así cómo iba a pagar los pañeles de Juanito y la escuela de Pepito. Al fi nal, mi comadre terminó descubriendo que su esposo, además de borracho, la engañaba con su hermana, Lola. Ma-ría creía, imagínese, que Lola siempre había sido señorita, o al menos tanto como la señorita Laura, quien para apoyarla le regaló el dichoso carro. Un carrito de hot dogs no soluciona nada. Luego de que su mujer se enterara del engaño abandonó a Pepe dejándole solamente el mentado ca-rrito. Él terminó vendiéndomelo, necesitaba dinero para el parto de Dolores, quien resultó embarazada de mi amigo, o eso decía ella. Pepe, además, tuvo que creerle, porque lo amenazó con acusarlo con la señorita Laura si no se hacía responsable. El ingenuo de José no quería volver a soportar el típico “que pase el desgraciado” que la momía peruana gritaba cada vez que un hombre se le atravesaba en el camino; por eso aceptó su supuesta pater-nidad mientras pensaba cuándo fue que embarazó a Dolores. No lograba recordarlo, pero seguro fue en una de las tantas borracheras y en el baño de la cantina, donde Dolores tenía el negocito que al menos con mi compadre le había resultado. Por el carrito de hot dogs le di quinientos pesos, nos gastamos dos-cientos en la cantina, cosa que molestó mucho a Lola, aunque no tanto como a Pepe encontrarla una semana después conmigo, montada en el carrito que acababa de venderme y pidiéndome a gritos mi “perrito caliente”. Pepe casi me mata a golpes ese día. Tengo miedo, señorita Rocío, y por eso he venido a su programa; necesito que me ayude a recuperar la amistad de José y a convencerlo de que el chamaco que espera Lola no es mío. No voy con la tal Laura porque, ya ve, eso de los carros de hot dogs nada más trae más problemas.

Escritora. Egresada de la Facultad de Lengua y Literaturas Hispánicas de la UMSNH, es miembro activo de la Sociedad de Escritores Michoacanos A.C. (SEMICH), fue ponente en el 1er y 2do Encuentro de Narradores de Mi-choacán.

Coordinadora de la 1ra CoLEEcta: Todas las Voces y 2da CoLEEcta: Tengo Alas. Participó en el 3er Jam de Escritu-ra realizado en el Museo de Arte Contemporáneo Alfredo Zalce. Apoyó los talleres dentro del marco de la "Kermes de las Letras y las Artes" de la Librería EDUCAL en con-junto con la Secretaria de Cultura de Michoacán. Elaboró síntesis de novela sudamericana para adaptación a México en TV Azteca Televisión.Consejera de redacción en la re-vista mensual "Letra Franca". Fue ponente en el II Coloquio Internacional de Literatura Hispanoamericana Homenaje a Élmer Mendoza en la Universidad Autónoma del Estado de México.

Tania Castro Cambronne, (Morelia,1989)

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9Suplemento Letras para llevar

El lago ya no tenía agua, sólo era una hectárea de tierras lodosas y gar-zas metiendo el pico como cuchillo en mantequilla. Los peces desapa-recieron con el agua y sus rastros oseos también. Había sobre el lago

una niebla gris, seca y mojada que le daba un aire a desierto. La sequía los tomó por sorpresa, era una región entre seca y húmeda pero jamás con te-rrenos completamente secos. Decían que quien entrara a los lodazales salía envenenado o enfermo porque el espíritu del agua se había quedado en la neblina.

Entonces llegó el verano y el lodo que contenía aún agua se secó, la tierra se erosionó, la niebla gris seguía allí, algunos pájaros también, pero ya el piso estaba agrietado y sin enlodazarse uno podía caminar sin miedo.

A lo lejos, no tan cerca de la orilla llena de pasto, se divisaba una si-lueta, un hombre cano, que se desfi guraba por la lejanía y el calor, tenía un tripie y un paraguas blanco sobre otro tripie. De cerca el hombre cano y con lentes, hacía señas a una mujer con vestido largo, rojo. El vestido dejándose acariciar por el aire vibraba hacía donde éste soplara. El hombre era un fotó-grafo no tan conocido, más bien, siempre envidiaba las ideas fotográfi cas de los demás.

Una vez había visto una serie de fotografías donde los modelos eran pequeños hombrecitos miniatura, junto a enormes pescados y basuras de latas. Que mal, a él no se le ocurrió.

Desde el otoño pasado Manuel Rebelado, el fotógrafo, había puesto en diferentes puntos del lago, calentadores dentro del agua, y todos ellos co-nectados a una rueda manual que producía la energía para calentarlos. Todos los días desde ese otoño Manuel giraba y giraba la rueda, veía satisfactoria-mente como el agua borboteaba y se evaporaba.

Para el invierno era más difícil calentar el agua, Manuel encontró pas-tillas de óxido monocromático del tipo 2. No fue difícil interceptar a los distri-buidores y asaltar los camiones, robar una o dos cajas. Las vertía en el lago, se acidifi caba y evaporaba el agua, tiró pastillas todo el invierno, incluso parte de la primavera.

Para mediados de dicha estación la naturaleza hizo lo suyo, los calen-tadores fueron recogidos y las pastillas ya no fueron hurtadas. El lago para verano era un lodazal. Los alrededores no eran secos, había arboles y pasto verde. La fotografía que Manuel Rebelado quería era de un desierto, fotogra-fía profesional de un desierto donde no había. Manuel montó su paisaje.

Ya pasaron varios meses desde que la fotografía se tomó, y la eventual sequía era muy coincidente con los extraños comportamientos de Manuel Rebelado. Se especuló, que el fotógrafo de las orillas había secado el río para sus sesiones fotográfi cas. Escándalo estatal, nacional, internacional. Manuel fue juzgado por negligencia ecológica, por dañar un patrimonio de la humani-dad, y contaminación a conciencia.

En estos momentos se encuentra en una celda, mirando la fotografía donde hay una mujer de vestido rojo, de telas que bailan en el aire, un cielo azul intenso, y un suelo erosionado que se aferra al agua, la deja subir y la mantiene como neblina gris que anuncia muerte.

Quiero escribir un cuento asombroso, fabuloso, increíble.Para ello necesito una situación, qué tal si se trata de amor, de traición o de heroísmo. Cualquier tema que se elija está bien, generalmente el

cuento toma su propio curso.A continuación necesito de los personajes, digamos que tal un chica, una

chica que vive en una casa, con dos hijos y un perro. Es madre soltera y trabaja vendiendo pays de queso en la tarde.

La mujer, Nathalia se llamará, Nathalia trabaja duramente mientras sus hijos van a al escuela, pasa la mañana cocinando los pays, para tenerlos listos y por la tarde venderlos, dejando a los niños al cuidado del perro, Fido, un San Bernado. Tenía que hacerlo, desde que se separó de su esposo, éste se encargo de desprestigiarla en toda la ciudad, haciéndole muy difícil encontrar trabajo, lo de los pays solo era provisional, esperaba.

Una tarde cuando Nathalia recorría la plaza ofreciendo los pays, la divisa un hombre, bastante guapo. De cuerpo… pues ni muy muy ni tan tan, se llama Samuel. Samuel la ve pasar y ofrecer por la plaza su producto, en su mente Samuel piensa cuál en la manera más adecuada de acercársele a esta mujer sin que se asuste, y claro, ponga un poco de ella. La estrategia es simple. Samuel se le acerca a Nathalia y le pide un pay, mientras ésta busca cambio, Samuel prueba el pay y fi nge degustación, entonces dice:

¿Pasas por aquí siempre? A media tarde salgo de la ofi cina y siempre busco algo de comer, pero algo ligero.

Nathalia asiente y quedan en encontrarse diario para la compra del pay. Pasan uno, dos meses y ellos ya están saliendo.

Pero….A ver que tal si mejor en vez de que Nathalia sea mujer, la hacemos un

travesti, sí, un travesti con dos hijos, bueno no, con dos… gatos. Un travesti con dos gatos, sin perro, que vende, no, no vende, es él quien se encuentra sentado en la plaza leyendo un libro, de Isabel Allende, porque el ser travesti no impide que le guste leer, entonces…

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10 Suplemento Letras para llevar

No, así no funciona, que tal esta historia, tal vez algo más real y dramático.Una mujer perteneciente a un movimiento democrático de intelectuales

de la Universidad, busca el crecimiento de ésta y el de los alumnos. Ha estudiado ya la maestría, y no puede apartarse de los acontecimientos sociales, que afec-tan a los demás.

Hace poco tuvieron el examen los aspirantes a la Licenciatura más de-mandada de la Universidad, por supuesto, no había puestos para todos, así que los que no lograron aprobar el examen de admisión fueron suprimidos de los prospectos. La reacción: tomar la escuela y destruir salones, máquinas y demás, seguramente así obtendrían un lugar en la escuela.

Nuestra mujer, indignada con el acontecimiento decide reunir a un Comi-té, que avale una reforma donde los estudiantes que participen en el atentado a las instalaciones académicas, terminen vetados de la Universidad un año o dos, así no les quedarían más ganas de destruir cosas, ya que la policía no pudo hacer nada al respecto. Ahora bien los estudiantes no involucrados en los daños pero si en la toma o que exigen un lugar, se les aplicaría un segundo examen. Era la propuesta que tenía esta mujer.

Comenzó a hacerse fama, pues al ver que las autoridades estudiantiles no hacían caso y que preferían pagar los daños con el dinero de las inscripciones de los alumnos, emprendió campañas para ser apoyada para la Reforma. Se hacían por lo menos dos mítines por semana, apoyados por los ingresados y algunos intelectuales.

A la mayoría de los estudiantes esto les daba igual, mientras ellos hubie-ran entrado estaba bien. No se hizo esperar la fricción entre los estudiantes no aceptados y los pro-reforma, comenzaron con insultos, y declaraciones en sus mantas.

Cuando agravó se hizo una lucha entre estudiantes con piedras y bom-bas Molotov dejando un muerto y 25 heridos. Desde ese encuentro los intelec-tuales eran cazados como animales, los buscaban solos, mientras los otros, cual hienas, se les dejaban venir, ya eran 30 los estudiantes sorprendidos golpeados y acallados.

La mujer terminó siendo la única acompañada de cinco simpatizantes que seguían esperando la aceptación de la Reforma.

Era medio día, no había comido aún, abrió la puerta de su casa, un silen-cio inquietante, dijo ya llegué… toc toc en la puerta, abrió la puerta y sólo sintió el golpe.

Una vez despierta, veía nublado, era tanto el dolor de su cuerpo que no podía gritar o llorar, estaba amarrada y tirada en su casa, la tomaron del brazo.

Perra, necesitas dejar de hablar, ya no te conviene, y ya nos cansamos de tus propuestitas, escuchaste.

Claro que escuchó, pero lo único que dijo fue no, se les hizo fácil, ellos no iban a advertirle, la pregunta sólo fue para darle falsas esperanzas, le arran-caron la ropa la golpearon y la violaron entre todos, dos, tres o cuatro falos en su boca, en su entrepierna, luego fue con palos, el último la tenía sometida, y puso su virilidad explosiva en su pecho, mojándola y humillándola como un animal, la asfi xiaba y se excitaba con su sonido gutural de muerte.

Mientras escribimos esta historia Nathalia llevaba meses saliendo con Samuel, se burlaban juntos del travesti de enfrente que parecía muy culto, mien-tras los niños se iban a la escuela, Nathalia se interesó en los problemas de la Universidad, y quiso proponer una Reforma educativa, llegaba tan cansada, que miraba “Animal planet” y se quedaba dormida en el sofá, cuando no era con Samuel.

Samuel trabajaba por las tardes y en la mañana hacía el amor con Natha-lia en la mesa donde hacían los pays cuando ella no salía a los mítines, Samuel tenía antecedentes.

Un día Nathalia tenía un mitin y los niños no iban a la escuela, Samuel se los llevó al bosque con Fido a dar un paseo, Samuel le enseñó a los niños algo que les iba a gustar, Samuel dijo que era normal que los hombres se vieran des-nudos; Samuel era pedófi lo.

Mientras escribíamos esta historia a Nathalia la violaron igual que a sus hijos, sus hijos no murieron, ella sí. Samuel se quedó con la custodia de los niños, y los violadores y asesinos de Nathalia nunca fueron encontrados, culparon a los alumnos reprobados, pero no había pruebas sufi cientes, si el semen no era de Samuel, entonces no sabían de quién, Fido murió anteayer, se comió una aguja. El mismo día tres años después que murió Nathalia.

Lo de Nathalia es caso cerrado.

Publicó Pequeños lugares para la perversión (relatos,2009), Los últimos días (cuento infan-til, 2010) y la antología Turbulencia dosmilonce (antólogo, 2011). Dirigió la revista "El subterrá-neo" durante 59 números.Es presidente de la Sociedad de Escritores Michoacanos (Literatura de Michoacán A.C.). Fue becario del Sistema Estatal de Creadores (Secrea) en 2007 y 2009 y actualmente del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Obtuvo el Premio Michoacán de Cuento "Xa-vier Vargas Pardo" 2008.

Alfredo Carrera (Morelia, Mich. 1984)

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11Suplemento Letras para llevar

Uno ama lo que se le escapa, irracionalmente.SANTIAGO GAMBOA

“Tu problema es que te crees perfecto”, fue lo último que le dijo Claridad a su esposo. No le quiso decir que su frialdad, su facilidad para destruir a las personas y su egoísmo eran iguales a los de ella, o aún peores. Las

cosas se iban a la mierda y ninguno de los dos tenía las ganas ni la fortaleza para salvarlo. Todo sería mejor si se encontraran en otra vida.

Sabían que le habían dado vuelta a la hoja, que seguiría un divorcio por acuerdo mutuo, él podría pagar la manutención de dos casas y visitar a sus hijos cada sábado o domingo. No había más qué hacer, él se fue a una habitación a un hotel del centro y después pasaría por sus cosas. Vivirían dos o tres meses tristes, pero lo superarían, porque ninguno consideraba una opción intentarlo de nuevo, ni una segunda o tercera vuelta.

La noticia para lo hijos y parientes no fue sorpresiva sino gratificante. Por fin, después de tanto, se daban cuenta que no eran ya el uno para el otro, sino dos polos que chocaban tanto por ser tan parecidos, aunque ninguno lo viera así. La vida sería tan tranquila que al pasar el tiempo encontrarían a otras personas y reharían su vida, si se puede decir, a plenitud, o por lo me-nos serían más felices.

Los hijos sabían que estarían bien con cualquiera, no se les preguntó nada y siguieron en la casa, desde entonces, materna. El patriarcado al que estaba tan acostumbrada la madre se destruía y los mimos para ella serían menos. La vida seguiría su curso para bien o para mal, con el trago amargo y lo que viniera: sería mucho mejor.

Fue un matrimonio relativamente largo, quince años, con una buena imagen para los conocidos: esa familia cuasi-perfecta y la gran sorpresa del divorcio, para que se pudiera decir a las espaldas: “Yo sabía que escondían cosas terribles, seguro le pegaba, nadie sabe con lo que carga...”

Claridad, dos días después del abandono de Roberto, empezó a tirar cosas, a romper platos, creía que estaban cargados de malas vibras o que significarían algo para él; por ejemplo, los platos que les había regalado su suegra o los que habían heredado a fuerza y terquedad. Los hijos comen-zaron a atesorar ciertas cosas, había objetos que eran completamente su padre, no podían permitir que la presencia de él se eliminara por completo de unos días para entonces. Incluso si él tuviera la culpa, la casa se había funda-do gracias a dos pilares. Guardar un libro o dos antes de verlo en la hoguera que la madre preparaba para la ropa que había dejado, para los libros, las libretas y las hojas de él, era un acto de valentía, se retaba a Claridad a buscar lo que quería desaparecer. Lo que encontraba lo iba identificando e inventa-riando en su cabeza. Sin darse cuenta, era como ser un escáner recibiendo datos antes de decirles adiós. Aferrarse a ese pasado llamado Roberto sin que nadie lo pudiera comprobar. Los hijos mejor empezaron a leer antes de aceptar que lo tenían, después de saber los contenidos de tantas cosas, se podrían despedir de ellas. Temían que se les ocultara alguna verdad impres-cindible para siempre o que con el paso del tiempo se fuera deformando la información, aunque un montón de acuerdos y textos legales ajenos a ellos no servían de nada, como tampoco servían de nada tantos libros escritos por extraños. Aferrarse a lo desconocido, como lo era Roberto en muchos mo-mentos, pronto los aburrió y terminaron ayudando a su madre a deshacerse de todo hasta olvidar, por lo menos, aquello que al final sólo representaba a su padre, pero que no era él. La casa empezaba a vaciarse, le decían hasta nunca a tantas cajas que un día ya no quedó nada.

Ernesto por su parte había logrado recuperar lo que realmente era im-portante para él, por no decir que casi la totalidad estaba desde hace tiempo en su oficina. Lo que se destruyó no importaba tanto, era archivo del pasado que ayudaba a hacerle más llevadera la vida. Las pruebas que buscaba su mujer nunca aparecieron porque simplemente no existían, porque las supues-tas infidelidades a las que creía estar acostumbrada una mujer sumisa como Claridad eran falsas, únicamente eran cuentos construidos alrededor de las de ella, como para hacerle frente, para no sentirse tan engañada.

Desde que llegó Roberto al hotel odió todo su pasado, lo odió exage-rando como se exagera siempre después de las fracturas. Llegó a bañarse, a

que todo eso que cargaba se fuera por la coladera, y después durmió desnu-do como no lo había hecho en tanto tiempo. Olvidábase en ese momento de toda restricción en su espacio, en su cama y, sobre todo, en sus sábanas. La vida no sería mejor los siguientes días, pero sí –pensaba– sería vida, sin duda. En el hotel pronto se acostumbraron a sus horarios, a llamarlo por su nombre y a su mirada que presentaba amargura. Empezaron a tener a disposición de los huéspedes botellas de diferentes licores por las constantes peticiones del nuevo inquilino que parecía tener carácter de permanente.

Los hijos no eran tantos, eran dos, de doce y catorce años, ambos varones, ambos con ganas de vivir una vida más lenta y más tranquila. Desde hacía algunos años deseaban no estar a las expensas de los caprichos de los padres que cada semana cambiaban los planes para ellos y los sumergían en una serie de conflictos que les iban llenando el jarrito –hubieran dado gracias, Claridad y Roberto, a ellos mismos, al enterarse que su separación fue lo que casi vacía ese contenedor-; pero nunca lo supieron.

Los divorcios no eran comunes en ninguna de las familias y no lo tomaron ni tan bien ni tan mal. No se hablaba de ello en las pocas comidas familiares que prosiguieron, ni siquiera se interrogaba a Roberto por qué lle-gaba a la casa de sus padres solo, y lo mismo la familia de Claridad. Eran personas rancias echando a perder a dos que nada debían ni temían. Los dos nietos de vez en cuando visitaban a los abuelos, pero preferían hacerlo en soledad, como para empezar a sanar las heridas y las distancias a las que se les destinaba.

Firmaron un acuerdo y el divorcio se resolvió sin mayores discusio-nes ni roces. Ernesto sabía que Claridad ocultaría desde ese momento y para siempre las supuestas infidelidades (aunque las de ella habían sido muy ciertas); eran minas antipersonales, pero para ese momento ya se les podía enterrar, casi olvidándolas para siempre.

Si Ernesto no había logrado engañar a la madre de sus hijos en los pri-meros cinco años de matrimonio, ya después no creyó que fuera necesario. Claridad le fue infiel en más de una ocasión en esos cinco años, lo peor: los dos lo sabían. No hubo que indagar mucho, ni esperar señales o muestras de una supuesta aventura, el hombre que se consiguió era tan inocente que de vez en cuando la buscaba en casa. En cierta ocasión el mismo Roberto le abrió la puerta a Fernando, que era entonces un muchachito, lo invitó a pasar a la sala y le ofreció un refresco en lugar de cerveza, al dudar si era mayor de edad. Claridad nunca fue tan clara ni tan transparente.

En la separación de los platos rotos y los amantes enterrados pare-cía que no había ni un solo afectado. Al final, cuando estaba concretado en papeles, cuando los hijos tenían un horario de visita definido, cuando por fin parecía que se daba por inaugurada la nueva vida, se apareció Claridad en la puerta de Roberto para entregarle cajas llenas de cenizas y de pedazos de tantas cosas rotas, iba a entregarle lo que había quedado, pero su principal motivo era el de reclamarle el haber instrumentado tantos problemas que no existían, el haber inventado a tanto fantasma, el haberla engañado y hecho creer en el teatrito que le había armado… El odio la llevaba a la pregunta de niño de ocho años: ¿por qué? Arrojarle los papeles que parecían importantes hechos polvo a ése, al que llegó a amar, tiznarlo por completo. Fue únicamen-te el inicio de una serie actos que Claridad pensaba realizar; sin embargo, al verlo después de abrir la puerta tan despacio, con la inocencia brotándole de la cara, no se podía imaginar que hubiera tenido el corazón tan duro. El miedo hacia sí misma le invadía al darse cuenta que todo lo que había hecho él, sólo tenía el fin de alejarla.

Al realizarse la entrega de las cajas, no hubo reconciliación, no hubo palabras, casi ni las miradas se cruzaron. Claridad las aventó y se fue llorando a buscar a Fernando que ya estaría más entrado en años, al que ya podría terminar de echarle a perder la vida y abrirle las puertas de la casa aunque tuviera a Roberto en la cabeza.

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En esta ocasión colaboraronSalvador Jara Guerrero

Edgar Omar AvilésJosé Agustín SolórzanoTania Castro Cambronne

Alfredo Carrera

IlustracionesVíctor Adame Mínguez

Mayo 2013